Perú: las elecciones presidenciales revelan una profunda polarización social y política

A pocos días de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú, Pedro Castillo tiene una ventaja muy estrecha sobre su rival, Keiko Fujimori. La elección revela la enorme polarización política en el país andino, que ha sido devastado por la pandemia de la COVID-19.

Pedro Castillo es un maestro de primaria que se hizo conocido como dirigente nacional de la huelga de 2017 al frente de un comité nacional que desafió a la burocracia sindical, y ahora es el candidato de Perú Libre, un partido que se describe a sí mismo como marxista-leninista-mariateguista. Keiko Fujimori es la demagoga derechista, hija del ex presidente y dictador Alberto Fujimori.

Estas elecciones reflejan gráficamente la profunda crisis de régimen en el Perú, donde los últimos cinco presidentes han sido imputados ​​o encarcelados por corrupción. Al mismo tiempo, las elecciones expresan una profunda polarización política y de clases. Los medios de comunicación y la clase dominante han lanzado una campaña histérica de terruqueo acusando a Castillo de ser un títere de Sendero Luminoso y agitando el fantasma del comunismo. Su adversaria, Keiko Fujimori, representa la demagogia derechista y aunque no representa directamente los intereses de la clase dominante, esta se ha unido en su apoyo ante la amenaza que representa Castillo.

Esta polarización es el resultado de la profunda crisis económica y la enorme disparidad de la riqueza, en un país rico en recursos naturales, particularmente mineros. En 2020, el PIB cayó un 11,1% y ha habido ya casi 190.000 muertes por la COVID-19, la peor tasa de mortalidad y de exceso de mortalidad del mundo.

El lema de Castillo de “no más pobres en un país rico” claramente conecta con los sectores más pobres de la sociedad, los trabajadores (la inmensa mayoría de los cuales están en la informalidad), los campesinos, los pobres de las zonas rurales y urbanas.

Su campaña se ha centrado en la cuestión de renegociar los contratos con las multinacionales mineras, de manera que el Perú sea el principal beneficiario de la riqueza extraída de su suelo y que estos ingresos puedan destinarse a programas sociales, principalmente educación. También ha amenazado con nacionalizar las multinacionales si se niegan a renegociar dichos contratos.

El otro eje central de su campaña ha sido la cuestión de la convocatoria de una Asamblea Constituyente, algo que las masas ven como una forma de introducir un cambio fundamental, además de una oportunidad para deshacerse de la actual Constitución, redactada bajo la dictadura de Fujimori.

Castillo comenzó la segunda vuelta de las elecciones con una ventaja de 20 puntos sobre Fujimori, con esta última solo disfrutando de una ventaja en Lima y entre los estratos sociales A y B, los de mayor renta. El combativo profesor, por su parte, gozaba de una ventaja masiva entre los grupos más pobres, CDE, así como en el norte, sur y este del país, y una ventaja enorme de 40 puntos en las zonas rurales más pobres e indígenas.Las encuestas reflejan una enorme polarización de clase entre ambos candidatos.

Desde entonces, esa ventaja de Castillo se ha reducido significativamente. En la encuesta de opinión más reciente, Castillo aventaja a Fujimori por solo 2 puntos (42-40), con un 10% de intención de voto nulo y un 8% de indecisos. Fujimori sigue liderando en Lima (57% a 24%), mientras que Castillo tiene una ventaja decisiva en el interior (52% a 30%), con liderazgos masivos en las regiones centrales (54% a 22%) y particularmente en el sur más pobre ( 72% a 18%).

La reducción de la ventaja de Castillo en las encuestas fue en parte el resultado de la campaña histérica en su contra por parte de todos los medios de comunicación y la clase dominante, incluyendo vallas publicitarias en Lima que decían «Comunismo es pobreza», «El socialismo lleva al comunismo», etc. Un frente unido de todos los partidos burgueses se ha alineado contra Castillo, con figuras como el premio Nobel Vargas Llosa (que siempre se había opuesto a Fujimori) diciendo que votar por Keiko es “la única forma de salvar la democracia”.

La clase dominante está claramente en pánico por una posible victoria de Castillo por dos razones. En primer lugar, porque, a pesar de las limitaciones de su programa, este plantea la cuestión central de quién debe beneficiarse de la riqueza del país y desafía el poder de las multinacionales mineras. En segundo lugar, porque la campaña de Castillo ha articulado las aspiraciones de la clase trabajadora y los pobres del país, los sectores más oprimidos de la sociedad, dando una expresión política a su ira acumulada y odio de clase. La clase dominante teme que una vez que estén en movimiento, será muy difícil contenerlos.

