El papel del Estado en la pandemia – El fracaso del “libre mercado”

Por Roberto Zocato

Al contrario del dogma de los economistas burgueses de que el Estado no debe jugar ningún papel en la vida económica, el Estado se ha involucrado muchísimo en ella debido a la pandemia. El supuesto infalible libre mercado ha fallado y el sistema capitalista se sustenta gracias al enorme gasto de dinero público.

Esto ha puesto el Estado bajo el escrutinio incómodo de la clase obrera que se está dando cuenta de que aquél no es el árbitro neutral que protege los derechos de todos sino que defiende activamente la riqueza de la burguesía a coste de los trabajadores y la juventud. Además, es cada vez más evidente que el libre mercado es un sistema económico anárquico, caótico y no sostenible. Tenemos que reemplazarlo por una economía planificada bajo control obrero democrático que, dada la mayor implicación del Estado en la vida económica y social ahora, es aún más realizable.

La economía en la UCI

Antes de la pandemia la ley de oro del sistema capitalista era la supremacía del libre mercado y la intervención estatal más reducida posible en la economía. Nos guiaba “la mano invisible del mercado”, decidiendo automáticamente qué producir para satisfacer la demanda. Después de haber pasado por un año de pandemia y una crisis económica sin precedentes, que continúan, ¿qué escuchamos de estos mismos capitalistas sobre el papel que debe jugar el Estado?: ¡Socorro! ¡Ayúdanos a mantener a flote nuestros negocios!

Pero, según la llamada “teoría del mercado eficiente” ¿no deberíamos dejar quebrar las empresas que no son rentables? Lo que vemos es lo contrario. El gobierno central dispone de hasta 140 mil millones de euros para rescatar varias grandes empresas como AirEuropa, Duro Felguera y Halcón Viajes (entre otras). El hecho es que “se han desperdiciado océanos de dinero y ríos de sangre para evitar la pérdida de beneficios empresariales a corto plazo”. De no ser por la mano salvadora del Estado, el capitalismo español habría colapsado. Y no se ve un fin en el horizonte tampoco. El Estado está dando soporte vital al cadáver del capitalismo con un flujo interminable de dinero público hasta que la pandemia termine y la economía se recupere, pero no hay garantía de esto ni sabemos cuándo venceremos al virus.

La otra cara de la moneda es el dinero que ha gastado el Estado para atenuar el paro masivo. En los últimos 12 meses, 1 de cada 5 personas en edad de trabajar llegaron a estar en ERTE durante algún tiempo, un total de 3,6 millones de personas, y ha costado 22.300l millones de euros. Esta cantidad de dinero palidece en comparación con las enormes cantidades regaladas a las grandes empresas. El Estado usa los ERTEs para apaciguarnos porque teme más la movilización de la clase obrera llena de ira que al mismo virus. Pero este dinero no es dinero propio del Estado, sino dinero público sacado de los impuestos. El Estado español, como todos los Estados del mundo, está endeudándose hasta las cejas para mantener a flote el sistema capitalista. Pero se está preparando una crisis aún más profunda, y la cuenta va a pagarla la clase obrera en forma de nuevos recortes, ataques a derechos laborales, precariedad y austeridad.

El Estado no es neutral

En tiempos de paz y prosperidad el Estado no suele estar en el primer plano, y así es como lo prefieren los capitalistas. Prefieren que parezca un árbitro imparcial que existe por encima de la sociedad. Pero ahora el Estado, en cada rincón del planeta, ha sido obligado a entrar en la escena y actuar para rescatar la economía. A la vista, bajo el foco, la clase obrera tiene la oportunidad de escudriñar su gobierno, ver que no es neutral y observar quién es su amo; la burguesía.

