Los asesores de Trump calumnian al socialismo: una respuesta a las mentiras de la Casa Blanca

La Casa Blanca a finales del 2018 publicó un documento, titulado “Los posibles costes del socialismo”, que reconoce la creciente popularidad del socialismo en los Estados Unidos (especialmente entre los jóvenes) y que, asimismo, intenta proporcionar una refutación científica a favor del capitalismo. Alan Woods, editor de In Defence of Marxism, responde a las calumnias de este documento e investiga por qué las ideas socialistas están ganando terreno en los EE.UU.


Recientemente, un grupo de especialistas de la Casa Blanca de Donald Trump publicó un informe de 76 páginas sobre el socialismo, al que evidentemente ven como una amenaza creciente en los Estados Unidos de América. El informe se puede leer en su totalidad aquí.
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Los autores del informe son miembros de lo que se llama el Consejo de Asesores Económicos. Así es como se describe el Consejo:

“El Consejo de Asesores Económicos, una agencia dentro de la Oficina Ejecutiva del Presidente, está a cargo de proporcionar al Presidente asesoramiento económico objetivo en la formulación de la política económica nacional e internacional. El Consejo basa sus recomendaciones y análisis en investigación económica y evidencia empírica, utilizando los mejores datos disponibles para apoyar al Presidente en el establecimiento de la política económica de nuestra nación”. (Énfasis nuestro)

En vista del hecho que las políticas aplicadas por el actual titular de la Oficina Oval se consideran altamente cuestionables desde el punto de vista de muchos estrategas del capital, uno podría sospechar que el consejo objetivo proporcionado por este organismo (CAE) no es de la más alta calidad posible. Estas sospechas están ampliamente confirmadas por sus consejos en relación con el socialismo.

Pero suspendamos nuestro juicio hasta que hayamos examinado al menos las líneas principales de este interesante documento.

Los sastrecillos valientes de la Casa Blanca

En los cuentos infantiles, el heroico sastrecillo valiente, molesto por el zumbido de las moscas alrededor de su sándwich de mermelada, golpea a éstas con el periódico o algo así (no estamos seguros de que hubiese periódicos disponibles en esos días), matando a siete de los molestos insectos. Orgulloso de su hazaña, desfila por la ciudad con un cinturón que dice “siete de un golpe”. La gente naturalmente asume que esto se refiere a siete hombres, no a siete moscas. En consecuencia, su fama crece exponencialmente, se enfrenta y derrota a varios gigantes, se casa con una princesa, se convierte en rey y vive feliz para siempre.

Los logros del CAE (como lo llamaremos en adelante) son comparables a los del sastrecillo valiente, sólo que en una escala mucho más vasta. Los representantes intelectuales de la Casa Blanca (si podemos ser tan audaces como para describirlos así) no caminan por las calles con un cinturón, sino que publican sus aventuras en el reino de las ideas en los medios de comunicación.

Pero a pesar de las semejanzas superficiales, hay una diferencia entre ambas historias. Mientras que el sastrecillo del cuento era bastante inconsciente de sus acciones, los “sastres” de la Casa Blanca que bordaron este lamentable documento son muy conscientes del hecho de que para desacreditar las ideas del socialismo, debían recurrir a los engaños más descarados. Estos trucos bien pueden servir para engañar a personas crédulas, pero para aquellos que todavía tenemos un cerebro que piensa, el engaño es tan claro que roza lo cómico, como tantas cosas que surgen de la Casa Blanca en estos días.

Es muy significativo que hagan todo lo posible por desacreditar al socialismo “científicamente”, aunque esto se reduzca a una caricatura vulgar, o, como a algunas personas les gusta describirlo, a fake news, noticias falsas. Colocan simplemente un espantapájaros para poder derribarlo. El truco principal es equiparar al socialismo con el estalinismo burocrático-totalitario o con el reformismo socialdemócrata. Ambas analogías son falsas, como mostraremos.

¡Marx ha vuelto!

El documento comienza con una floritura sorprendente:

“Coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx, el socialismo está reapareciendo en el discurso político estadounidense”.(Énfasis mío, AW.)

Sobre esta afirmación no puede haber dudas. El sorprendente éxito de la campaña de Bernie Sanders, el crecimiento de los Socialistas Demócratas de América, y muchos otros síntomas, muestran un cambio sorprendente de actitudes en Estados Unidos hacia el socialismo.

No hace mucho tiempo, el socialismo en los Estados Unidos se equiparaba con el comunismo, que a su vez se equiparaba con la Rusia estalinista, que a su vez se equiparaba con el Imperio del Mal, que, como todos sabemos, se equiparaba con el reino siniestro de Satanás, El Anticristo y todo lo que era contrario al pastel de manzana, la maternidad y cualquier otro valor estadounidense bien conocido.

Durante décadas, el público estadounidense ha sido alimentado con una dieta constante de este tipo de cosas. Por lo tanto, es sorprendente para muchos que las encuestas de opinión recientes hayan indicado un cambio significativo en la actitud de los ciudadanos estadounidenses hacia el socialismo. Esto está causando una alarma creciente entre los comentaristas conservadores, incluso en la Casa Blanca de Donald Trump.

Los temores están bien fundados. El creciente apoyo a las ideas socialistas está bien documentado. Aquí hay algunos ejemplos. Casi la mitad de los millennials Demócratas (jóvenes de entre 20 y 30 años) dicen que se identifican como socialistas o Socialistas Demócratas, según una nueva encuesta de BuzzFeed News y Maru / Blue. Casi la mitad, el 48 por ciento, contestó que se definiría a sí mismo como socialista o Socialista Demócrata, en comparación con el 39 por ciento que dijo no identificarse con ninguno.

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Los porcentajes fueron naturalmente más bajos entre los millennials Republicanos, aunque, sorprendentemente, ¡el 23 por ciento de ellos dicen que se llamarían a sí mismos socialistas o ocialistas democráticos! Casi el doble de los millennials dijeron que al menos se inclinaban hacia los demócratas en lugar de los republicanos, del 48 al 25 por ciento, mientras que el 19 por ciento de los encuestados se identificaron como independientes.

Por primera vez en la medición de Gallup en la última década, los autoidentificados como Demócratas tienen una imagen más positiva del socialismo que del capitalismo.Las actitudes hacia el socialismo entre los Demócratas no han cambiado sustancialmente desde 2010, con un 57 por ciento hoy en con una opinión positiva. El cambio principal entre los Demócratas ha sido una actitud menos favorable hacia el capitalismo, que se ha reducido al 47 por ciento este año, más baja que en cualquiera de las tres encuestas anteriores, aunque los Republicanos siguen siendo mucho más positivos hacia el capitalismo que sobre el socialismo (16 por ciento son positivos sobre el socialismo) con apenas cambio en sus puntos de vista desde 2010.

Un artículo que apareció en las páginas de The National Review el 18 de marzo de 2017, bajo el interesante titular: La creciente popularidad del socialismo amenaza el futuro de Estados Unidos, comenta:

“’El resultado más alarmante, según [George] Barna, fue que cuatro de cada diez adultos afirman preferir el socialismo al capitalismo’, señaló el ACFI en su comentario sobre la encuesta. ‘Esto es una gran minoría’, dijo Barna, ‘e incluye a la mayoría de los liberales, quienes se inclinarían hacia un modelo económico completamente diferente para nuestra nación. Esto es material bélico incendiario de guerras civiles. Debería hacer saltar las alarmas entre los líderes más tradicionalmente centrados de todo el país‘. Que el 40% de los estadounidenses ahora prefieran el socialismo al capitalismo podría significar un cambio importante en las políticas desarrolladas por los legisladores y los líderes políticos y en las interpretaciones de los jueces que gobiernan la aplicación de leyes nuevas y las preexistentes”.

En caso de que alguien no haya entendido la gravedad de la situación, el artículo es presentado con un subtítulo adecuadamente dramático: Muchos de nosotros hemos olvidado las lecciones de la Guerra Fría. El documento de la Casa Blanca subraya este punto:

“Las propuestas de políticas detalladas de los autodeclarados socialistas están ganando apoyo en el Congreso y entre gran parte del electorado”.

En la medida en que el documento remite al electorado (es decir, la población en general) esta observación es correcta. Pero la idea de que el Congreso de los EE.UU. está lleno de Rojos supera la imaginación incluso del cerebro más febril. Evidentemente, lo que los intelectuales de la Casa Blanca quieren decir es que hay algunas personas en el Congreso que apoyan ideas revolucionarias como el derecho del pueblo estadounidense a la atención médica universal, la educación gratuita, a un ingreso mínimo garantizado, y otras propuestas tan descabelladas que son claramente subversivas a los ideales de libre mercado.

Lamento decirlo, no hay mucha evidencia que avale la visión de que los Demócratas del Congreso estén a punto de levantar la bandera roja sobre el Capitolio. Las modestas propuestas mencionadas anteriormente están muy lejos de ser revolucionarias, o al menos no serían consideradas como tales por ninguna sociedad relativamente civilizada. Muchos de éstas existen, en un grado u otro, en Escandinavia, Gran Bretaña, Francia y Alemania, y no parecen haber subvertido el orden capitalista en lo más mínimo.

El hecho de que ahora haya un grado de apoyo tibio para el ”socialismo” entre algunos Demócratas en el Congreso es obviamente una indicación de un cambio en comparación con el apoyo prácticamente cero en el pasado. Pero de ninguna manera representa una conversión repentina de los Demócratas al socialismo genuino. Lo que sí indica es una creciente presión desde abajo sobre el Congreso por parte de millones de estadounidenses que están cada vez más descontentos con la ley de la selva que ha dominado sus vidas hasta ahora.

El informe continúa:”No está claro, por supuesto, exactamente lo que un votante típico tiene en mente cuando piensa en el ‘socialismo’”. Esto es lamentablemente cierto. Pero si bien puede que la mayoría de las personas no saben exactamente lo que quieren, también es cierto que saben perfectamente lo que no quieren. No desean vivir en una sociedad donde a millones de personas se les niega la atención primaria de la salud, que debería ser el derecho inalienable de las personas en cualquier sociedad semicivilizada. No quieren ser explotadas por empresarios capitalistas rapaces que pagan salarios de miseria por largas horas de trabajo duro.

Tampoco quieren que los domine una pequeña pandilla de banqueros y capitalistas obscenamente ricos que no aportan nada y controlan todo. Están hartos del viejo sistema en el que adinerados políticos, tanto Republicanos como Demócratas, están al servicio de Wall Street y gobiernan de acuerdo con los intereses de su clase, en detrimento de los intereses de la abrumadora mayoría.

Décadas de ira, indignación y frustración, que se han ido acumulando gradualmente bajo la superficie, finalmente han comenzado a erupcionar. De manera peculiar, incluso la elección de Donald Trump reflejó esta ira. Pero Trump, él mismo un multimillonario, no representa los intereses de la mayoría de los estadounidenses de clase trabajadora. En esencia, representa los mismos intereses de clase que Hillary Clinton: los de los banqueros y los capitalistas, aunque lo hace a su manera particular que no siempre es de su agrado.

