100 años de la Internacional Comunista y los sucesos de 1932 en El Salvador

 

El estudio de la historia para los marxistas no es opcional, de ella sacamos lecciones de los procesos sociales y revolucionarios que nos antecedieron, es como si tuviéramos la experiencia acumulada de años y años atrás. Esto nos permite evaluar los métodos y tradiciones de lucha utilizados por las clases oprimidas, y tomar para nosotros aquellas lecciones y métodos que son una verdadera herramienta para la organización de la clase trabajadora, y así mismo desechar las prácticas y teorías que se vuelven un freno para emancipación de los trabajadores.  

Para un análisis pertinente da la historia, hacemos uso del materialismo histórico, que no es más que la dialéctica aplicada a la historia. De esta forma vemos el pasado no como hechos aislados, sino como un proceso encadenado que va dando saltos a partir de la confrontación de fuerzas opuestas, surgiendo así nuevos escenarios, nuevos actores y nuevos procesos a los que se debe poner la atención requerida. Lo que nos ocupa en este momento son los sucesos de 1932 ocurridos en El Salvador, y como hemos dicho veremos las condiciones anteriores a los acontecimientos propiamente dichos y los posteriores efectos en la sociedad salvadoreña.

La expropiación de tierras comunales y ejidales

Después que la casa Bayer en Alemania lanzara a la venta las añelinas sintéticas, el añil salvadoreño perdió competitividad y las exportaciones cayeron estrepitosamente, se volvió necesario sustituirlo por otro producto que mantuviera a flote la economía del país. Este producto fue el café, que ya se cultivaba en Costa Rica y otros países. Desde su ingreso en El Salvador, el café se presenta como un negocio exclusivo de la oligarquía que controlaba buena cantidad de las tierras cultivables, y eran los únicos que tenían la capacidad económica de atreverse a sembrar las plantas de cafeto que daría su primera cosecha dentro de cinco años.

Las poblaciones indígenas y mestizas, que fueron explotadas durante tres siglos de coloniaje español no podían involucrarse en el negocio del café, más que como recolectores durante las cosechas, las cuales  se llevaban a cabo en los meses de noviembre a febrero, el resto del año se dedicaban a cultivar granos básicos para su subsistencia, labrando las tierras comunales que eran un vestigio de la organización indígena precolombina y que en alguna medida se mantuvo hasta que fueron usurpadas por los terratenientes. También existían las tierras ejidales, que eran territorios municipales administrados por las alcaldías y que tenían un uso público, generalmente para pastar ganado. Según el catastro de 1879 la extensión de los ejidos era del 22% del territorio nacional, y las tierras comunales comprendían un estimado del 40% del país.[1]

Durante la presidencia de Rafael Zaldívar (1876-1885) se modifica la tenencia de la tierra en el país, para lo que se aprueba una “reforma liberal” que en sus considerandos manifiesta:

“1º. –Que la industria agrícola es el manantial más fecundo de vida y prosperidad que posee la Nación, por lo que el legislador está en el imperioso deber de remover todos los obstáculos que se opongan a su desarrollo;

2º. –Que uno de esos principales obstáculos es el sistema ejidal, por cuanto anula los beneficios de la propiedad en la mayor y más importante parte de los terrenos de la República, que se hayan destinados a cultivos de ínfimo valor o abandonados del todo, por lo precario del derecho de sus poseedores, manteniendo a estos en el aislamiento y la apatía e insensibles a toda mejora”[2]

Y es así, como de la noche a la mañana los terratenientes salvadoreños se hacen dueños de las mejores tierras de cultivo, alegando que el sistema ejidal representaba un obstáculo para el desarrollo de la economía de la nación. Constituyendo de esta forma la oligarquía cafetalera que controlará el monopolio de las exportaciones de café. Para afianzar su dominio sobre cualquier territorio que no tuviere un respaldo legal, -que de hecho la mayoría de pequeños propietarios solo tenían papeles de la época de la colonia o cartas testamentarias que habían sido heredadas de generación en generación-, los latifundistas en colaboración con el gobierno de la época crearon mecanismos fraudulentos para apropiarse de territorios que no pudieron obtener con la expropiación. Un ejemplo de esto lo narra Schafik Handal en su libro El legado de un revolucionario:

