Inviabilidad del reformismo en tiempos de crisis

Las crisis económicas, políticas y sociales son características inherentes en el capitalismo, debido a su manera anárquica de producir. El sistema capitalista lleva la crisis en sus entrañas. Aun así, a lo largo de la historia, cuando las crisis han golpeado duro la estabilidad del capitalismo, este ha podido echar mano de las guerras, de los recortes a los salarios, de aumentar la explotación, entre otros mecanismos, con el fin de salir bien librado y refuncionalizarse, y lo ha logrado, debido a que las pérdidas que las crisis han dejado se han superado a través de los mecanismos antes mencionados.

Sin embargo, cada vez ha sido más difícil para el capitalismo superar las crisis. La tendencia de las últimas décadas es: crisis más profundas y por tanto más difíciles de superar, ocurriendo una tras otra aumentando su magnitud ininterrumpidamente, no dando margen de maniobra para que el sistema se recomponga totalmente. Es decir, el capitalismo no ha salido de una crisis cuando ya se ha metido en otra peor.

Esto ha ocasionado que al sistema se le haya tornado imposible superar la crisis financiera del 2008, que lleva ya una década. Esta no tiene comparación con crisis anteriores, y en lugar de superarse se agudiza cada vez más, dejando efectos devastadores para la clase trabajadora a nivel mundial. Esta condición de crisis y caos incontrolado plantean la necesidad de superar al sistema decadente actual, lo cual solo podrá hacerse mediante una revolución socialista y la implementación de la económica planificada.

Ante este panorama, es tarea histórica de los partidos y los gobiernos de izquierda plantearse programas revolucionarios que le pongan fin, de una vez y para siempre, a esta problemática. Sin embargo, lo que hemos presenciado es totalmente lo contrario. Los dirigentes de los partidos tradicionales de la clase trabajadora se han replegado conformándose con aprobar “concesiones” o reformas que han podido arrancarles de las manos a los capitalistas, para poner un parche en las deplorables condiciones de vida del pueblo.

En tiempos de relativa prosperidad económica, por la lucha de la clase trabajadora, se ha logrado aumentar la inversión social, esto ha dado sostenibilidad a los programas sociales en los gobiernos. En Latinoamérica, particularmente, el incremento a la inversión social ha venido de la mano de los gobiernos de izquierda. En esta región a finales del siglo XX y entrado el nuevo siglo se dio un proceso conocido en la sociología como la “marea rosa”, donde partidos de izquierda llegaron al poder en diferentes países -Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia-. Se comenzaron a aplicar programas con reformas muy buenas en sí mismas, pero que lastimosamente no se planteaban ir más allá, es decir, avanzar hacia la revolución.

Las reformas generaron gran expectativa en el pueblo, quienes palpaban de primera mano cómo sus condiciones de vida cambiaban cualitativamente a través de estas. Pero no todo es color de rosa, las crisis del capitalismo han demostrado y están demostrando nuevamente que las reformas conseguidas en el pasado se vuelven inevitablemente en contrarreformas. La crisis ha obligado a estos gobiernos a recortar el gasto social, de allí que se recorte a los subsidios, a los más afectados por la crisis, o que no se amplíen más los programas sociales existentes.

Ante esta arremetida del capital en contra de los intereses de la clase trabajadora, las direcciones de los partidos obreros de masas han mostrado su incapacidad, una y otra vez, para plantearle a los trabajadores la necesidad de construir un programa anticapitalista. En su lugar, han tratado de mediar la situación a través de la vía parlamentaria, buscando la “correlación de fuerzas” en el parlamento y no con las masas trabajadoras en las calles, haciendo alianzas con partidos burgueses, no para defender los niveles de vida de los trabajadores sino para atacarlos, etc. A este mal característico de los partidos de línea socialdemócrata, en el marxismo se le conoce como: reformismo.

No es que los marxistas estemos en contra de las reformas, al contrario, defenderemos una reforma por mínima que sea si es para favorecer a la clase desposeída. Sin embargo, defendemos que estas reformas deben ser un medio para avanzar hacia el socialismo, y no un fin en sí mismo. En este camino se han perdido los dirigentes de los partidos de izquierda, piensan que la reforma -hacer al capitalismo más humano- es lo último a lo que la clase trabajadora puede aspirar. Cuando en realidad, para la emancipación verdadera que ponga fin a la explotación, se debe aspirar a cambios estructurales profundos que tengan como fin la transición hacia el socialismo.

Los dirigentes reformistas se han dado en los dientes una y otra vez, pues se ha comprobado que el reformismo sobre todo en tiempos de crisis es inviable. No hay otro camino, solo la revolución socialista nos sacará de la crisis y nos garantizará mejoras sostenibles para construir una sociedad diferente.

 

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