Palabras, palabras, palabras…

Después de prescindir de los preliminares, el CAE ahora comienzan la tarea:

“[…] los economistas en general están de acuerdo en cómo definir el socialismo, y han dedicado mucho tiempo y recursos al estudio de sus costos y beneficios. Con un ojo en este amplio cuerpo de literatura, este informe analiza las visiones e intenciones históricas del socialismo, sus características económicas, su impacto en el desempeño económico y su relación con las recientes propuestas de políticas en los Estados Unidos”.

Una de las características desafortunadas del capitalismo moderno y de sus gurús intelectuales es la degradación constante de la lengua inglesa. Las palabras están siendo retorcidas y distorsionadas de una forma constantemente más allá de todo reconocimiento, convirtiéndolas frecuentemente en sus opuestos. Por lo tanto, nadie tiene ningún problema en estos días, sino sólo “asuntos”. La gente ya no es asesinada, sino simplemente “eliminada”. Ya no hay víctimas civiles inocentes en las guerras, sino sólo “daños colaterales”. Este tipo de cosas lleva a la Neolengua de George Orwell a un nuevo nivel de sublimidad.

Los autores del presente informe pusieron lo mejor de su parte para continuar desarrollando el delicado arte de la ofuscación lingüística. Un ejemplo de ello es la frase “costos de oportunidad”. Pero al menos intentan dar una definición de diccionario de su extraño vocabulario. Un “costo de oportunidad” se define como “la pérdida de ganancia potencial de otras alternativas cuando se elige una alternativa determinada”.

Que nos enfrentemos a varias oportunidades diferentes es evidente incluso para un niño de seis años no muy inteligente. Pero, ¿de qué alternativas específicas estamos hablando? Una alternativa es lo que ya existe. Es conocido como el capitalismo. Eso significa, en un lenguaje muy simple: un sistema económico donde todo depende de una cosa: producción con fines de lucro. Las vidas de millones de hombres y mujeres están determinadas en el capitalismo por este simple hecho.

Mientras los capitalistas y los banqueros puedan obtener lo que consideran un nivel adecuado de ganancia al exprimir el trabajo de los trabajadores, seguirán produciendo, la gente tendrá empleos e incluso puede obtener algunas migajas del banquete del hombre rico. Pero si los capitalistas no obtienen lo que consideran una recompensa adecuada por su ”trabajo” (en lo que realmente se compone este ”trabajo” es una cuestión discutible), cerrarán las fábricas como si fueran cajas de fósforos, arrojando trabajadores a las calles sin el más mínimo escrúpulo, destruyendo comunidades enteras y conduciendo a la desesperación a toda una generación.

Esto es en realidad lo que ha sucedido a muchos trabajadores estadounidenses. Las áreas anteriormente prósperas, donde las industrias de gran escala producían masivamente bienes, han quedado reducidas a desiertos industriales. En Pennsylvania, Ohio y Michigan, el norte de Indiana, el este de Illinois y Wisconsin, las minas y las fábricas han sido cerradas, las comunidades han sido diezmadas y millones de ciudadanos estadounidenses han sido degradados a niveles de pobreza, miseria y desesperación no vistos desde los años treinta.

Fue el rechazo claro a esta supuesta alternativa, lo que estuvo en gran parte detrás de la búsqueda desesperada de otro rumbo durante la última elección presidencial. Se expresó en el ascenso de Donald Trump, quien apeló demagógicamente a los millones de estadounidenses arrojados al desguace por el sistema capitalista. Su retórica sintonizó con la gente, mientras que otros políticos no la comprendían o ni siquiera la mencionaron. Fue esto, y no ninguna “interferencia rusa” lo que determinó los resultados de las elecciones presidenciales.

Trump y Sanders

Sin embargo, hay otra respuesta a esta pregunta. Cuando Bernie Sanders anunció su candidatura, muy pocos estadounidenses habían oído hablar de él. Por otro lado, todos habían oído hablar de Hillary Clinton. Sin embargo, en muy corto espacio de tiempo, Bernie Sanders arrasó en las urnas. A sus actos asistieron decenas de miles de personas entusiastas, mayoritariamente jóvenes, buscando una alternativa.

En estos actos masivos, Sanders habló sobre el socialismo, atacó a los ricos y poderosos, e incluso habló de la necesidad de una revolución política contra la clase multimillonaria. Y estos discursos conectaron no sólo con sus propios partidarios, sino también con muchas personas que apoyaban a Donald Trump. De hecho, Sanders fue el único candidato que pudo haber derrotado a Trump. Al final, como era de esperar, el aparato del Partido Demócrata maniobró para derrotar a Bernie Sanders, quien, desafortunadamente, lo aceptó y pidió a la gente que votara por Hillary Clinton, que muchas personas veían como la candidata de Wall Street. El resultado es bien conocido.

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El gran escritor estadounidense Gore Vidal explicó una vez que “nuestra república tiene un partido, el partido de la propiedad, con dos alas derechas”. No hay mucho más que se pueda añadir a esa definición notable de la política estadounidense. El gran error de Sanders fue vincular su campaña al Partido Demócrata, que es un partido capitalista no menos que el Partido Republicano.

¿Qué es el socialismo?

Ahora, por fin, los autores del documento intentan decirnos qué es realmente el socialismo:

“Para los economistas, el socialismo no es una denominación cero o uno. Si un país o industria es socialista, es una cuestión del grado en que (a) los medios de producción, distribución e intercambio son propiedad o están regulados por el Estado; y (b) el Estado utiliza su control para distribuir la producción económica sin tener en cuenta la disposición de los consumidores finales a pagar o intercambiar (es decir, regalar los recursos ‘de forma gratuita’). Como se explica a continuación, esta definición se ajusta tanto a las declaraciones como a las propuestas políticas de los principales socialistas, desde Karl Marx hasta Vladimir Lenin, pasando por Mao Zedong y los actuales socialistas estadounidenses”.

La definición de socialismo proporcionada por estos economistas anónimos se deriva directamente de la era del “Terror Rojo” de la política estadounidense. Bajo el socialismo, estamos informados, todo estará en manos del Estado, ese Estado monstruoso, opresivo y burocrático que desea controlar cada aspecto de nuestras vidas y reducirnos al nivel de esclavos. Peor aún, en una economía donde la producción, la distribución y el intercambio son “propiedad o están regulados por el Estado”, la “producción económica” (lo que sea que eso pueda significar) se distribuirá “sin tener en cuenta la disposición de los consumidores finales a pagar”. Es decir, ¡horror de los horrores!, “regalar recursos de forma gratuita”.

La noción de dar algo de forma gratuita enviará escalofríos a cada empresario y banquero que se precie, desde los Cayos de Florida hasta Alaska. ¡Esta idea monstruosa significaría el fin de la civilización como la conocemos! Pero analicemos la cuestión con un poco más de detalle. En primer lugar, avancemos en nuestra definición muy simple de la diferencia fundamental entre socialismo y capitalismo. El capitalismo, como hemos dicho, es producción para beneficio privado. El socialismo es producción para la satisfacción de las necesidades humanas. Si nos atenemos a estas dos ideas fundamentales, no hay duda de confusión sobre el tema.

Tomemos la situación actual. En las primeras décadas del siglo XXI, vivimos en un mundo donde las fuerzas productivas se han desarrollado hasta tal punto que, por primera vez en la historia de la humanidad, podemos decir honestamente que no hay justificación para que nadie se muera de hambre, no hay justificación para que nadie se quede sin hogar, no hay justificación para que un niño muera por falta de agua potable o de atención médica elemental, o para que nadie sea analfabeto.

No hay necesidad de ninguna de estas cosas en el mundo moderno. Y, sin embargo, todas estas cosas existen a gran escala, no sólo en lo que solía llamarse el ”Tercer Mundo”, África, Asia y América Latina, sino también en los países capitalistas avanzados, incluido Estados Unidos, el país más rico sobre la Tierra.

Disposición a pagar”

Existe un abismo insalvable que separa la teoría de la “economía de libre mercado” capitalista y su práctica. El documento habla de la “disposición” de los consumidores a pagar. Lo que realmente quieren decir es su capacidad de pagar. Todos estarían dispuestos a pagar por un cómodo apartamento en Nueva York o San Francisco, si tan solo pudieran. El problema es que el precio monstruoso del alojamiento en las grandes ciudades de los Estados Unidos, un requisito tan elemental como un hogar, está fuera del alcance de muchos, si no de la mayoría, de los estadounidenses.

Aquí volvemos a la diferencia fundamental entre socialismo y capitalismo. Bajo el capitalismo, las mercancías solo se producen donde existe una demanda de ellas. Pero aquí, la palabra demanda debe definirse correctamente. Hay una gran diferencia entre la demanda en abstracto, y lo que los economistas denominan demanda efectiva. Obviamente, existe una gran demanda de vivienda en los EE.UU., al igual que en Gran Bretaña y en todos los demás países. Desafortunadamente, la demanda efectiva es otra cosa completamente diferente.

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El célebre escritor francés, Anatole France, escribió una vez que:”La ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe a los ricos y a los pobres dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan”. Esta frase es altamente aplicable a la situación actual en los Estados Unidos. Por supuesto, todos bajo el capitalismo disfrutan de la libertad de elección. Pero para millones de personas pobres, la opción tan aclamada que ofrece la economía de mercado es elegir si dormir en un portal o debajo de un puente.

El alto costo de la vivienda es uno de los principales escándalos del período en que vivimos. Los millones de personas sin hogar que muestran una voluntad ferviente de adquirir un techo sobre sus cabezas, lamentablemente carecen de los medios para transformar esta ardiente disposición en una compra real.

¿Hay incentivo bajo el capitalismo?

El documento continúa:

“Encontramos que los defensores históricos de las políticas socialistas y quienes lo hacen ahora en los Estados Unidos comparten algunas de sus visiones e intenciones. Ambos caracterizan la distribución del ingreso en las economías de mercado como el resultado injusto de la ‘explotación’, que debe ser rectificada por un extenso control estatal”.

Notamos que la palabra explotación se coloca en comas invertidas. Esto implica que la explotación capitalista no existe. Según esto, los beneficios de la clase capitalista deben salir del aire. Se supone que la relación entre capital y trabajo asalariado es enteramente armoniosa, igual y equitativa. Y todos vivimos felices para siempre.

Cualquier trabajador estadounidense sabe que esto es sólo un cuento de hadas. Las relaciones entre los trabajadores y los capitalistas no son en absoluto armoniosas, sino completamente antagónicas. Este debe ser el caso, por la sencilla razón de que los beneficios de los capitalistas se derivan del trabajo no pagado a la clase obrera. Y no pueden derivarse de otra cosa. Los autores del documento desestiman el concepto de “explotación” como una “queja” de la izquierda. Se refieren tímidamente a la “distribución del ingreso en las economías de mercado”. Pero no nos dicen qué es esta distribución. Tomemos un momento para iluminarlos.