“Junto con la Ley del Registro de la Propiedad Raíz se creó también una legislación para emitir Títulos Supletorios de Dominio, es decir, sustitutos del verdadero título. Cualquier personaje de poder se presentaba a un tribunal alegando que las tierras comprendidas en tales y cuales límites eran suyas, pero no tenía título de dominio. Entonces venía un procedimiento muy rápido: el juez ponía un papel pegado en la pared del juzgado, llamado edicto, diciendo que quien quisiera controvertir esa demanda, alegando ser el verdadero propietario, se presentara en un plazo determinado. Después de vencer ese plazo y de haber escuchado a unos testigos presentados por el demandante, por lo general falsos, el juez emitía su sentencia declarándolo propietario. Esa sentencia se convertía en Título Supletorio de Dominio y podía ser asentado en el registro, a partir de lo cual el Estado quedaba obligado a garantizarle la propiedad.”  

Este fue el proceso para la concentración de tierras en unas pocas familias que hasta el día de hoy controlan grandes extensiones de tierra rustica que fue usurpada a las comunidades indígenas, sobre todo de la zona occidental del país, precisamente donde tuvo más relevancia el levantamiento de 1932. 

Aunado a estas expropiaciones se aprueba una ley contra la vagancia, que en esencia obligaba a los campesinos sin tierra a trabajar en las nuevas haciendas cafetaleras; constituyéndose en colonos semi-feudales que vivían como siervos en las fincas, con el agregado que recibían un jornal equivalente a unos cuantos centavos de colón al día.

Las cofradías y su influencia en el pensamiento político de los indígenas

La organización social y religiosa de las comunidades indígenas se mescló con la cultura española y el catolicismo como religión oficial. Las cofradías fueron organizaciones religiosas que aglutinaban a cientos de feligreses que celebraban fiestas cristianas con cierto arraigo precolombino. La Iglesia toleró ciertas prácticas ancestrales para que el cambio de religión no fuera tan brusco y hubiera una menor resistencia.

Paralelo al alcalde oficial siempre era nombrado un alcalde “del Común”, quien era elegido entre los indígenas para dirigir los asuntos internos y ser el representante de la comunidad, además nombraba ciertos caciques y mayordomos encargados de las cofradías. Estos líderes comunales eran respetados entre los indígenas, llegando al punto de ser referentes en temas políticos y sociales. Para 1932 un cacique muy influyente fue Feliciano Ama en Izalco, quien tuvo la autoridad para movilizar a una gran cantidad de indígenas durante las elecciones municipales de 1932. Muchos líderes políticos trataban de cooptar a Feliciano Ama hacia sus partidos para tener el apoyo de las cofradías indígenas, sin embargo, el apoyo del cacique y sus seguidores fue para el naciente Partido Comunista Salvadoreño (PCS), quien realizaba trabajo de agitación en las comunidades rurales, en las fincas y haciendas.

Los indígenas vieron en el PCS un instrumento para mejorar sus miserables condiciones de trabajo. Los partidos y candidatos anteriores no habían cumplido la tan anhelada reforma agraria, con la que se pretendía restituir parte de las tierras expropiadas anteriormente.

La crisis de 1929

Uno de los factores que abonó al fermento social de la época fue la gran depresión del 29, esta fue una crisis característica del sistema capitalista, que puso a temblar todo el sistema financiero de occidente. Es una de las páginas más negras de la historia del capitalismo reciente, de la cual los economistas burgueses prefieren no hablar o desvían la atención, porque demuestra que el actual sistema no es capaz de sostenerse sin recaer en constantes crisis producto de la sobreproducción y la especulación que se general a partir de la lógica anárquica del mercado  bajo las presentes relaciones de producción.