Desafortunadamente, en respuesta a esta campaña de ataques de la clase dominante, Castillo ha intentado presentar una cara más moderada y “responsable”, modificando algunos de sus compromisos anteriores más radicales y diluyendo parcialmente su mensaje. Esto dio la impresión de un candidato vacilante, que probablemente le hizo perder algún apoyo entre su propia base inicial y no le ganó ningún apoyo entre los indecisos.

A medida que se acercan las elecciones, la ventaja de Castillo en las encuestas se ha reducido a menos de 2 puntos porcentuales, un empate técnico. Su campaña ha logrado movilizar grandes concentraciones fuera de Lima, pero también entre la clase trabajadora de la capital y en los barrios pobres. Ha habido grandes manifestaciones contra Fujimori y el legado mortal de su dictadura, y la principal confederación sindical CGTP, así como los demás partidos de izquierda, se han pronunciado decisivamente a favor de Castillo.

El resultado final de la elección es imposible de predecir, pero si Castillo ganara sería una elección histórica. El programa de Castillo se basa en gran parte en la idea de renegociar los términos de los contratos mineros con las multinacionales y, si se niegan, nacionalizarlas, para que sus ingresos puedan ser utilizados en programas sociales (educación, salud, etc.) . A pesar de la retórica marxista del partido (al que él es solo un recién llegado), el programa es nacional-capitalista, con llamamientos a los capitalistas nacionales a trabajar para desarrollar el país y una oposición ficticia entre las multinacionales depredadoras y los capitalistas nacionales productivos y desarrollistas. Perú Libre toma como ejemplo los gobiernos de Correa en Ecuador y de Morales en Bolivia. Incluso dejando a un lado sus limitaciones, esos gobiernos presidieron durante un ciclo de altos precios de las materias primas que les permitió, temporalmente, cierto margen de maniobra para implementar reformas sociales dentro de los límites del capitalismo.

Si Castillo se convirtiera en presidente, lo haría en un período radicalmente diferente, de profunda crisis capitalista en todo el mundo. Cualquier intento, por limitado que sea, de violar los derechos de las multinacionales mineras, se enfrentará a una resistencia feroz, tanto por su parte como por parte de los capitalistas peruanos, atados de pies y manos al imperialismo, preparando el escenario para una intensa lucha de clases. Si Castillo gana, la clase dominante usará todos los medios a su alcance para controlar a Castillo y obligarlo a permanecer dentro de canales seguros para los capitalistas. Ya se está preparando el escenario al intentar abrir una brecha entre él y el líder del partido, Vladimir Cerrón, a quien los medios de comunicación presentan como “más radical”. También usarán el Congreso, donde Castillo solo tiene 37 de 130 escaños, para limitar su capacidad de gobernar. La campaña en los medios continuará y se incrementará, y la clase dominante utilizará la presión del aparato del estado (el ejército, el poder judicial, etc) contra él. Si no logran domesticarlo (algo que desilusionaría a sus seguidores y los pondría en conflicto con él) como lo hicieron anteriormente con Ollanta Humala, entonces intentarán sacarlo del poder por cualquier medio necesario (como lo intentaron con Hugo Chávez en Venezuela en 2002).

Cabe señalar que Castillo defiende posiciones reaccionarias con respecto al derecho al aborto, la igualdad de género en el currículum escolar y el matrimonio igualitario. Se trata de prejuicios reaccionarios que hay que combatir y que reflejan un arraigo más fuerte de las ideas de la derecha sobre estos temas en las zonas rurales, en parte por la creciente influencia de las reaccionarias iglesias evangélicas, no sólo en Perú, sino en toda América Latina.

Las elecciones en Perú son también parte de un proceso más amplio en América Latina, donde la ira y el profundo descontento acumulados, causados ​​por la crisis capitalista, el aumento de la desigualdad (ahora agravado por la pandemia de la COVID-19) ha llevado a levantamientos masivos en Chile y Ecuador (2019), movimientos masivos en Colombia (septiembre de 2020), Guatemala y el propio Perú (noviembre de 2020), Paraguay (marzo de 2021) y ahora al paro nacional prolongado en Colombia.

El viento de la revolución vuelve a recorrer América Latina. Las masas de obreros y campesinos pobres del Perú probablemente tendrán que pasar por la escuela del reformismo de Castillo. La tarea de los marxistas es señalar que la única forma de asegurarse de que “no haya más pobres en un país rico” es expropiar tanto a las multinacionales mineras como a las grandes empresas, tierras y bancos en manos de la CONFIEP, la confederación empresarial peruana.

Esa es la genuina tradición de JC Mariátegui, fundador del movimiento obrero y comunista peruano, que explicó claramente: “La revolución latinoamericana será, nada más y nada menos, que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista. A esta palabra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: “antiimperialista”, “agrarista”, “nacionalista revolucionaria”. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.”

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