Las estadísticas muestran que hay un aumento a largo del tiempo de la desigualdad entre las capas más ricas de la sociedad estadounidense y las más pobres. Después de la Gran Depresión de la década de 1930, la brecha entre ricos y pobres en realidad se redujo. Ahora se puede ver la tendencia opuesta. En la actualidad, una cuarta parte de los trabajadores estadounidenses gana menos de $ 10 por hora, lo que está por debajo del nivel federal de pobreza. Entre 1979 y 2007, el ingreso familiar aumentó el 275 por ciento para el 1 por ciento más rico de las familias. Subió un 65 por ciento para el 20 por ciento más rico. El 20% más pobre aumentó solo un 18 por ciento.

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Según las estimaciones de la Oficina del Censo de los EE.UU. de 2017, el 12,3 por ciento de la población de los Estados Unidos (39,7 millones de personas) vivía en la pobreza según la medida oficial. La encuesta se envía a los hogares de los EE.UU. por lo que las estimaciones de pobreza no incluyen a las personas sin hogar. Estas cifras también excluyen al personal militar que no vive con al menos un adulto civil, así como a adultos encarcelados.

Otras estimaciones son aún más altas. Según la Oficina del Censo 18,5 millones de personas informaron de pobreza profunda, lo que significa un ingreso familiar por debajo del 50 por ciento del umbral de pobreza de 2017. Estos individuos representaban aproximadamente el 5,7 por ciento de todos los estadounidenses y el 46,7 por ciento de los que viven en la pobreza. La mayoría de los trabajadores de bajos salarios no reciben seguro médico, pago por enfermedad o planes de pensión de sus empresarios. Estos trabajadores no pueden darse el lujo de estar enfermos y no tienen ninguna esperanza de jubilarse.

El significado de la explotación capitalista

Karl Marx explicó hace mucho tiempo que las ganancias de los capitalistas son realmente el trabajo no pagado de los trabajadores. La relación entre el trabajo asalariado y el capital es, por lo tanto, intrínsecamente antagónica. Esto es cierto incluso en períodos favorables, cuando los salarios aumentan, como señala Marx:

“Así vemos que, incluso si nos mantenemos dentro de la relación entre capital y trabajo asalariado, los intereses de los capitales y los intereses del trabajo asalariado son diametralmente opuestos entre sí.

“Un rápido crecimiento del capital es sinónimo de un rápido crecimiento de las ganancias. Las ganancias pueden crecer rápidamente solo cuando el precio del trabajo, el salario relativo, disminuye con la misma rapidez. Los salarios relativos pueden caer, aunque los salarios reales aumentan simultáneamente con los salarios nominales, con el valor monetario de la mano de obra, siempre que el salario real no aumente en la misma proporción que la ganancia. Si, por ejemplo, en años de buenos negocios los salarios aumentan un 5 por ciento, mientras que las ganancias aumentan un 30 por ciento, en proporción, el salario relativo no ha aumentado, sino que ha disminuido.

“Si, por lo tanto, los ingresos del trabajador aumentan con el rápido crecimiento del capital, hay al mismo tiempo una ampliación del abismo social que divide al trabajador del capitalista, y un aumento en el poder del capital sobre el trabajo, una mayor dependencia del trabajo sobre el capital.

“Decir que ‘el trabajador tiene interés en el rápido crecimiento del capital’, significa solo esto: cuanto más rápido incrementa el trabajador la riqueza del capitalista, más grandes serán las migajas que le caigan, cuanto mayor sea el número de trabajadores que se puede llamar a la actividad, más se puede aumentar la masa de esclavos dependientes del capital.

“Así, hemos visto que incluso la situación más favorable para la clase trabajadora, a saber, el crecimiento más rápido del capital, por mucho que pueda mejorar la vida material del trabajador, no elimina el antagonismo entre sus intereses y los intereses del capitalista. Las ganancias y los salarios se mantienen como antes, en proporción inversa.

“Si el capital crece rápidamente, los salarios pueden aumentar, pero el beneficio del capital aumenta desproporcionadamente más rápido. La posición material del trabajador ha mejorado, pero a costa de su posición social. El abismo social que lo separa del capitalista se ha ampliado “. (Marx, Trabajo asalariado y capital, en Marx-Engels Selected Works, 1970 ed., vol. 1, pág.167)

Este es ciertamente el caso en los Estados Unidos, donde las ganancias han estado en auge, mientras que los salarios se han estancado en gran medida y la proporción de los salarios de los trabajadores con la riqueza creada por ellos ha disminuido significativamente. Un informe del Instituto de Política Económica (agosto de 2018) establece que:

“Desde 1973 hasta 2017, la productividad neta aumentó un 77%, mientras que el salario por hora de los trabajadores normales se estancó esencialmente, aumentando solo un 12,4% en 44 años (después de ajustar la inflación). Esto significa que, aunque los estadounidenses están trabajando de manera más productiva que nunca, los frutos de su labor se han acumulado principalmente en los que están en la cima y en las ganancias corporativas, especialmente en los últimos años”.

Los ricos se han vuelto cada vez más ricos después de la crisis financiera de 2008. En 2012, el 10 por ciento más rico se llevó a casa el 50 por ciento de todos los ingresos. Ese es el porcentaje más alto en los últimos 100 años. Para el 2015, el 10 por ciento más rico de los Estados Unidos ya promediaba más de nueve veces más ingresos que el 90 por ciento restante. Y los estadounidenses en el 1% más rico promediaron 40 veces más ingresos que el 90% más bajo.

Como los ricos se hicieron ricos más rápido, su parte del pastel creció. El 1% más rico aumentó su participación en el ingreso total en un 10%. Todos los demás vieron que su parte del pastel se encogía de un 1 a un 2 por ciento. A pesar de que los ingresos de los pobres mejoraron en términos absolutos, se retrasaron aún más en comparación con los más ricos. Como resultado, la desigualdad está empeorando constantemente.

El sueño americano se terminó / Imagen: Dominio Público

Los grandes capitalistas están obteniendo ganancias obscenas. El director ejecutivo de Marathon Petroleum ganó $ 19,7 millones, 935 veces más que un trabajador medio de la compañía ($ 21.034). El directos ejecutivo de Whirlpool ganó $ 7,1 millones, 356 veces más que el salario promedio de sus empleados que ganan $ 19.906. El salario promedio de los trabajadores de Honeywell es de $ 50.000. Su CEO ganó $ 16,8 millones, o 333 veces más.

Esta tendencia no se limita a los Estados Unidos. De hecho, existe una tendencia mundial hacia el aumento de la desigualdad de ingresos en las economías en desarrollo y las desarrolladas. Primero, los salarios reales se han estancado para la mayoría de la población a pesar del aumento de la productividad debido a las políticas antiobreras, que socavan la negociación colectiva. En segundo lugar, ha habido una creciente acumulación de riqueza en la parte alta de la población a través de la disminución de los impuestos para las empresas y de las personas con altos ingresos.

David Autor, un economista del MIT, produjo un documento junto con otros cuatro economistas titulados “La caída de la cuota laboral y el ascenso de las empresas de superestrellas”. En ella leemos:

“Las industrias se caracterizan cada vez más por una característica de ‘el ganador se lleva la mayor parte’, en la que una pequeña cantidad de empresas obtiene una gran parte del mercado”.

Entre los economistas, uno de los desarrollos más discutidos es la abrupta disminución en el porcentaje de la producción económica total que fluye hacia el trabajo .En un documento de 2016, “El declive de las cuotas del trabajo y del capital”, Simcha Barkai, profesora de finanzas de la London School of Business, descubrió que la disminución en la cuota laboral produjo un gran ganador, la participación en las ganancias, que aumentó del 2 por ciento del producto interno bruto en 1984 al 16 por ciento en 2014. Barkai escribe:

“Para ofrecer un sentido de magnitud, las acciones combinadas de trabajo y capital disminuyen en 13,9 puntos porcentuales, lo que equivale a $1,2 billones en 2014. Las ganancias estimadas en 2014 fueron de aproximadamente el 15,7%, lo que equivale a $ 1,35 billones o $17.000 para cada uno de los aproximadamente 80 millones de empleados en el sector corporativo no financiero”.

En otras palabras, los accionistas y dueños de negocios acumularon ganancias por $1,35 billones o $17.000 por empleado como resultado del aumento en la cuota de ganancias. De hecho, la brecha que separa a los trabajadores y los capitalistas, ricos y pobres, es mayor ahora que en cualquier otro momento en los últimos cien años, es decir, desde el momento en que Teddy Roosevelt denunció el gobierno rapaz de lo que él llamó los barones ladrones.

Lo que el lenguaje técnico de los economistas no puede ocultar es que esto supone mucho dolor para mucha gente. El inexorable crecimiento de la desigualdad entre ricos y pobres en los Estados Unidos no es de ninguna manera un invento de la izquierda. Es un hecho verificable empíricamente que está causando una alarma creciente en los defensores más firmes del sistema capitalista.

Esto explica en gran medida por qué las ideas del socialismo están ganando una audiencia cada vez mayor en los Estados Unidos de América. También expone la mentira de que los intereses de los trabajadores y los capitalistas son idénticos y subraya el hecho de que la falla fundamental en la sociedad es el antagonismo entre el trabajo asalariado y el capital.

¿Ningún incentivo?

Ahora, para la insignificante cuestión de la motivación. El documento de la Casa Blanca nos informa que:

“Al evaluar los efectos de las políticas socialistas, es importante reconocer que ofrecen pocos incentivos materiales para la producción y la innovación y, al distribuir bienes y servicios de forma ‘gratuita’, evitan que los precios revelen información económicamente importante sobre los costos y las necesidades y deseos de los consumidores. Con este fin, como la entonces primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher (1976), una vez argumentó, ‘los gobiernos socialistas… siempre agotan el dinero de otras personas’, y, por lo tanto, el camino a la prosperidad es que el Estado le dé a ‘la gente más opciones para gastar su propio dinero a su manera'”.

 Así que ahora sabemos: “el socialismo quita la iniciativa privada e inhibe la innovación”, sí, conocemos la canción y también la letra. Nos han sido familiares durante mucho tiempo. Pero este tedioso zumbido no se vuelve más placentero con el paso del tiempo.

¡Pero espere un segundo! Usted dice que el socialismo no proporciona ninguna iniciativa para los trabajadores. ¿Pero qué iniciativa tienen los trabajadores bajo su sistema?

Los trabajadores en los EE.UU. trabajan largas horas, a menudo en muy malas condiciones, y con demasiada frecuencia tienen que tomar varios trabajos para sobrevivir hasta el final del mes. Un trabajador se levanta temprano en la mañana, lucha por el trabajo, trabaja las veinticuatro horas del día, llega a casa agotado mental y físicamente, se duerme frente al televisor, se despierta por la mañana y comienza toda la miserable rutina otra vez. ¿Seguramente la gente debe preguntarse si esto puede describirse como realmente vivir la vida?

Hay una historia que circula sobre Donald J. Trump, que puede o no ser cierta, pero ciertamente es esclarecedora. El presidente fue invitado a una cena por algunos de sus compañeros multimillonarios en Manhattan. Durante su discurso posterior a la cena, se jactó de su manera habitual y exagerada: “He creado un millón de nuevos empleos”. Se escuchó al camarero, probablemente un inmigrante latino pobre, que comentara: “Lo sé, señor presidente. ¡Tengo tres de ellos!”