Durante los años 30 en EE.UU. se produjo un absoluto colapso, cuando en bolsa de valores el precio de las acciones se desplomó, y luego se derrumbó la economía estadounidense en todas sus áreas. La gente se apresuró a retirar su dinero de los bancos, las colas en los bancos eran inmensas, todos querían sacar su dinero, unos lo lograron y otros lo perdieron. La mitad de los bancos estadounidenses cerraron, la gente no tenía ingresos, ni capacidad de pagar las deudas contraídas, se paralizó casi la totalidad de la construcción privada, los ferrocarriles en su mayoría detienen operaciones; millones de norteamericanos, hombres, mujeres y niños hacen fila bajo el frio en los comedores de beneficencia y el desempleo llegaba a los 15 millones de desocupados.

Con el desarrollo de la globalización, la crisis en un país imperialista inevitablemente afecta a todas las economías dependientes de este, generando reducción en las exportaciones e importaciones. Esto fue lo que sucedió durante la década de los años 30 del siglo pasado, y solo se logró la recuperación económica hasta que el Estado salvó a clase burguesa inyectándole fuertes cantidades de dinero del erario público.

El salvador por ser un país dependiente tuvo repercusiones graves a raíz de la crisis, sus exportaciones de café bajaron, porque los países desarrollados no tenían la misma capacidad adquisitiva. El precio del café cayó a nivel internacional: en 1928 el quintal se vendía a $20 y en 1932 a $7, en el mismo periodo las exportaciones descendieron de $23 millones a $6 millones.[3] Esto representó una reducción en los ingresos del Estado a través de la recaudación fiscal y bajas ganancias para la oligarquía cafetalera, la cual prefirió que la cosecha se perdiera en los arboles antes que seguir pagando salarios en tiempos de crisis.

El mayor golpe lo recibieron los obreros y campesinos, que habían sido despojados de sus tierras de cultivo y con la crisis se quedaron sin trabajo.

Influencia internacional en el país

La revolución bolchevique en Rusia fue un acontecimiento inspirador para todos los pueblos del mundo. En 1917 los obreros se toman el poder en Rusia, demostrando que es posible gestionar las cuestiones políticas, económicas y sociales por parte de los trabajadores organizados. Los partidos comunistas surgieron en cada país como instrumentos de lucha para dirigir las acciones revolucionarias de las masas explotadas, que buscaban cómo liberarse de la dominación imperialista y de la explotación capitalista. En América latina se empezó a hablar de aquellas ideas revolucionarias que les permitieron a los bolcheviques en rusos la organización necesaria para la toma del poder.

Desde Panamá llegaba a El Salvador la revista “Submarino Bolchevique”, la cual llevaba consigo las semillas de la revolución. La prensa burguesa en un esfuerzo de desestimar la Revolución Rusa, dedicaba un gran esmero a la publicación de propaganda en contra de dicha revolución, no obstante, esta propaganda tuvo un efecto contrario al que se esperaba, pues las calumnias y criticas solo generaron un mayor interés en los obreros por conocer de Rusia, de los bolcheviques y de sus ideas. Sobre esto comenta Miguel Mármol en su testimonio a Roque Dalton lo siguiente: “la propaganda contraria a la revolución rusa la había puesto de moda y había aparecido en el mercado local una serie de productos estilo bolchevique: caramelos bolcheviques, pan bolchevique, zapatos bolcheviques, etc.”[4].

Las ideas de la revolución calaron muy hondo en la conciencia de miles de obreros explotados en las fincas y en la naciente industria salvadoreña, dichas ideas representaban un arma muy poderosa para la liberación de este sufrido pueblo que las empuño con decisión de vencer. Y no solo el pueblo salvadoreño, sino muchos países de Europa y Latinoamérica estaban en un estado de convulsión que desembocaría en levantamientos por todo el globo, y cada alzamiento daba más inspiración a los campesinos y obreros en el salvador, como explica Mármol refiriéndose a los años veinte:

“si a esto sumamos que en la época se había dado una situación internacional francamente inspiradora para la clase trabajadora y para todos los pobres en general (con los ejemplos de la gran revolución burguesa de México, de tan hondo contenido antiimperialista en sus orígenes y primera etapa de desarrollo; la gran Revolución de Octubre en Rusia; la revolución y sus peripecias en Alemania; las tomas de fábricas de los obreros italianos; el auge proletarista en España, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, etc.) se comprenderá que desde entonces el país se encontrara metido de lleno en una situación conflictiva de carácter objetivo que no tuvo para entonces salida. Pero la acumulación de esa tremenda presión tenía por lógica histórica que buscar su cauce de salida más tarde”.[5]

Y la historia lo confirmó, toda esa acumulación cuantitativa desencadenó en una situación cualitativa, como lo explica la dialéctica: cada acontecimiento agregaba un grado más de presión a la realidad social y política; la expropiación de tierras, los malos salarios en las fincas, la crisis financiera global y la continua represión hacia los obreros se transformó en una insurrección de masas que no pudo ser contenida en el marco de las luchas tradicionales que se habían realizado hasta la fecha.

