La crisis de salud mental en El Salvador: ¿Qué papel juega el capitalismo?

En las últimas semanas, se han reportado en El Salvador varios casos lamentables de suicidios entre jóvenes, lo que ha puesto en evidencia la grave crisis de salud mental que atraviesa el país. Estos hechos han generado un debate en torno a las causas de la depresión y la ansiedad, así como a las razones por las cuales los jóvenes no encuentran sentido a sus vidas y qué factores influyen en la decisión de poner fin a su existencia. Los marxistas queremos aportar a este debate apuntando a que el capitalismo juega un papel determinante en la salud mental de las personas, pero además explicamos cómo solo la revolución socialista puede poner fin a esta situación. 

Cuando se habla de la crisis de salud mental muchos tienden a situarla como un producto de la pandemia del COVID 19. Sin embargo, esta crisis no es exclusiva de la pandemia, aunque es cierto que el confinamiento, la incertidumbre económica, el exceso de información, etc., han exacerbado los problemas mentales, la crisis ya se venía gestando desde antes, y a la fecha no ha hecho más que agudizarse.

Una crisis latente

Según la Encuesta Nacional de Salud Mental 2022, realizada por el Instituto Nacional de Salud del Ministerio de Salud, 10.3% de las personas adultas presentan signos significativos de estrés postraumático y 21% presenta algún grado de depresión. Entre los adolescentes, un 22.4% tiene un probable estrés postraumático o tiene angustia moderada; además, 4 de cada 10 presentan síntomas de trastorno de depresión mayor. En cuanto al personal especializado en salud mental, datos del Instituto Salvadoreño del Seguro Social indican que, al iniciar 2023, se disponía de 55 psiquiatras y 50 psicólogos activos a nivel nacional para atender a los y las derechohabientes; mientras que el Ministerio de Salud reportaba en diciembre 2018, un total de 147 psicólogos y 32 psiquiatras.

Los datos presentados son preocupantes y reveladores de la crisis de salud mental en El Salvador y la poca importancia que le da el Estado al tratamiento de la misma. Los recursos disponibles para atender a las personas con afecciones mentales son insuficientes, lo cual dificulta el acceso a tratamiento para quienes lo necesitan. 

Al momento de analizar estos datos, debemos tener en cuenta que la mayoría de los trastornos o desórdenes mentales no poseen síntomas físicos que se puedan notar de una manera fácil, como cuando se trata de una gripe, por ejemplo. Sumado a esto, las personas con trastornos mentales no suelen tener la libertad de hablar sobre ellos, de cómo se sienten, qué les preocupa y desestabiliza, debido a los prejuicios que el tema conlleva. 

Y las cosas no mejoran a nivel internacional, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en los países de ingresos bajos y medios, entre un 76% y un 85% de las personas con trastornos mentales graves no reciben tratamiento; la cifra es alta también en los países de ingresos elevados: entre un 35% y un 50%. Además, la OMS proyecta que para el año 2030 los problemas psicológicos serán la principal causa de discapacidad. Debido a que los problemas mentales impactan el día a día de las personas desde su desempeño en el trabajo, hasta cualquier actividad, como actividades estudiantiles, familiares, sociales, etc. 

Mientras la crisis se agudiza no hay una respuesta efectiva por parte de las autoridades, ni un plan para abordar el problema de manera integral. Y no es para menos, la creciente crisis evidenciada por el aumento en casos de depresión, ansiedad, suicidios, etc., es producto de la vida inhumana y de sobrevivencia a la que están sometidas las personas dentro del capitalismo. Ningún plan del Estado burgués es capaz de eliminar las causas materiales de los problemas de salud mental, porque hacerlo implica acabar con el capitalismo de raíz. Veamos a continuación como el sistema capitalista aplasta todas las aspiraciones individuales y colectivas llevando a las personas a un desesperante callejón sin salida. 

La enajenación en el capitalismo

En el modo de producción capitalista, la clase trabajadora está obligada a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario que apenas le alcanza para sobrevivir. En el proceso de producción, las y los trabajadores se ven cada día condenados a realizar tareas repetitivas que no aportan nada significativo a sus vidas, y las mercancías que producen no son para satisfacer sus necesidades básicas sino para incrementar las ganancias de sus jefes. 

Esto ocasiona que el trabajador no se sienta realizado en su lugar de trabajo y que no desarrolle ningún interés personal en la mercancía que ayuda a producir. Además, con los avances de la tecnología aplicados en la producción, el trabajo del obrero se descualifica, se hacen menos importantes sus habilidades individuales y sus actividades se hacen rutinarias y aburridas. Esto favorece el proceso de enajenación. 