Los capitalistas tienen muchos incentivos materiales: adquirir enormes fortunas al exprimir la plusvalía del sudor de los trabajadores. Los últimos, por el contrario, solo están ‘motivados’ por la necesidad de sobrevivir, de ganar lo suficiente para pagar las facturas mensuales y el alquiler, para evitar que ellos y sus familias sean arrojados a las calles. Solo en este último caso, la palabra ‘motivación’ debe ser reemplazada por otra palabra: obligaciòn.

El final del sueño americano

En el pasado, tuvimos el llamado sueño americano. Mucha gente creía que, si trabajaban lo suficiente, se sacrificaban y ahorraban dinero, algún día podrían dejar de ser parte de la clase trabajadora y convertirse en un hombre de negocios o en una mujer adinerada. ¡Ya no! El sueño americano se ha convertido en la pesadilla americana. No importa cuánto trabaje, nunca ahorrará dinero suficiente para cambiar su vida. Las cosas siempre parecen seguir siendo las mismas. De hecho, las cosas siempre parecen empeorar.

En el pasado, incluso los pobres podían esperar que las cosas fueran mejores para sus hijos. Cada generación de jóvenes estadounidenses podía esperar una vida mejor que la de sus padres. ¡Ya no! Los hechos y las cifras demuestran que la generación actual de jóvenes estadounidenses no puede esperar una vida mejor que sus padres. Por el contrario, la vida se volverá más dura, peor, más desigual, más injusta y más incierta que nunca.

Sobre todos estos hechos, los autores del documento no tienen nada que decir. La suma total de su sabiduría es advertir a los trabajadores y jóvenes estadounidenses que el socialismo no les brinda ningún incentivo. Qué posibles incentivos tienen bajo el sistema actual, no lo dicen.

“Este es un informe empírico sobre el socialismo que toma como referencia las políticas públicas actuales de los EE. UU. Este punto de referencia tiene la ventaja de ser medible, pero necesariamente difiere de los conceptos teóricos de “capitalismo” o “mercados libres” porque el gobierno de los EE.UU. no puede limitar su actividad a los bienes públicos definidos teóricamente”.

Es imposible entender el significado de este párrafo, incluso si uno pudiera salir de su enmarañada jungla de gramática y sintaxis (lo que en sí mismo sería un logro considerable). Primero debemos señalar que, lejos de ser un “informe empírico”, no hay absolutamente nada empírico al respecto. No se cita un solo hecho para respaldar una serie de afirmaciones y alegatos sin fundamento. Sin embargo, tienen la audacia de afirmar que este “informe empírico”, que no se basa en ningún hecho identificable, tiene la ventaja de ser “medible”.

¡No importa lo medible! Sería una gran ventaja si al menos fuera comprensible.

Pero eso tal vez es pedir demasiado a una Casa Blanca que sigue las divagaciones mentales de un Donald J. Trump. Lo que ciertamente se puede medir es que en los Estados Unidos de América, los ricos se están volviendo obscenamente más ricos, mientras que los pobres se están volviendo cada vez más pobres. Ese es un punto de referencia que es muy claro incluso para los ciegos. Lamentablemente, no parece estar claro para la élite intelectual de la Casa Blanca.

Habiéndonos esforzado con alguna dificultad para atravesar la jungla sintáctica y gramatical, finalmente llegamos a un claro. Con un audible suspiro de alivio, los autores del documento finalmente han llegado a la conclusión:

“En relación con el punto de referencia de EE.UU., encontramos que las políticas públicas socialistas, aunque aparentemente bien intencionadas, tienen costos de oportunidad claros que están directamente relacionados con el grado en que imponen impuestos y regulan“. (El énfasis es mío, AW)

Nuestros amigos en la Casa Blanca nos informan amablemente que, si bien los socialistas pueden tener buenas intenciones, no pueden competir con los grandes éxitos y oportunidades que presenta la economía de libre mercado (a la que se hace referencia aquí como el “punto de referencia estadounidense”). ¿Por qué no? Por el grado en que tributan y regulan.

Ahora, todos saben que, si hay dos palabras garantizadas para llevar a los Republicanos dedicados a un estado de furia apopléjica, esas palabras son impuestos y regulación. Incluso pronunciar estas palabras es considerado por ellos como aproximadamente equivalente a jurar en la iglesia el domingo.

La tributación y la regulación son la muerte de la economía de libre mercado, como todos sabemos. Los mercados funcionan mejor cuando no hay ninguna participación del gobierno. Cuando se dejan solos, los mercados resolverán todos los problemas. No habrá crisis y todos viviremos vidas felices, productivas y, sobre todo, rentables.

Esta teoría reconfortante, que fue abrazada con entusiasmo por Margaret Thatcher, quien fue citada calurosamente en el documento, solía estar contenida en todos los libros de texto escolares. Se repitió hasta la náusea en todas las salas de seminarios de la universidad. Ocupó un lugar similar en los aspectos de la economía política como los Diez Mandamientos en la Biblia.

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Hoy en día, un número creciente de economistas, no necesariamente de izquierda, han llegado a la conclusión de que cierto grado de regulación es absolutamente necesario para evitar el terrible desastre que vimos en 2008. Se dan cuenta de que una nueva crisis es inevitable. Y están muy en lo cierto, porque tales crisis son inherentes al sistema capitalista y completamente inevitables en él.

Pero nuestros intelectuales de la Casa Blanca no pueden ponerse de acuerdo con los suyos. No pueden soportar la idea de regular la economía capitalista, que, según ellos, funciona perfectamente bien por sí misma. Las lecciones de 2008, o para el caso de 1929, son para ellos un libro que está cerrado con siete sellos.

En cuanto a los impuestos, esa es una interferencia imperdonable en la fuerza motriz fundamental del capitalismo. Interfiere con el lugar santísimo: las ganancias. No importa que muchas escuelas en el país más rico del mundo se estén cayendo a pedazos. No importa que el sistema de salud de Estados Unidos le esté fallando a millones de personas y que los ciudadanos de otros países lo miren con horror. No importa todas estas cosas, siempre y cuando las ganancias de los grandes bancos y los tiburones de Wall Street estén protegidos.

En realidad, en los Estados Unidos y en todos los demás países capitalistas, los banqueros y los capitalistas pagan poco o ningún impuesto. Pagan a los abogados inteligentes para encontrar lagunas en las leyes, que les permiten eliminar miles de millones de dólares en paraísos fiscales en el Caribe y en otros lugares. Sus continuas críticas sobre la carga de los impuestos son completamente falsas.

En realidad, es la clase obrera y la clase media quienes pagan la mayor parte de los impuestos. Pero eso no impidió que Trump introdujera una legislación para reducir drásticamente la tributación de los ricos, mientras que daba algunas migajas al resto. Así que aquí tenemos el verdadero punto de referencia de la política económica de los Estados Unidos: robar a los pobres para ayudar a los ricos. Ese es un incentivo muy bueno: para el 1% más rico de la población, pero no para el 99% restante.

La “hipótesis de mercado eficiente”

Los economistas nos presentan una imagen hermosa, en la que el mercado libre resolvería todos nuestros problemas sin ninguna regulación o interferencia del Estado. De acuerdo con esta teoría, la oferta y la demanda siempre se equilibran entre sí al final, de modo que el mercado actúa como una especie de péndulo, oscilando suavemente de un punto a otro, pero siempre regresando a un equilibrio perfecto.

La maravillosa idea de que la economía de mercado capitalista se regulará automáticamente sin ninguna interferencia del Estado se consagró en una teoría conocida como la hipótesis del mercado eficiente. Se suponía que esto era una idea nueva. De hecho, era una idea muy antigua. Antes se conocía como la Ley de Say, una tontería que Karl Marx había demolido sistemáticamente hace unos 150 años.

A diferencia de los economistas teóricos de la sala de seminarios de la universidad, el multimillonario George Soros entiende bastante bien cómo funcionan los mercados en la práctica, ya que ha ganado mucho dinero con ellos. Dijo que el mercado no era como un péndulo sino como una bola de demolición, del tipo que se usa en las obras de construcción para demoler edificios. Se demostró que tenía razón en 2008, cuando de la noche a la mañana, la economía de libre mercado colapsó como un castillo de naipes.

¿Qué hicieron los banqueros y los capitalistas en ese momento? ¿Dijeron: “El Estado no debe interferir? ¿Los mercados se arreglarán al final”?  ¡No, no lo hicieron! Llegaron corriendo al Estado con los brazos extendidos, exigiendo grandes cantidades de dinero público para salvarlos. Y entonces ocurrió algo extraordinario. George W. Bush, un presidente Republicano y un firme creyente en la economía de libre mercado y sin intervención estatal, llegó corriendo con una chequera abierta. “¿Cuánto quieren, chicos? ¿Un billón? ¡Tomad un billón! ¿Diez billones? ¡Aquí, tomadlo todo! Después de todo, solo es dinero público”.

Y los banqueros lo tomaron, todo. Eso, y el gasto colosal de las guerras de Afganistán e Irak es el origen del infame déficit, sobre el cual los autores de este documento no tienen absolutamente nada que decir. El hecho del asunto es que en el Año de Nuestro Señor de 2008, el sistema capitalista fue rescatado con enormes cantidades de dinero público.

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George Soros dijo que el mercado no era como un péndulo sino como una bola de demolición / Imagen: Foro Económico Mundial

En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels escribieron que “el gobierno del Estado moderno no es más que un comité para gestionar los asuntos comunes de toda la burguesía”. Eso es precisamente lo que vemos aquí. En 2008, el sistema capitalista fue salvado por la intervención del Estado, ese mismo Estado que no debía desempeñar ningún papel en la economía. Los bancos y las corporaciones privadas fueron apoyados por el Estado como un hombre enfermo con muletas. Sin eso, habrían colapsado.

La prioridad del Estado capitalista es preservar el orden presente. Su principal preocupación es garantizar las ganancias del sector privado, el mismo sector privado que destruyó la economía mundial en 2008. Naturalmente, los chicos de la CEA no tienen nada que decir sobre todo esto. Es demasiado vergonzoso admitir que su economía de mercado tan cacareada mostró que estaba (literalmente) en bancarrota y tuvo que ser rescatada por el contribuyente estadounidense. Tampoco están ansiosos por decirnos cuáles fueron los costes de oportunidad de esta operación, o cómo se recompensó la generosidad de los contribuyentes estadounidenses.

Expliquemos esto en un lenguaje simple, para que incluso los miembros de la CEA puedan entenderlo. Los bancos y corporaciones privadas recibieron el equivalente a una enorme transfusión de sangre que agotó las finanzas públicas, dejándolas en un estado de anemia crónica y potencialmente mortal. Un inmenso agujero negro en las finanzas privadas de los grandes bancos se transformó milagrosamente en un gigantesco agujero negro en las finanzas públicas. Desde entonces, nos han dicho que no hay dinero para las escuelas, la salud, las pensiones, las carreteras, las casas o cualquier otra cosa que el sistema capitalista no considere una prioridad.