Entre los pioneros de las ideas comunistas en El Salvador está Farabundo Martí, (hijo de un hacendado acomodado), que prefirió luchar por la causa de los explotados y que llegó a ser dirigente del Socorro Rojo Internacional (SRI), que era una organización de solidaridad internacional con presos y heridos, etc. Farabundo, gracias a la posición de su padre ingresa a la universidad, donde estudió jurisprudencia y ciencias sociales, sin embargo, no terminó sus estudios debido a sus múltiples encarcelamientos y destierros, producto de sus actividades organizativas entre los obreros y campesinos. Era un lector apasionado de los textos clásicos del marxismo, y como dato curioso, según el historiador Thomas R Anderson: “Por esos días Martí llevaba en la solapa una estrella roja con la efigie de León Trotsky […] sería justo decir que el carácter de Martí se parecía mucho más al de Trotsky que al de Stalin.”[6] Lo que significa que Farabundo comprendía la degeneración que estaba sufriendo el tierno estado soviético a manos de Stalin, quien controlaba la Unión Soviética y La Tercera Internacional, y se negó a enviar el armamento militar que en su momento solicitaron los comunistas salvadoreños.

Organización de la clase obrera y campesina

Con el surgimiento de clases asalariadas en el país, ya sea urbanas o agrícolas, también se constituyeron organizaciones que luchaban por reivindicaciones laborales. Una de las organizaciones que aglutinó a una gran cantidad de trabajadores fue la Federación Regional de Trabajadores Salvadoreños (FRTS), conocida como la “La Regional”. El papel de dicha organización en las fincas fue exigir mejores condiciones para los colonos, quienes vivían en condiciones de miseria permanente. Su salario diario era de treinta centavos de colón, más el “rancho”, comprendido en un par de tortillas y un puñado de frijoles. En muchas fincas no se pagaba con moneda de curso legal, en su lugar se utilizaban fichas de lata, con las cuales se podía comprar únicamente en las “tiendas de raya” que eran administradas por los dueños de las fincas. Contra todas estas medidas contrarias a los intereses de los campesinos es que luchaba la FRTS en el campo, y en la ciudad organizaba a los sindicatos de los obreros que trabajaban en talleres de zapateros, panificadores, sastres, etc.

En 1930, con influencia de agitadores internacionales, es fundado el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), quien inicia la tarea de concientizar a los trabajadores sobre su condición de explotados y planteaban la lucha revolucionaria como la única garantía de cambiar la realidad económica y social para la clase obrera salvadoreña. 

Uno de los dirigentes comunistas que se destacó en el trabajo organizativo fue Miguel Mármol, miembro fundador del PCS, y que por su actividad entre los obreros fue capturado y fusilado durante la insurrección, sin embargo, sobrevivió de forma sorprendente después de convalecer durante días. Luego continuó su tarea de organizar a los trabajadores en torno a las luchas más sentidas de la época.

Inicia la represión por parte del Gobierno

Las demandas económicas y sociales exigidas a los gobiernos de turno fueron reprimidas por los cuerpos armados del Estado, y las contradicciones de intereses entre la oligarquía y los campesinos se agudizaban con el paso del tiempo. El general Martínez, -quien se instaló en el poder a través de un golpe de Estado en contra de Arturo Araujo-, desde su llegada al poder gobernó con represión militar, para lo que se creó la Guardia Nacional, con el objetivo de contener el descontento en la zona rural.