Marx describe la enajenación o alienación como un proceso en el cual el trabajo es algo externo al trabajador. El trabajador no se afirma en su trabajo sino que se niega, su trabajo no es voluntario, es forzado, y el fruto de su trabajo no le pertenece a él sino a su jefe. Es decir, en el sistema capitalista el trabajador pierde el control de lo que produce, las mercancías, fruto de su  trabajo, son propiedad de los grandes capitalistas que las venden en el mercado para llenarse los bolsillos cada vez más. Esto hace que la clase trabajadora se sienta desconectada de su trabajo y del resultado. 

Esta condición de explotación, miseria y enajenación tienen profundas consecuencias en la salud mental de las personas, como Marx apunta, en el trabajo el trabajador ‘no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí’. (Marx, Manuscritos económico-filosóficos).

Ser ‘productivos’ para tener ‘éxito’

La ideología de la clase dominante alienta a las personas a ser ultra productivas para ser exitosas, esta idea, ha puesto de moda el multitasking o la auto explotación. A través de los medios de comunicación y las plataformas virtuales se bombardea constantemente haciendo creer que la felicidad sólo se consigue desde la individualidad, creando estándares inalcanzables o haciendo creer que la vida gira sólo entorno al trabajo, hacer plata, tener  familia, hijos, adquirir mayor estatus que permitirá algún día tener una mejor calidad de vida de la que se tiene actualmente. Lo que no dicen es que esto sólo es alcanzable para un pequeño porcentaje de población, que tiene los medios para costearse el nivel de vida que el otro porcentaje sueña. 

Los influencers ganan mucho dinero implantando ideas sobre que el éxito está en levantarse temprano, en trabajar lo suficiente para llegar a tener un buen puesto en el  trabajo, sudando la camiseta, trabajando horas extras sin remuneración, para poder ser el mejor en la empresa  y así lograr tener la estabilidad económica que tanto se desea, pero ¿qué pasa si aun con todo el esfuerzo que se hace no se alcanza lo esperado?  Un ejemplo podría ser el de la juventud, que trabaja y estudia, y aún no consigue los medios para independizarse, o los trabajadores que llegado el verano no pueden irse de vacaciones.

La ideología capitalista promueve ideas de productividad en beneficio de acrecentar las ganancias de los empresarios. El trabajador es visto como una máquina de hacer dinero y entre más dinero produzca para su empresa, más valor tiene: “eres valioso en tanto eres productivo, si no eres productivo o productiva el capitalista te desecha, detrás tuyo hay cientos esperando tu puesto de trabajo”. Debido a esta presión, muchos no se atreven a pedir permisos por incapacidad o tomar el tiempo total de sus vacaciones, e incluso están dispuestos a trabajar horas extras sin remuneración, llegando a volcar toda su vida al trabajo, y privándose de tiempo de ocio o con su familia. 

Cuando una persona se percibe improductivo por no llegar a las metas impuestas por su empresa, por ejemplo, se producen pensamientos de ser inútil o de estar desperdiciando la vida, esto puede llegar a atravesar muchas áreas de la vida cotidiana, haciendo que las personas se sientan como si estuvieran luchando por cumplir con las expectativas que les imponen, lo que puede generar una sensación de vacío e insuficiencia. Las personas que tienen empleos remunerados y son altamente productivas para el sistema capitalista suelen recibir reconocimiento. Sin embargo, esta valoración lleva a excluir socialmente a aquellos que no se ajustan a esta norma, como desempleados, jubilados, estudiantes, etc. 

Desigualdades económicas y acceso a la salud mental

En los últimos años, el capitalismo se ha encargado de hacer de la salud mental un negocio más, a través de la venta de antidepresivos, servicios psicológicos por medio de aplicaciones móviles, etc. Por otra parte, la terapia privada suele tener costos elevados que sólo una minoría puede costearse. Sin duda, la salud mental es una mercancía más dentro del sistema. La falta de acceso a los servicios de salud mental públicos y gratuitos hace que solo quienes tienen dinero puedan invertir en mejorar su salud mental. 

Al no poder acceder a ayuda profesional, algunas personas recurren a la automedicación o incluso buscar soluciones en internet, y esto solo empeora la situación. Con la ausencia de atención preventiva la mayoría de personas llegan incluso a enfrentar crisis graves que requieren hospitalización o tratamientos intensivos que serían mucho más costosos y emocionalmente difíciles de abordar. 