Ahora, si un trabajador destrozara una máquina en una fábrica, sería despedido inmediatamente y posiblemente demandado por daños. Pero si una pandilla de banqueros bien pagados destruye todo el sistema financiero mundial, no son despedidos, no son demandados, no son enviados a prisión por fraude, como merecerían. En su lugar, son recompensados ​​con vastas cantidades de dinero público: dinero robado de los bolsillos de las capas más pobres y vulnerables de la sociedad. Es la austeridad para los que están abajo y la ayuda financiera para los que están arriba. ¡Esto es Robin Hood al revés!

¿Socialismo escandinavo?

“Aunque a veces son citados como los ejemplos de éxito socialistas más relevantes, las experiencias de los países nórdicos también apoyan la conclusión de que el socialismo reduce los niveles de vida. En muchos aspectos, las políticas actuales de los países nórdicos difieren significativamente de lo que los economistas tienen en mente cuando piensan en el socialismo. Por ejemplo, no brindan atención médica gratuita. La financiación de la asistencia sanitaria nórdica incluye una participación sustancial en los costos. La tasa de impuestos a los ingresos de los trabajadores en los países nórdicos son un poco más alaos que en los Estados Unidos, y los impuestos nórdicos en general son sorprendentemente menos progresivos que los impuestos de los Estados Unidos.

“Los países nórdicos también gravan menos los ingresos al capital y regulan los mercados de productos menos que los Estados Unidos. Por el contrario, los países nórdicos sí regulan y gravan el mercado laboral un poco más; por lo tanto, las familias estadounidenses que perciben un salario medio pagarían entre 2.000 y 5.000 dólares más por año en impuestos, si los Estados Unidos tuvieran las políticas nórdicas actuales. Los niveles de vida en los países nórdicos son al menos un 15% más bajos que en los Estados Unidos.

“Puede que los socialistas estadounidenses estén pensando en adecuar nuestras políticas a las de los países nórdicos de la década de 1970, cuando sus políticas estaban más en línea con la definición tradicional de socialismo de los economistas. Según nuestras estimaciones, si los Estados Unidos adoptaran estas políticas, su PIB real disminuiría en al menos un 19% a largo plazo, o aproximadamente 11.000 dólares por año para la persona promedio”.

Este documento, que se disfraza de investigación independiente, científica y “empírica”, no es tal cosa. Los autores han seleccionado cuidadosamente las “pruebas evidentes” para mostrar que el socialismo es una “mala idea”. Sin embargo, en realidad, el hecho mismo de sentirse obligados a producir un documento de este tipo demuestra que están preocupados por el creciente interés en el socialismo.

Bajo la presión de la clase obrera y del movimiento obrero, la clase capitalista de ciertos países ha llevado a cabo ciertas medidas en interés de los trabajadores, como los servicios de salud pública. Ese fue el caso en los países nórdicos en las décadas de auge económico después de la Segunda Guerra Mundial.

En ese momento, los capitalistas podían permitírselo. Pero la crisis del capitalismo ha golpeado a Escandinavia tan duramente como al resto, y en lugar de reformas, ahora vemos recortes y medidas de austeridad. Como se indica en el documento, no es cierto que la atención médica se brinde como un regalo “gratuito” del Estado en la mayoría de los países nórdicos. La asistencia sanitaria sólo es gratuita en Dinamarca. En Noruega, Suecia y Finlandia, cuesta dinero, aunque sólo hay un cargo nominal de 25 a 76 dólares, que está destinado a evitar el uso excesivo. Esto sería considerado un enorme avance por la mayoría de los trabajadores estadounidenses, en comparación con los costos prohibitivos de la atención médica en los Estados Unidos.

La actitud despectiva de los autores del documento hacia Escandinavia, en cualquier caso, es muy deshonesta. Intentan presentar niveles de vida superiores en los Estados Unidos en comparación con los países nórdicos. Esto es profundamente erróneo. Aunque estos países están muy lejos de ser socialistas, están por delante de los EE. UU. En muchos aspectos, gracias a las conquistas realizadas por el movimiento obrero en el pasado.

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Los trabajadores nórdicos tienen más beneficios sociales, como la sanidad, la educación y la regulación de la vivienda. Sin embargo, Escandinavia se ha unido al resto del mundo capitalista en una carrera rápida e interminable hacia abajo. / Imagen: Villy Fink Isaksen

El Índice de Desarrollo Humano, que evalúa cosas como la esperanza de vida, coloca a los Estados Unidos en el puesto número 13 a nivel mundial, Finlandia en el 15. Pero Dinamarca se sitúa en el número 11, Suecia en el 7, Islandia en el 6 y Noruega en el primer puesto. Suecia, Noruega, Islandia, Dinamarca y Finlandia tienen una mayor esperanza de vida que los EE. UU.

Lo que está muy claro es que los trabajadores nórdicos tienen más beneficios sociales, como la sanidad, la educación y la regulación de la vivienda. Y aunque el salario promedio en los Estados Unidos es alto, eso enmascara el hecho de que es muy desigual, ya que los trabajadores con salarios bajos tienen muy poco dinero en comparación con sus homólogos nórdicos. Además, los trabajadores de EE. UU. tienen que trabajar muchas más horas, o tener más de un trabajo, para mantenerse a flote.

No nos preocupemos demasiado por el llamado modelo sueco de “socialismo”. Los países de Escandinavia, como todos los demás países europeos, no tienen nada que ver con el socialismo. Se basan fundamentalmente en la propiedad privada de los medios de producción y funcionan de acuerdo con las leyes de la economía de libre mercado. Ciertas consecuencias fluyen inevitablemente de este hecho.

El Estado del bienestar, particularmente en Suecia, pero también en los otros países nórdicos, ha sufrido severos recortes desde mediados de los 80. Eso incluye impuestos menos progresivos y el fin de los subsidios al cuidado dental, entre otras medidas. La desigualdad de ingresos también ha aumentado dramáticamente. El coeficiente de Gini (que mide la desigualdad) en Suecia aumentó del 0.2 en 1980 al 0.33 en 2013. La falta de vivienda, la salud mental, el estrés en el trabajo, por ejemplo, se han convertido en un problema grave.

En otras palabras, Escandinavia se ha unido al resto del mundo capitalista en una carrera rápida e interminable hacia abajo. Y esto no tiene nada que ver con el socialismo.

El capitalismo puede dañar seriamente tu salud

Continuando implacablemente con la revancha hacia Escandinavia, y contra cualquier otro país que muestre la más mínima inclinación hacia el “socialismo”, el documento continúa:

“Las versiones nórdicas y europeas de la medicina socializada han sido consideradas tan deseables por los socialistas modernos de los Estados Unidos que han propuesto nacionalizar los costos del sector de la salud (que representa más de una sexta parte de la economía de los Estados Unidos) a través de la reciente propuesta “Medicare para todos” [Medicare es la denominación del limitado sistema público de salud estadounidense, NdT]. Esta política distribuiría la atención médica “gratis” (es decir, sin compartir los costos) a través de una compañía de seguros de salud del gobierno que monopolizaría y establecería de manera centralizada todos los precios a proveedores como médicos y hospitales.

“Si esta política fuera financiada con el gasto federal actual sin préstamos o aumentos de impuestos, se recortaría más de la mitad del presupuesto federal existente. Si se financiara a través de impuestos más altos, el PIB se reduciría en un 9%, o aproximadamente 7.000 dólares por persona en 2022, debido a las altas tasas impositivas que reducirían los incentivos para suministrar los factores de producción. La evidencia sobre la productividad y la eficacia de los sistemas de salud universal sugiere que el “Medicare para todos” reduciría la longevidad y la salud tanto a corto como a largo plazo a pesar de aumentar algo más la población con seguro sanitario”.

Parecería que toda la derecha estadounidense ve la idea misma de un servicio público de salud gratuito como algo salido de una película de terror. La sola mención es suficiente para llevar a los Republicanos de pura cepa a coger su revólver calibre 45. ¡Si los capitalistas pudieran embotellar el aire nos cobrarían por respirar! Sin embargo, la mayoría de los europeos considera que un servicio de salud pública, no sólo en Escandinavia, es una condición previa fundamental de una sociedad civilizada.

La CEA (Comisión de Asesores Económicos) evita cuidadosamente mencionar las exorbitantes ganancias de las grandes compañías farmacéuticas y seguros HMO (Organización para el Mantenimiento de la Salud, por las siglas en inglés) en los Estados Unidos. No mencionan en ningún momento la terrible miseria que sufren esos millones de estadounidenses sin atención médica. Intentan ocultar los hechos generalizándolo todo, citando los promedios del PIB y el ingreso per cápita, en lugar de considerar la base de clase de la distribución desigual de la riqueza en los Estados Unidos. La falta de un sistema decente de salud pública sigue siendo un agujero enorme que desfigura a la sociedad estadounidense.

Los autores del documento pintan una imagen aterradora de un Estado monstruoso que aplasta a los ciudadanos estadounidenses bajo una montaña de impuestos. Pero si vamos a financiar servicios públicos decentes, un nivel adecuado de impuestos es claramente necesario. La pregunta es: ¿quién debe pagar la factura?

Ya hemos señalado que en Norteamérica, como en cualquier otro país, los ricos no pagan mucho en impuestos. Casi toda la carga de impuestos se coloca sobre los hombros de la clase trabajadora y las pequeñas empresas. Es por eso que el grito de batalla Republicano de “¡sin impuestos!” recibe cierta simpatía del público. Pero no hay razón para que los impuestos golpeen más a los pobres que a los ricos.

La noción de que el país más rico del mundo no puede permitirse cuidar la salud y el bienestar de sus ciudadanos es una afrenta a su inteligencia. La pregunta no es si Estados Unidos puede permitirse brindar una buena atención médica. La pregunta es: ¿puede EEUU permitirse no hacerlo? Aparte del costo humano en sufrimiento, dolor y muerte, hay un precio económico muy alto que debe pagarse por descuidar la salud de la población en horas, días, semanas y años perdidos de trabajo.

La buena atención médica no debe ser un lujo disponible sólo para personas con ingresos altos. Es una inversión necesaria en el futuro de la sociedad. La Declaración de Independencia estadounidense planteó la idea de que la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad son derechos humanos inalienables. Pero, ¿cómo puede protegerse la vida humana si no hay garantía de que se mantendrá la salud de la especie humana? ¿Y qué significa la búsqueda de la felicidad si los hombres y las mujeres son constantemente perseguidos por el miedo a la enfermedad o la ruina financiera relacionada con la atención médica?

La libertad del miedo es seguramente también un derecho inalienable. Y es una condena a las prioridades de la sociedad estadounidense de hoy que pone más énfasis en el derecho a obtener ganancias que en la preservación de la salud de sus ciudadanos. Estamos a favor de cobrar impuestos a los ricos y nacionalizar el sector de la salud para pagar la atención médica gratuita para todos. Para empezar, todos los impuestos indirectos deben ser abolidos por ser injustos y porque recaen sobre los hombros de las personas que menos pueden pagarlos. En cambio, debería establecerse un impuesto a la renta fuertemente progresivo que se impusiera a las personas que más pueden pagar: los ricos.