En 1932 se convocaron elecciones para alcaldes y diputados, a realizarse en el mes de enero. Se anunció que se permitiría la participación de todos los partidos, incluyendo al recién fundado PCS. Esta libertad política no tenía como objetivo el fortalecimiento de la democracia, sino que buscaba conocer quienes integraban las filas del PCS, pues en esa época para poder votar se creaban listas de electores en las alcaldías y se colocaba el partido al que pertenecía, además la votación se hacía a viva voz y no en secreto como ahora. Dichas listas fueron una herramienta valiosa durante la represión posterior en contra de los comunistas insurrectos.

Las masas de obreros y campesinos decidieron apoyar las candidaturas del PCS, participando en las elecciones como la única vía legal de incidencia en la época. El partido se dio la terea de canalizar el descontento de las masas explotadas hacia la huelga general, que era la consigna central del partido en caso de que se realizara fraude en las elecciones. La consigna de la huelga se anteponía a la idea de un levantamiento improvisado por las masas descontentas.

El gobierno de Martínez buscaba provocar a los campesinos durante el día de las elecciones, para generar actos de violencia y tener una excusa para reprimir a los campesinos y obreros. Al ver el caudal de votantes que se presentó a las urnas respaldando las candidaturas del PCS, el Gobierno suspende las elecciones, alegando argumentos injustificables. Este hecho indignó a los campesinos, quienes iniciaron las huelgas en las fincas el mismo día. Los dueños de la finca embriagaron a los miembros de la Guardia Nacional que habían sido enviados a patrullar la zona, en este estado dieron muerte a uno de los dirigentes de la huelga e hirieron a otros más, los campesinos por su parte respondieron de la misma forma dejando un saldo de 14 guardias ajusticiados al final del día. A partir de esto la represión gubernamental se multiplicó contra los campesinos e indígenas organizados.

La tradición de lucha en el pueblo salvadoreño es vasta, y siempre ha resistido ante los invasores, imperialistas y explotadores. Los deseos de emancipación de este sufrido pueblo han esta presentes en todo momento. El pueblo siempre busca agotar las opciones legales y pacificas que tiene a la mano, como quedó demostrado en la participación electoral en las elecciones de 1932. Sin embargo, la represión recibida obligó a las masas a sacar conclusiones mucho más radicales, estaba claro que los resultados de las elecciones no serían reconocidos tras la contundente victoria de los comunistas en muchos municipios y ciudades importantes como: Santa Tecla, Ahuachapán, Sonsonate, Colón, Teotepeque, entre otros municipios más. Incluso, después de esta clara traición al pueblo, el PCS intenta dialogar con el Presidente de la Republica, el General Martinez, quien se excusa y manda en su lugar a un representante para hablar con la delegación del PCS sin llegar a ningún acuerdo.

La insurrección armada

Como se ha explicado antes, el proceso social que desembocó en el levantamiento popular, tiene hondas raíces en la historia del pueblo salvadoreño. El descontento se fue acumulando gradualmente, desde la expropiación de tierras, las malas condiciones a las que fueron sometidos los campesinos en las fincas, los bajos salarios, la represión gubernamental y finalmente el fraude electoral en las elecciones a alcaldes y diputados en 1932, que produjo el punto de inflexión en la acumulación cuantitativa y dio paso al salto cualitativo expresado en la decisión de llevar a cabo la insurrección armada.

Los obreros y campesinos comprendieron que la vía electoral, es un callejón sin salida, que al ser una extensión del Estado burgués está diseñada para crear una ilusión de participación y de igualdad. La historia ha demostrado en repetidas ocasiones la falsedad de esta idea, sobre todo en una época de dictaduras militares y de golpes de Estado.

Las masas de trabajadores de las haciendas, en su mayoría de origen indígena, estaban resueltas a llevar la lucha sus últimas consecuencias, y había sido el PCS quien los había llamado a desistir de la insurrección en previas ocasiones para evitar un baño de sangre, ante la clara desventaja de los campesinos armados con machetes, ante el ejército de Martínez. Sin embargo, las opciones se agotaban y ante el inminente levantamiento, el Comité Central (CC) del PCS, decide tomar la dirección del movimiento y coordinar las tareas militares que en lo sucesivo serian inaplazables. Con la participación o no del PCS la insurrección sería un hecho, por lo que el partido interviene para encausar la rebelión hacia la toma del poder por parte de los trabajadores.