El Estado no solo protege a la burguesía con paquetes de ayudas que apuntalan las industrias paradas. Se nota el tratamiento desigual en otros aspectos de su política. Por ejemplo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Ayuso, no ha invertido en rastreadores, ni PCRs, ni en más médicos en los centros de atención primaria, ni en más profesores para evitar aulas masificadas. En vez de esto, culpó a los barrios humildes de propagar el virus y confinó a su población mientras que los barrios ricos, como Salamanca, gozaba de libertad de movimiento. Pero algo aún más escandaloso que estas medidas es que Ayuso regaló a su amigo, y presidente de Real Madrid, Florentino Pérez el contrato para construir un hospital de emergencia que ha costado casi 300 millones de euros. Pero no contrató personal nuevo para este hospital sino que diezmó las plantillas de otros hospitales públicos para cubrir las plazas. Esto demuestra que siempre hay dinero para sus amigos y para comprar apoyo electoral, pero no hay dinero suficiente para luchar contra el virus.

Otro ejemplo es cómo los derechos de protesta han sido limitados con la excusa de la pandemia. La policía ha encarcelado al rapero Pablo Hasél y prohibió manifestaciones por su libertad, arrinconándolas, cargando contra los jóvenes con porras y multando a los participantes. Al mismo tiempo que reprime con toda la fuerza del Estado estas manifestaciones con la excusa de la pandemia, permite que grupos fascistas como Bastión Frontal se manifiesten sin ninguna restricción. Se ve claramente con estos ejemplos que el Estado no protege los intereses de la clase obrera y la juventud. El Estado nos dice que estamos en una guerra contra el virus y que estamos en el mismo barco con el objetivo de eliminar el coronavirus. Pero en sus acciones se observa que esta guerra no es nada más que lucha de clases, y que el Estado defiende a la burguesía económica y físicamente.

Supuesta guerra contra el enemigo invisible

Como bien dijo Alan Woods, dirigente de la CMI, en nuestra Escuela Marxista de Primavera: “si realmente estuviésemos en una guerra contra el virus, los gobiernos sin duda podrían movilizar todas las fuerzas y recursos por un tema, por un fin: derrotar el enemigo”. Pero cuando comparamos la situación económica de hoy en día con la de la Segunda Guerra Mundial vemos que el Estado intervino directamente en la economía, nacionalizó las industrias bélicas, planificó la economía y centralizó la producción para combatir el enemigo de la forma más eficaz posible, dentro de los límites del capitalismo.

En comparación, hoy en día tenemos un Estado ineficaz basado en una economía de libre mercado caótico, derrochador e incapaz de soportar la crisis y producir todo lo necesario para superar la pandemia. El Estado suplica a las grandes empresas que provean de EPIs, gel hidroalcohólico y respiradores. Por ejemplo, en marzo del año pasado en Reino Unido, al inicio de la pandemia, el servicio nacional de salud NHS solo tenía 5.000 respiradores, y Boris Johnson urgió a las industrias que ayudaran a producir 20.000 respiradores en 2 semanas, para atenuar la carencia de este equipo vital. Johnson abrió una línea directa para que las empresas llamaran si querían contribuir. Esto era totalmente patético. Pero el gobierno no puede obligar a la burguesía a producir nada porque es su representante político al que debe servir e incentivar con dinero público para llenar sus bolsillos. Nacionalizar estas industrias para proteger la salud de la población iría en contra del objetivo central del Estado: proteger los beneficios de la burguesía.

El Estado no tiene el control de la situación y tampoco tiene una solución a la crisis, más que tirar dinero desesperadamente. Ha actuado claramente en defensa de los intereses de la burguesía. En su declaración editorial de 8 de mayo de 2020 el Financial Times observó que:

“Salvo una revolución comunista, es difícil imaginar cómo los gobiernos podrían haber intervenido en los mercados privados –de trabajo, de crédito, de intercambio de bienes y servicios– con tanta rapidez y profundidad como en los dos últimos meses de cierres… De la noche a la mañana, millones de empleados del sector privado han recibido su paga de los presupuestos públicos y los bancos centrales han inundado los mercados financieros con dinero electrónico…Pero el capitalismo democrático liberal no es autosuficiente, y necesita ser protegido y mantenido para ser resistente”.

Dejamos al principal vocero de la prensa burguesa decirlo por nosotros mismos. El capitalismo no es capaz de mantenerse y requiere de la protección del Estado. Entonces, debemos acabar con este sistema podrido e ineficaz, en vez de mantenerlo con el dinero público extraído de la clase obrera y reemplazarlo con una economía socialista y un Estado obrero que provea todas las necesidades de la sociedad.

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