Pero ¿qué pasa con Rusia?

Los defensores del capitalismo han estado utilizando el espantapájaros del estalinismo para asustar a la gente sobre la idea del socialismo, al igual que los padres intentan asustar a sus hijos traviesos amenazándolos con el hombre del saco. Los estadounidenses no son niños pequeños, y no se asustan tan fácilmente como quizás solían hacer. Pero eso no impide que los defensores del capitalismo traigan el fantasma cada vez que pueden:

“Comenzamos nuestra investigación analizando de cerca los casos más socialistas, que suelen ser economías agrícolas, como la China maoísta, Cuba y la Unión Soviética (URSS). Sus gobiernos no democráticos tomaron el control de la agricultura, prometiendo producir más alimentos. El resultado fue sustancialmente menor producción de alimentos y decenas de millones de muertes por inanición“.

¿Es realmente cierto que la economía nacionalizada en la Unión Soviética nunca produjo nada más que un colapso en la producción y en los niveles de vida? Veamos los hechos. En 1917, la Rusia zarista era un país tremendamente atrasado. En muchos sentidos, era más atrasada que Pakistán hoy. Antes de 1917, sólo contaba con unos cuatro millones de trabajadores industriales en un país de 150 millones, en su mayoría analfabetos. En otras palabras, la Rusia zarista estaba sustancialmente más atrasada de lo que están hoy Bolivia o Perú. Entonces, ¿cómo pasó de ser un país extremadamente atrasado a convertirse en la segunda potencia del mundo después de Estados Unidos?

La verdad es que la transformación de la Unión Soviética es uno de los fenómenos más notables de la historia mundial. Para toda la burguesía que miente, tergiversa y calumnia para intentar a toda costa subestimar y negar los impresionantes logros soviéticos, esta transformación, sin precedentes históricos, resalta la superioridad de la economía planificada y nacionalizada sobre la anarquía capitalista.

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Los impresionantes logros soviéticos resaltan la superioridad de la economía planificada y nacionalizada sobre la anarquía capitalista. En las décadas de 1950 y 1960, la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos admitió que los soviéticos tenían una ventaja definida en muchos campos, incluida la exploración espacial. / Imagen: Flickr, Iván Abrego

En un par de décadas, la Unión Soviética construyó una base industrial poderosa, que allanó el camino para el progreso educativo, científico y cultural. No menos importantes fueron sus avances en la salud y la ciencia médica. La Segunda Guerra Mundial reveló la enorme superioridad de la Unión Soviética en el campo militar. La guerra en Europa se redujo a una lucha titánica entre la URSS y la Alemania de Hitler, apoyada por los recursos incautados a toda Europa. Tanto los estadounidenses como los británicos fueron meros espectadores hasta el último minuto.

Después de la guerra, y a pesar de la pérdida de 27 millones de sus ciudadanos, la mitad del número total de víctimas de la guerra mundial, y la destrucción de la mayoría de sus fuerzas productivas, tan minuciosamente creadas por la clase obrera soviética, la Unión Soviética logró reconstruir su economía en pocos años. En las décadas de 1950 y 1960, la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos admitió que los soviéticos tenían una ventaja definida en muchos campos, incluida la exploración espacial.

Al final, la burocracia socavó y destruyó la economía planificada nacionalizada. El gran marxista ruso, León Trotsky, explicó que una economía planificada y nacionalizada necesita de la democracia tanto como el cuerpo humano necesita oxígeno. No hace falta decir que Trotsky no estaba hablando de la caricatura de la democracia que existe en Occidente, donde una pequeña minoría de parásitos ricos posee la tierra, los bancos y los monopolios. Hablaba de la democracia real soviética establecida en Rusia después de la victoria en 1917.

Lo que fracasó en la Unión Soviética no fue ni el socialismo ni el comunismo, sino una caricatura burocrática y totalitaria del socialismo.

Para los enemigos del socialismo, el colapso de la Unión Soviética es la prueba definitiva de que el marxismo fracasó y que el socialismo es imposible. Hablaron sobre el fin del socialismo y del comunismo, e incluso del final de la historia misma. Sin embargo, la alegría de la burguesía tras la caída del Muro de Berlín fue bastante prematura. Los acontecimientos de los últimos 26 años proporcionan un ejemplo suficiente de que la historia está lejos de terminar. En todas partes, somos testigos de la profunda crisis del capitalismo, caracterizada por guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Este es el período más inestable desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Podríamos agregar que Francis Fukuyama, el hombre que acuñó la famosa frase sobre el “fin de la historia”, ahora dice que ¡el “socialismo” debería regresar!

¿Y Venezuela?

Las viejas películas de serie B de la década de 1950 eran a menudo películas de terror sobre monstruos alienígenas del espacio exterior o zombies que se levantaban de entre los muertos. Pero hoy en día, estos monstruos han perdido su poder aterrador y en realidad parecen menos feos. De la misma manera, a través de la repetición constante, las viejas historias sobre Rusia han perdido mucho de su impacto. El viejo espantapájaros debe ser complementado con uno nuevo. Aquí vamos:

“Incluso si las políticas altamente socialistas se llevan a la práctica pacíficamente bajo los auspicios de la democracia, las distorsiones de incentivos fundamentales y los problemas de información creados por las grandes organizaciones estatales y el control centralizado de los recursos también se hacen presentes en países industrializados, como ocurre actualmente en Venezuela. Las lecciones que podemos sacar de las economías agrícolas con bajo rendimiento bajo regímenes socialistas se extienden a otras industrias modernas apropiadas por el gobierno: producen menos en lugar de más”.

Es interesante observar que, cuando se trata de Venezuela (que se menciona sólo de pasada, sin pretender un análisis serio), el documento admite tácitamente que la revolución bolivariana fue, de hecho, “llevada a la práctica pacíficamente bajo los auspicios de la democracia”. Esto produce un cambio refrescante en comparación con el constante aluvión de propaganda que durante 20 años o más persistió en describir a Hugo Chávez como un “dictador”.

De hecho, Chávez ganó más elecciones y otras consultas democráticas que cualquier otro político en el mundo. Tampoco se puede decir que estas elecciones fueron manipuladas, ya que fueron examinadas con lupa por observadores internacionales, incluido el ex presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter. Si los observadores hubieran encontrado la más mínima indicación de fraude electoral, todos los periódicos y canales de televisión del mundo habrían gritado desde los tejados. Pero nunca se encontró tal evidencia.

Los Estados Unidos han respaldado todas las dictaduras salvajes y empapadas de sangre que hubo en América Latina: desde la de Somoza a la de Batista y desde la de Pinochet a la de Noriega. Así que, sea cual sea el problema que los caballeros de Washington hayan tenido con Hugo Chávez, podemos estar absolutamente seguros de que la cuestión de la dictadura o la democracia no tuvo nada que ver con eso.

Se sabía que Anastasio Somoza era un dictador despiadado, pero Estados Unidos siguió apoyando a su régimen como un bastión anticomunista en Nicaragua. El presidente Franklin D. Roosevelt (FDR) supuestamente comentó en 1939 que “Somoza puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. El problema con Chávez, el único problema, era que, a diferencia de Somoza, él no era el siervo obediente de Washington.

El hecho de que Chávez fuera elegido por mayoría aplastante no puede ser explicado por los autores del documento. No mencionan el hecho de que Chávez usó el dinero de la venta de petróleo para proporcionar al pueblo venezolano por primera vez atención médica y educación gratuitas. El dinero fue utilizado para construir casas, escuelas y hospitales. Y Chávez le dio a los pobres una voz y una causa. Les dio esperanza para el futuro, que nunca antes habían tenido.

Nadie puede dudar de la popularidad colosal de Chávez, cuyas razones serían evidentes para cualquier observador honesto. Al principio, no habló de socialismo, ni nacionalizó nada, limitándose a reformas sociales en beneficio del pueblo y una constitución nueva y muy democrática. A pesar de esto (o más bien, por eso), la oligarquía venezolana lo denunció como un “comunista”. Los Estados Unidos y sus agentes en Caracas estaban decididos a deshacerse de él y organizaron un violento golpe para expulsarlo en abril de 2002.

Ese golpe fue organizado con la participación activa de la embajada estadounidense y la CIA, que ha sido una característica común de la política latinoamericana durante décadas. El golpe fue apoyado por los banqueros y los capitalistas (fue encabezado por el presidente de la organización de empresarios venezolana), con la participación activa de generales, jefes de policía, los medios de comunicación (que desempeñaron un papel clave en la movilización para el golpe), y la Iglesia Católica Romana.

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Tratar de regular el capitalismo en lugar de abolirlo conduce al desastre. Esa es la verdadera lección de Venezuela y de todos los otros intentos de reformar el capitalismo. / Imagen: chavezcandanga

El golpe fue derrotado por un movimiento espontáneo de las masas, y derrocado en el espacio de 48 horas. Estos hechos nunca fueron explicados al público estadounidense, que durante décadas ha sido alimentados con un flujo constante de mentiras, distorsiones y falsificaciones destinadas a desacreditar a la Revolución Bolivariana. Esta fue, sin embargo, sólo la punta de un iceberg muy grande y desagradable.

El imperialismo estadounidense vio en la revolución venezolana una amenaza mortal que debía ser derrotada a toda costa. Tomó medidas para aislar a Venezuela internacionalmente y arruinar su economía con sanciones agresivas. Junto con la caída del precio del petróleo, que afectó duramente a la principal industria de Venezuela, la economía sufrió graves daños. En gran medida, la crisis que vemos ahora en Venezuela fue el resultado de la política agresiva del imperialismo estadounidense. El sabotaje económico fue una parte importante del intento de derrocar a un régimen al que consideraba contrario a sus intereses.

Es cierto, sin embargo, que el colapso económico actual también se debió a otros factores. El problema de la revolución venezolana no es que fue demasiado lejos en la introducción de medidas socialistas, sino que no fue lo suficientemente lejos. No llegó a expropiar sectores clave de la industria privada. A los capitalistas venezolanos se les permitió continuar su política (con la participación activa de EE. UU.) de sabotear el país a través de una huelga de capital que paralizó una economía ya debilitada, reteniendo alimentos y otros productos básicos para crear escasez y aumentar la inflación.

Toda la historia demuestra que es imposible llevar a cabo una revolución a medias. Una economía puede funcionar en líneas capitalistas o en líneas socialistas. Pero no puede ser un híbrido en el que coexistan elementos de nacionalización y regulación estatal con elementos de una economía de mercado. Ésa es una receta para el caos, que es lo que ahora vemos en Venezuela.

Otro factor que socavó a los sectores nacionalizados de la economía fue la eliminación del control de los trabajadores y la imposición de un régimen burocrático basado en el estalinismo. Esto ayudó a estrangular la naciente economía socialista, lo que llevó a una corrupción masiva, desperdicio e ineficacia. Es precisamente lo que destruyó la URSS, y también es el lugar en el que se encuentra el futuro de la revolución venezolana en cuestión.