Una vez tomada la decisión, se inician los preparativos para la insurrección armada, nombrando Comandantes Rojos que recibirían órdenes directas del CC. Dentro de la sociedad salvadoreña había muchos sectores descontentos con el gobierno de Martínez, obreros, campesinos, intelectuales y hasta ciertas facciones del ejército. Parte del plan inicial era que se sublevaran los cuarteles de Sonsonate y Ahuachapán, motines en el cuartel de Santa Tecla y el Sexto Regimiento de Ametralladoras, también se tenían contactos en la guarnición de aviación de Ilopango.

Muchos de estos contactos los manejaba casi exclusivamente Farabundo Martí, quien pasó a desempeñar un papel de secretario general del partido en aquellos momentos. La insurrección estaba programada para el 16 de febrero de 1932 a las cero horas, sin embargo, se fue posponiendo para el 19 y luego para el 22 del mismo mes, con la idea de ganar más apoyo dentro de los cuarteles en los que se tenía un trabajo de concientización por parte del partido. Con cada aplazamiento de la insurrección el gobierno ganaba más terreno y obtenía más información de los planes que se fraguaban al interior del movimiento de masas. Pronto el gobierno dio con el escondite de Farabundo y fue capturado junto con otros organizadores claves. A partir de ese momento la insurrección había sido descabezada; se perdió el control de la dirección sobre las masas y el gobierno había decretado estado de sitio, autorizando la represión abierta contra todos los militantes comunistas.

Dentro del CC se valoró la posibilidad de suspender la insurrección, pero ya era demasiado tarde, los campesinos no accederían a un aplazamiento más, ni mucho menos a la suspensión de la gesta con la que pretendían liberarse de la dominación y explotación de los terratenientes. Los días fueron pasando y no se tenía claridad de lo que implicaba la insurrección en sí. El partido orientó a las masas hacia una huelga general que en su momento se transformaría en un levantamiento en armas. Llegado el día no se tenía un plan militar elaborado y el PCS participó solamente para no dejar a las masas a su suerte.

En su testimonio Miguel Mármol, quien era miembro del CC de aquel momento, narra lo siguiente:

“Ya para ese terrible 22 de enero el enemigo nos había cogido la iniciativa: en lugar de un partido que estaba a punto de iniciar una insurrección, por lo menos en lo que se refería al aparato de cuadros de San Salvador, dábamos el aspecto de un grupo de desesperados, perseguidos y acosados revolucionarios. De un momento a otro se abandonó prácticamente el trabajo y todo el mundo trató de ponerse a salvo de la represión desatada. El enemigo no esperó nuestra famosa Hora Cero para iniciar sus acciones militares contrarrevolucionarias. A los pocos camaradas que en San Salvador manteníamos contactos mutuos a nivel cercano a la Dirección nos comenzaron a llegar noticias del inicio de la lucha en diversos lugares. Cuando esas noticias se referían a lugares que no estaban considerados por nosotros como zonas de operaciones, era evidente que había sido la provocación del Ejército lo que había hecho que la masa reaccionara con violencia, dando excusa para proceder a su completa liquidación.”[7]

Los campesinos por su parte iniciaron las acciones militares, sobre todo en la zona occidental del país. Armados en su mayoría con machetes y unas escasas armas de fuego ingresaron en las ciudades, tomándose los puestos de la Guardia Nacional y la Alcaldía, en otros casos las oficinas del telégrafo y pasaban a incendiarlas para cortar la comunicación del Gobierno. Intentaron apoderarse de los cuarteles y sus armas en Ahuachapán y Sonsonate, pero la superioridad de las armas del ejército barrió con las masas de campesinos alzados.

Ciertos municipios fueron controlados por los campesinos durante pocos días, incluso se conformaron Soviets, como órganos de dirección del pueblo, uno de estos caos fue Juayúa, donde la bandera roja ondeo durante tres días. Otros pueblos bajo control de la insurrección fueron: Tacuba, Ataco, Salcoatitán, Colón, Sonzacate, Turín y San Julián. Sin embargo todos fueron reprimidos por el ejército, la Guardia Nacional e incluso por “Guardias Cívicas”, que eran grupos de civiles armados, dispuestos a colaborar con las tareas de exterminio de los campesinos.