Sumado a esto, se tiene que lidiar con la ansiedad que genera el tratar de sobrevivir sin suficiente dinero para los gastos básicos, lo que ocasiona que las personas se endeuden cada vez más, ya que el salario no alcanza, pero ¿Qué pasa con  las personas que no tienen ni la suerte de poder tener un trabajo “estable”? América latina ha sido considerada como una región desigual, donde la mayoría de la población vive en el desempleo, según la OMS. De esta manera, la desigualdad generada por el capitalismo socava de múltiples formas la salud mental, y las soluciones que ofrece solo están pensadas, de nuevo, para generar ganancias a los empresarios.  

No hay solución bajo el capitalismo

Debido al incremento de la crisis de salud mental, el capitalismo ofrece servicios para mejorarla. Incluso algunas empresas se ven muy sensibilizadas con el tema y entre sus prestaciones ofrecen ‘atención psicológica gratuita’ a sus empleados. Y aunque creemos que esto puede ayudar, tiene sus limitaciones, porque se enfoca en soluciones individualistas lo cual resulta insuficiente.

Millones de jóvenes, que desde su infancia han sido testigos de conflictos persistentes, desastres climáticos y frecuentes crisis económicas, experimentan una profunda sensación de desesperanza en cuanto al futuro. Esta situación bajo el capitalismo no hace más que empeorar día con día. 

No hay solución bajo el capitalismo, porque el capitalismo es el problema. A medida que el sistema capitalista deteriora nuestras condiciones de vida, agrava la crisis climática y demuestra una gestión deficiente de la pandemia, un número creciente de trabajadores y jóvenes perciben que no hay perspectivas de mejora. La frase “no es depresión es capitalismo”, es real, y no pretendemos negar que la depresión sea real o que no exista, sino tratamos de advertir que no debemos olvidar que es el sistema de producción capitalista el causante de estos problemas. Este sistema no genera libertad sino control, lo cual provoca que nos sintamos agotados, cansados, desmotivados, por lo que muchas de las enfermedades mentales más comunes de hoy en día como el estrés, la ansiedad y la depresión son únicamente un síntoma de una enfermedad llamada capitalismo. El capitalismo genera padecimientos y niega posibilidades de tratarlos adecuadamente.

El socialismo y la salud mental 

El capitalismo genera padecimientos y niega posibilidades de tratarlos adecuadamente, buscando solo beneficios económicos, maximizando ganancias de la minoría, lo que implica para la gran mayoría, o sea la clase trabajadora, mucha más carga laboral para aumentar la productividad, estas cargas laborales y altas demandas en el trabajo llegan a tener un impacto negativo en la salud mental de la clase trabajadora.

Y esto se agrava más cuando las condiciones laborales no permiten a la clase trabajadora tener un equilibrio entre trabajo y vida personal, o cuando no se brindan recursos para abordar problemas de salud mental.

¿Cómo cambiaría esto en el socialismo?  En el artículo ¿Cómo será el socialismo? se menciona que: Trabajar bajo el socialismo sería trabajar para construir una sociedad en la que seremos libres de la necesidad del trabajo, se aspira a una redistribución equitativa de los recursos y la riqueza, lo que puede llevar una reducción de la jornada laboral y una mejora en las condiciones laborales, ya que la tecnología permitiría una mayor eficiencia en la producción, dando lugar a tiempo de ocio y actividades que fortalezcan la vida de las personas. 

Al trabajar menos horas, las personas tendrían más tiempo para descansar, para actividades recreativas y para dedicar tiempo a sus seres queridos, este equilibrio entre trabajo y tiempo libre reduciría el estrés y ansiedad que genera una jornada laboral excesiva. Las personas podrán invertir en su crecimiento personal, educación y búsqueda de pasiones, esto permitirá que mejore la satisfacción laboral y la salud mental, ya que se permitirá que trabajen en áreas que le apasionen.

Pero es verdad que no podemos esperar hasta el socialismo para sentirnos mejor, y por eso hacemos el llamado a todos y todas a que la única salida es la organización. Los comunistas no estamos esperando pasivamente el socialismo; estamos librando una batalla conjunta, llena de optimismo revolucionario, con una firme convicción de que la clase trabajadora no solo puede, sino que inevitablemente derrocará al capitalismo y erigirá el socialismo. Nuestro espíritu no se ve empañado por el pesimismo generalizado que permea la sociedad, ni sucumbimos a la falsa positividad que sostiene que el mero pensamiento optimista puede transformar el mundo. Nuestro optimismo es de naturaleza materialista, arraigado en la comprensión de las lecciones del pasado y en la confianza inquebrantable de que la revolución socialista constituye nuestro destino, pero nos exige organización y acción inmediatas.

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