Sin embargo, todo lo que demuestra esto no es la superioridad de la economía de mercado capitalista sobre la planificación socialista, sino la necesidad de una planificación socialista genuina, que debe llevarse a cabo de manera democrática. Ciertamente, no hay ninguna justificación para medidas reformistas de medias tintas. Tratar de regular el capitalismo en lugar de abolirlo conduce al desastre. Esa es la verdadera lección de Venezuela y de todos los otros intentos de reformar el capitalismo.

Socialismo en los Estados Unidos

Después de presentar una imagen completamente distorsionada y unilateral del tipo de “socialismo” que se introdujo en Venezuela, Rusia y China, los autores del documento se sumergen en un extraño y maravilloso ejercicio de imaginación futurista. ¿Cuáles serían los efectos de la planificación socialista si se introdujera en los Estados Unidos? Los autores naturalmente tienen una respuesta preparada para esta pregunta intrigante:

“Estos países son ejemplos de un patrón más general de los efectos negativos del socialismo. Tales resultados también se han observado en estudios comparativos entre países sobre el efecto de una mayor libertad económica, cuantificada por el índice de impuestos y del gasto público, el alcance de las empresas estatales, la regulación económica y otros factores, sobre el producto interno bruto real (PIB). Estos estudios encuentran una fuerte asociación entre una mayor libertad económica y un mejor desempeño económico. Sugiere que reemplazar las políticas de los EE. UU. con políticas altamente socialistas, como las de Venezuela, reduciría el PIB real en al menos un 40% a largo plazo, o aproximadamente en 24.000 dólares por año para la persona promedio”.

¡Así que ahí lo tenemos! El socialismo en los EE. UU. significaría una reducción en el PIB real de al menos el 40 por ciento “a largo plazo” y el consiguiente colapso catastrófico de los niveles de vida. No sabemos qué tan largo podría ser “el largo plazo”. Pero lo que sí sabemos es que los niveles de vida en los EE. UU. han estado cayendo, o en el mejor de los casos estancándose, para la mayoría de la población durante bastante tiempo. Como ya hemos señalado, muchas familias en el país más rico del mundo viven en el límite de la pobreza, o debajo de ella. Muchas personas están sin hogar. Muchos más no tienen seguro médico y se enfrentan constantemente con el temor de enfermarse.

Los autores del documento, así como el actual inquilino de la Casa Blanca, son perfectamente conscientes de estos hechos. Para ellos, parafraseando la famosa frase del Cándido de Voltaire, todo es para bien en el mejor de los mundos capitalistas. Y cualquier persona lo suficientemente loca como para poner en tela de juicio este paraíso capitalista es inmediatamente invitada a examinar la situación en Venezuela, como una terrible advertencia de lo que significaría el socialismo en los Estados Unidos.

Basándonos en la tecnología avanzada, sería posible llevar a cabo la planificación socialista en los Estados Unidos sobre una base democrática, que involucrara a toda la población. No sólo los trabajadores, sino también los científicos, técnicos, economistas, gerentes y otras personas profesionales participarán en la elaboración de un plan democrático de producción y también en la supervisión de su puesta en práctica.

Los poderosos instintos democráticos del pueblo estadounidense y ese fuerte sentido de los derechos y libertades individuales que han heredado de su pasado revolucionario también ofrecen una garantía seria contra cualquier intento de imponer un gobierno burocrático o totalitario. Por el contrario, desde el principio, el pueblo podría someterlo todo a un riguroso escrutinio democrático.

¿Queremos nacionalizarlo todo?

El documento establece:

 “La CEA no espera que las políticas socialistas causen escasez de alimentos en los Estados Unidos, porque los socialistas ya no proponen nacionalizar la producción de alimentos. Más bien, la experiencia histórica con la agricultura es relevante porque involucraba desincentivos económicos, planificación centralizada y un monopolio estatal sobre un sector que era vasto cuando se introdujo el socialismo, similar a la asistencia médica actual. La evidencia histórica sugiere que el programa socialista para los EE. UU. causaría escasez o degradaría la calidad de cualquier producto o servicio sometido a un monopolio público. El ritmo de la innovación se desaceleraría y los niveles de vida en general serían más bajos. Éstos son los costos de implantación del socialismo desde una perspectiva estadounidense moderna”.

Nos sentimos muy aliviados al descubrir que la introducción del socialismo en los Estados Unidos no significará de inmediato una hambruna de proporciones bíblicas. ¡Gracias a Dios por su misericordia! Sin embargo, no sabemos qué socialistas estadounidenses “ya no proponen nacionalizar la producción de alimentos”, ya que no se menciona. La CEA tampoco define qué es exactamente lo que quiere decir con “producción de alimentos”.

Si quieren decir que no abogamos por la nacionalización de la propiedad de los pequeños agricultores, tienen toda la razón. Pero si quieren decir que no vamos a nacionalizar las grandes empresas agrícolas y las grandes empresas que controlan cosas como el transporte, los productos químicos y los fertilizantes y, sobre todo, los grandes supermercados y los monopolios de alimentos, están muy equivocados.

Al argumentar contra el socialismo, los defensores de la derecha de la economía de mercado con frecuencia intentan asustar a la clase media, al pequeño agricultor, al pequeño comerciante, al pequeño empresario, con que “los socialistas quieren nacionalizarlo todo”, quieren someterlo todo al asfixiante control del monopolio estatal burocrático, etc.

Eso es completamente falso. Lo que los socialistas proponen es la expropiación de los grandes bancos y monopolios que oprimen y explotan a la gente, no sólo a la clase trabajadora, sino también a la clase media y a los pequeños productores. Los bancos, por ejemplo, controlan rígidamente la oferta de crédito y cobran tasas de interés exorbitantes y otros cargos que paralizan a las pequeñas empresas. Un sistema bancario nacionalizado proporcionaría un flujo libre de crédito barato al pequeño agricultor y comerciante.

De hecho, la prueba de que las grandes empresas son profundamente hostiles a la iniciativa privada y a los intereses del pequeño productor es precisamente la agricultura. El pequeño agricultor y su familia trabajan arduamente para producir la leche, la mantequilla, la carne, las frutas y verduras que la gente necesita. Pero los agricultores no reciben un rendimiento justo por su arduo trabajo. Las grandes cadenas de supermercados pagan precios absurdamente bajos por los productos agrícolas, mientras que cobran precios exorbitantes al consumidor por el mismo producto.

El robo perpetrado contra el pequeño agricultor no se detiene ahí. Las grandes empresas de transporte se quedan con una gran parte, al igual que las grandes compañías químicas y de semillas, que cobran altísimos precios por los productos que venden. Para mejorar la posición del pequeño agricultor, es necesario eliminar al intermediario. Al expropiar los grandes bancos y monopolios que chupan la sangre de los pequeños productores, sería posible proporcionar un nivel de vida decente para los agricultores y, al mismo tiempo, reducir el precio de los alimentos para el consumidor.

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Al expropiar los grandes bancos y monopolios que chupan la sangre de los pequeños productores, sería posible proporcionar un nivel de vida decente para los agricultores y, al mismo tiempo, reducir el precio de los alimentos para el consumidor. Esto se demostró en París en 1968, donde se dispusieron suministros de alimentos, con precios fijados por los obreros y campesinos. / Imagen: Dominio público

Podemos dar un ejemplo concreto de esto al referirnos a la gran huelga general que tuvo lugar en mayo de 1968 en Francia. Los trabajadores en huelga establecieron contacto con las organizaciones campesinas en las áreas rurales, y se organizaron suministros de alimentos, con precios fijados por los trabajadores y campesinos. Para evitar la especulación, las tiendas tenían que exhibir una etiqueta en la ventana con las palabras: “Esta tienda está autorizada para abrir. Sus precios están bajo la supervisión permanente de los sindicatos”. La pegatina estaba firmada por los sindicatos. Como resultado, un litro de leche se vendía por 50 céntimos en comparación con los 80 anteriores al acuerdo. El kilo de patatas se redujo de 70 céntimos a 12; el kilo de zanahorias de 80 a 50, y así sucesivamente.

Al eliminar al intermediario, todos ganan, excepto los peces gordos de Wall Street. Pero sus penas no nos conciernen particularmente, ni a nadie más, en realidad. El hecho es que los pequeños productores ya están oprimidos y explotados por los monopolios. La única diferencia es que, bajo el capitalismo, estos monopolios están en manos privadas y sólo existen con el propósito de extraer los beneficios del trabajo de la clase obrera y de los pequeños productores. Al sustituir el monopolio privado por el monopolio estatal, se elimina el motivo del lucro, y tanto el productor como el consumidor ganan una cantidad tremenda.

Los socialistas no tienen ningún interés en nacionalizar las pequeñas empresas. En realidad, las pequeñas empresas pueden operar en ciertos sectores de la economía de manera bastante eficiente, por ejemplo, la pequeña tienda o bar de la esquina. No tendría ningún sentido nacionalizarlos. Necesitamos nacionalizar los grandes monopolios y los bancos porque, al hacerlo, obtenemos el control de las principales palancas de la vida económica, las esferas dominantes de la economía, como se las ha llamado.

Una vez que tengamos el control de los bancos y los grandes monopolios, podremos planificar la economía en interés de la sociedad en general. La diferencia fundamental es que mientras que bajo el capitalismo los monopolios privados sólo representan los intereses de una pequeña minoría privilegiada, bajo el socialismo, el Estado y las industrias nacionalizadas serán propiedad y estarán controladas por la clase obrera que constituye la abrumadora mayoría de la sociedad.

Esta es la diferencia entre la caricatura de la democracia que existe ahora, donde no importa quién se sienta en la Casa Blanca, siempre es el 1 por ciento de los parásitos súper ricos quienes deciden lo que sucede, y una auténtica democracia socialista, que usa tanto el poder político y económico para la mayoría de las personas que realmente crean la riqueza de la sociedad.

Puede ser que, a largo plazo, los pequeños comerciantes y agricultores decidan que están mejor trabajando en empresas de propiedad pública, donde indudablemente trabajarán menos horas con mejores condiciones. Pero esa decisión debe ser tomada voluntariamente por ellos. Mientras tanto, el pequeño agricultor tendrá la libertad de trabajar la tierra como antes, pero estará seguro de obtener un trato infinitamente mejor que en el caso cuando estaba esclavizado a los grandes bancos y monopolios.

El Estado capitalista

Igual que en el campo de la economía, la idea de que todos los consumidores son iguales y “libres de elegir” es una abstracción sin sentido, en el campo de la política, la idea de que, en una democracia capitalista formal, la gente puede decidir quién gobierna su vida y destino es una abstracción igualmente hueca. Los políticos y los presidentes se compran y venden, igual que cualquier otro producto en la economía de mercado. Y este control oligárquico anula la democracia, que se reduce al nivel de una farsa vacía y sin sentido.