Como se puede apreciar, la insurrección fue un conjunto de alzamientos aislados, sin un plan sistemático para la toma del poder, como se había planteado en un inicio por el PCS. Los campesinos e indígenas en el occidente del país asumían que acciones similares se estaban desarrollando en el resto de municipios incluyendo San Salvador, lo cual nunca sucedió.

La represión del Gobierno de Martínez

Con el pretexto de reestablecer el orden se decretó el estado de sitio y se inicia la persecución y asesinato de todos los militantes comunistas, los campesinos organizados e indígenas en general, recordemos que los indígenas mantenían lazos de unidad muy fuertes y su afiliación al PCS se había realizado de forma grupal, en una clara excepción a la forma tradicional. Por ello durante la represión un indígena era sinónimo de comunista y por lo tanto debía ser eliminado, por el simple hecho de ser indígena. Como lo confirma el trabajo investigativo de Thomas R. Anderson, en el que plasma lo siguiente:

“En los alrededores de Izalco empezó una redada de sospechosos. Como, a excepción de los dirigentes, la mayor parte de los rebeldes no se podían identificar con facilidad, se establecieron las más arbitrarias clasificaciones. A todos los que se les encontraba portado machete se les consideraba culpables. Todos aquellos que tenían fuertes rasgos de raza indígena, o que vestían los sucios trajes de manta de los campesinos, eran culpables. Para facilitar la tarea se invitó a todos aquellos que no habían participado en la insurrección a que se presentaran a la comandancia para obtener salvoconducto. Cuando llegaron fueron examinados y los que presentaban las características arriba mencionadas, fueron apresados. Les ataron los dedos pulgares por la espalda, según la costumbre salvadoreña, y luego amarrados en fila uno tras otro, fueron llevados en grupos de 50 al muro posterior de la iglesia de la Asunción en Izalco y allí fueron abatidos por los pelotones de fusilamiento.”[8]

Este procedimiento se llevó a cabo en todos los pueblos de la zona occidental, y de esta forma de eliminó la mayor parte de las comunidades indígenas del país, y quienes no fueron eliminados se vieron obligados a ocultar su cultura, su idioma y su vestimenta. Hasta el día de hoy quienes mantiene viva la tradición indígena, al finalizar sus ceremonias ancestrales entierran todos los elementos utilizados a fin de no dejar huella del hecho, como se hizo a partir de la persecución.

La represión se extendió durante varios días y se cree que el número de masacrados asciende a más de 30 mil, entre hombres, mujeres y niños. Todos acusados de actividades comunistas. Cabe resaltar que el actual partido ARENA, inicia su campaña electoral precisamente en Izalco, para recordar su determinación de liquidar la causa comunista como la oligarquía cafetalera lo hizo en 1932.

El papel de la Tercera Internacional

Como sus dos antecesoras la Internacional Comunista (IC), nació con el objetivo de organizar la revolución mundial, durante sus primeros cuatro congresos su trabajo se dirigió en ese sentido, en fundar los partidos comunistas que iban a dirigir a las masas obreras y campesinas a la toma del poder, como en Rusia durante 1917. Pero luego de la muerte de Lenin, la IC inicia un proceso de burocratización y poco a poco se fueron olvidando las resoluciones de los congresos anteriores. Llegando al grado de sustituir el internacionalismo proletario por la reaccionaria teoría del “socialismo en un solo país”, planteada por Stalin. A partir de entonces la IC pasó a ser un instrumento que vino a frenar la revolución mundial.

Miguel Mármol narra la forma en que fue abandonado el PCS y que en ningún momento tuvieron el respaldo de la IC, como  lo explica en el siguiente pasaje:

A la Internacional Comunista no  le cabe en los sucesos del año 32 en El Salvador otra responsabilidad que la de haber sido el marco histórico-mundial proletario en el cual se movía nuestro Partido. […] Tampoco es cierto que la Unión Soviética o la Internacional nos proporcionaran cuantiosos medios económicos para hacer la insurrección. La única y escasísima ayuda económica que durante algún tiempo recibimos fue a través del Socorro Rojo Internacional y para eso que no pasaba de cincuenta dólares al mes, ayuda destinada a las familias de los caídos en la represión, a la defensa de los presos, etc. Si hubiéramos recibido de fuera grandes cantidades de dinero, o armas, etc. de seguro que hubiéramos puesto a parir por mucho tiempo al Gobierno del General Martínez y no nos hubiera caído tan destructivamente la acción reaccionaria.[9]

Así queda demostrado el papel indiferente y nefasto que jugó la IC en el proceso revolucionario de El Salvador. Negando cualquier tipo de apoyo en el momento en que la clase obrera se dispuso a enfrentar al Gobierno reaccionario de la época. Dejando al PCS a merced de la represión que lo mutiló hasta casi desaparecerlo, el cual sobrevivió solo con el sacrificio y entrega de militantes entregados a la causa de la revolución, como lo fue el mismo Mármol, a quien Roque Dalton describe como la encarnación prototípica del dirigente obrero y campesino comunista latinoamericano de lo que suele llamarse la “época clásica”, la “época heroica”.

La lucha sigue

La historia nos muestra una y otra vez que los procesos revolucionarios son producto de una acumulación creciente, como la que se genera bajo la superficie entre las placas tectónicas, y que irrumpe de forma sorpresiva generando enormes sacudidas. Esto significa que nuevas crisis en el sistema capitalista actual producirán futuros enfrentamientos entre las clases opuestas. No porque nosotros lo digamos, sino porque las crisis son inherentes al sistema desigual y obsoleto que impera en el mundo. Lo podemos comprobar en nuestro caso pasando revista por diversos levantamientos a lo largo del tiempo: Anastasio Aquino en 1833, la insurrección en 1932, la guerra de guerrillas en la década de los años 80, por mencionar algunos de los más conocidos. Y así sucesivamente, la historia parece repetirse, sin embargo, cada nueva lucha se da en un plano superior, con una claridad mayor a partir de las experiencias pasadas.

Esto nos obliga a prepararnos teórica y organizativamente para saber dirigir el proceso revolucionario en su momento, sobre las consignas que nos permitirán transformar la sociedad de forma estructural y no solo superficialmente como lo plantean los reformistas, quienes en muchas ocasiones han traicionado al movimiento de las masas y han negociado con los enemigos de clase, preparando las condiciones para una arremetida reaccionaria de la clase dominante.

Por otra parte debemos fortalecer la organización internacional, con miras a la solidaridad entre los pueblos hermanos. Hemos visto claramente el fracaso de la teoría del socialismo en un solo país; con lo que queda probada la superioridad teórica de su antítesis, la Revolución Permanente, formulada por León Trotsky y llevada a la practica en octubre de 1917, y que luego inspiró a miles de trabajadores, campesinos e indígenas en todo el mundo, entre ellos los que ofrendaron su vida en 1932.


[1] Brignoli, H. (2001). La rebelión campesina de 1932 en El Salvador. En El Salvador, 1932(p. 30). San Salvador, El Salvador: Direcciones de Publicaciones e Impresos.

[2] Decreto Legislativo del 2 de marzo de 1882, publicado en el Diario Oficial No. 62, Tomo No. 12, del 14 de marzo de 1882

[3] Equipo Maíz. (2008). Vida de Farabundo Martí. p. 22.

[4]Dalton R. (2007). Miguel Mármol Los sucesos de 1932 en El Salvador. Bogotá, Colombia: Ocean Sur. p. 53.

[5] Ibid, p. 70.

[6] Anderson, T. (2001). El Salvador, 1932. San Salvador, El Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos. p. 116

[7] Dalton R. (2007). Miguel Mármol Los sucesos de 1932 en El Salvador. Bogotá, Colombia: Ocean Sur. pp. 189-190.  

[8] Anderson, T. (2001). El Salvador, 1932. San Salvador, El Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos. p. 247.  

[9] Dalton R. (2007). Miguel Mármol Los sucesos de 1932 en El Salvador. Bogotá, Colombia: Ocean Sur. p. 228.

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