Para romper el poder de la oligarquía y poner el control real en manos de la gente, es absolutamente necesario romper el poder económico de la clase dominante. La condición previa para el socialismo es la expropiación del gran capital, los grandes bancos y corporaciones que realmente gobiernan la sociedad. Para controlar la economía, es necesario eliminar por completo la propiedad privada de estos sectores dominantes.

Ésa es la única manera de destruir la dictadura del capital y crear un sistema económico bajo propiedad y control de la mayoría, no de una minoría privilegiada de familias obscenamente ricas. Sin embargo, esta medida extremadamente democrática y necesaria se retrata en los términos más siniestros, implicando de alguna manera que los derechos y libertades de los ciudadanos comunes cederían a algún tipo de Estado totalitario monstruoso.

Esto no tiene sentido. Es el sistema actual el que es profundamente antidemocrático. Es el dominio de una minoría no responsable ante nadie, no elegida e impune la que ejerce un control despótico y asfixiante sobre la vida de las personas. Bajo el sistema actual, poco importa quién sea elegido para el Congreso y la Casa Blanca, porque Wall Street extiende sus tentáculos a todos los niveles de la vida política.

La burocracia federal es un monstruo. Se compone de aproximadamente 2,6 millones de empleados, además de muchos subcontratados independientes. La mayor parte de la burocracia se dedica a aplicar la ley. Hay 17.985 agencias de policía en los Estados Unidos, que incluye a la policía del campus universitario, departamentos del sheriff (policía de los condados), policía local y agencias federales. La naturaleza represiva del Estado es cada vez más obvia, con numerosos casos de policías que asesinan a personas, la mayoría de las veces, negros y latinos. Y la población carcelaria está aumentando vertiginosamente.

Según la Oficina de Estadísticas de Justicia estadounidense (BJS), 2.220.300 adultos fueron encarcelados en prisiones estatales y federales de EE. UU. y cárceles de condado en 2013. En octubre de 2013, la tasa de encarcelamiento de los Estados Unidos fue la más alta del mundo, 716 presos por cada 100.000 habitantes de la población nacional. Si bien Estados Unidos representa alrededor del 4,4 por ciento de la población mundial, alberga a alrededor del 22 por ciento de los prisioneros del mundo. El costo promedio de encarcelamiento de reclusos federales en 2015 fue de 31.977,65 dólares por persona (87,61 dólares por día).

Este enorme aparato de represión es necesario porque una pequeña minoría de explotadores gobierna sobre la abrumadora mayoría. Constituye una enorme carga para la riqueza y los recursos de la sociedad. El costo de mantener a este ejército hinchado de burócratas federales fue de aproximadamente 58 mil millones de dólares al año en 2015. Supone alrededor del 14 por ciento del conjunto del gasto gubernamental y alrededor del 16 por ciento de sus ingresos.

El verdadero coste del militarismo

El gasto militar es otro desagüe colosal. Donald Trump ha firmado lo que su Administración llama el mayor presupuesto militar en la historia de los Estados Unidos: 717 mil millones de dólares. Atendiendo a lo que dice parece que pretende aumentar esa cifra en el futuro. De hecho, los contribuyentes estadounidenses destinarán aproximadamente 6 billones de dólares al Pentágono durante la próxima década, ya que se estima que los costos militares alcancen niveles un 20 por ciento superiores a su máximo durante la Guerra Fría, según la Oficina de Presupuestos del Congreso.

El asunto no termina ahí. La participación constante de los EE. UU. en aventuras militares extranjeras es un drenaje interminable que pone a prueba los recursos de la nación más rica del mundo. Y estas cifras no incluyen el costo de las llamadas “operaciones de contingencia en el extranjero”. Eso es una jerga militar para los miles de millones de dólares gastados fuera del presupuesto cada año en la interminable “Guerra contra el Terrorismo”.

Estados Unidos se embarcó en la llamada guerra global contra el terrorismo tras los ataques del 11 de septiembre, que mataron a casi 3.000 personas, orquestados por el grupo islamista, Al Qaeda. Semanas más tarde, Estados Unidos encabezó una invasión en Afganistán, que en ese momento estaba controlada por los aliados de Al Qaeda, los talibanes.

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En marzo de 2003, Washington derrocó al presidente iraquí Saddam Hussein, acusándolo de poseer armas de destrucción masiva y albergar a organizaciones terroristas anti-estadounidenses. Ambas afirmaciones eran falsas. A pesar de las repetidas afirmaciones de que Estados Unidos poseía “pruebas irrefutables” de que Irak poseía “armas de destrucción masiva”, nunca se encontraron tales armas. Fue una mentira descarada diseñada para engañar al público estadounidense y justificar la invasión y ocupación de un Estado soberano.

La afirmación de que Irak estaba albergando a organizaciones terroristas yihadistas como Al Qaeda, y que de alguna manera estaba vinculado al ataque a las Torres Gemelas fue otra mentira. Se olvida convenientemente que, en los ataques contra las Torres Gemelas, de los 19 terroristas que secuestraron los aviones, 15 eran ciudadanos saudíes. No había un sólo iraquí entre ellos, y de hecho, Saddam Hussein era un enemigo acérrimo de Al Qaeda, que no tenía base en Irak. Sin embargo, no fue Arabia Saudita la que fue invadida, sino Irak.

Dejando a un lado lo que se pueda decir sobre Saddam Hussein, el hecho es que era un gobernante laico e implacablemente hostil al extremismo islamista. Suprimió sin piedad toda oposición, incluida la de los yihadistas. Sólo después de la destrucción del Estado iraquí a causa de la invasión de los Estados Unidos, Al Qaeda logró construir una base sólida (transformándose en el “Estado Islámico”) y, a pesar de los contratiempos, todavía representa una amenaza en la actualidad.

En su día se calculó que la “Guerra contra el Terrorismo” agregó 2,1 billones de dólares a la enorme deuda de los Estados Unidos: alrededor del 10 por ciento del total. Los contribuyentes gastaron más de 800 mil millones de dólares sólo en la guerra de Irak. Se dice que los 2,1 billones gastados en la Guerra contra el Terrorismo han creado 18 millones de empleos. Pero si se hubiera dirigido a la educación, habría creado casi 38 millones de empleos. Eso nos da una idea del colosal despilfarro causado ​​por el gasto de armas.

Sin embargo, ahora parece que incluso esta estimación desorbitante subestima la cantidad total. El Proyecto de los Costos de la Guerra en el Instituto Watson de la Universidad de Brown publicó recientemente una estimación del dinero de los contribuyentes que se destinó a la llamada Guerra contra el Terrorismo. Desde el 12 de septiembre de 2001 hasta el año fiscal 2018, la factura ascendió a casi 6 billones de dólares (incluidos los costos futuros del cuidado de los veteranos). En promedio, eso es al menos 23.386 dólares por contribuyente.

Este estudio incluye tanto los gastos del Pentágono como su cuenta de Operaciones de contingencia en el extranjero; y “gastos relacionados con la guerra por parte del Departamento de Estado, gastos pasados ​​y obligatorios para el cuidado de los veteranos de guerra, intereses sobre la deuda contraída para pagar las guerras y la prevención y respuesta al terrorismo por parte del Departamento de Seguridad Nacional”.

 “Los Estados Unidos se han apropiado y están obligados a gastar un estimado de 5,9 billones de dólares en la guerra contra el terrorismo hasta el año fiscal 2019, incluidos los gastos directos de guerra y los relacionados con la guerra y las obligaciones para gastos futuros de los veteranos de guerra posteriores al 11 de septiembre.”

 El informe concluye:

“En resumen, los altos costos en la guerra y el gasto relacionado con la guerra plantean una preocupación de seguridad nacional porque son insostenibles. La ciudadanía se merecería una mayor transparencia y el desarrollo de una estrategia integral para poner fin a las guerras y tratar otras prioridades urgentes de seguridad nacional”.

En 2014, los Estados Unidos reunieron una coalición internacional para combatir al ISIS, que se ha extendido desde Irak a la vecina Siria y más allá. La alianza militar occidental de la OTAN liderada por Estados Unidos intervino en Libia y ayudó a los insurgentes a derrocar a Muammar Gaddafi, dejando a la nación en un estado de caos indescriptible, anarquía y guerra civil. Bajo Gaddafi, Al Qaeda no era una fuerza seria en Libia. Ahora prospera allí y está extendiendo sus tentáculos en el África subsahariana.

El informe también encontró que “el ejército de EE. UU. está realizando actividades de contraterrorismo en 76 países, o alrededor del 39 por ciento de las naciones del mundo, expandiendo [su misión] en todo el mundo”. Además, estas operaciones “han estado acompañadas por violaciones de los derechos humanos y libertades civiles, en los Estados Unidos y en el extranjero”.

El costo humano de estas aventuras extranjeras ha sido enorme. En general, el informe estimó que “entre 480.000 y 507.000 personas murieron en las guerras posteriores al 11/9 en Irak, Afganistán y Pakistán”. Esta cifra “no incluye las más de 500.000 muertes por la guerra en Siria, propagada desde 2011”, cuando un levantamiento rebelde y yihadista respaldado por Occidente desafió al gobierno, un aliado de Rusia e Irán.

El número de muertes puede ser mucho mayor y también está compuesto por cientos de miles de muertos por los efectos secundarios de tales conflictos. El Instituto Watson también calculó que el costo humano combinado para EE. UU. a lo largo de sus acciones en Afganistán, Irak y Pakistán fue de 6.951 soldados, 21 civiles y 7.820 contratistas.

El informe dice:

“Aunque a menudo sabemos cuántos soldados estadounidenses mueren, la mayoría de los otros datos son, hasta cierto punto, inciertos. De hecho, es posible que nunca sepamos el total de muertes directas en estas guerras. Por ejemplo, decenas de miles de civiles pueden haber muerto al reconquistar Mosul y otras ciudades del ISIS, pero es probable que sus cuerpos no hayan sido recuperados.

“Además, este recuento no incluye ‘muertes indirectas’. El daño indirecto ocurre cuando la destrucción de las guerras conduce a consecuencias ‘indirectas’ a largo plazo para la salud de las personas en zonas de guerra, por ejemplo, debido a la pérdida de acceso a alimentos, agua, instalaciones sanitarias, electricidad u otras infraestructuras”.

Saddam Hussein y Muammar Gaddafi fueron dictadores brutales y para nada amigos de las masas oprimidas. Pero, ¿puede alguien decir honestamente que Irak y Libia son más seguros y más estables tras la devastación de estos países por el imperialismo? ¿Y qué hay de Afganistán? Después de 17 años (más que la guerra de Vietnam), el gasto de billones de dólares y la terrible pérdida de vidas, el país es un atolladero sangriento en el que los talibanes amenazan el 70 por ciento del territorio.

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A pesar de las rápidas victorias iniciales en Irak y Afganistán, el ejército de Estados Unidos ha estado plagado de insurgencias en curso, y no sólo en estos países. La invasión de Irak desestabilizó toda la región. Esto obligó a EE. UU. a expandir sus “operaciones de contraterrorismo” más allá del Medio Oriente, a Libia, Pakistán, Somalia y Yemen.

Estas infinitas aventuras militares no hacen que Estados Unidos sea más seguro o más fuerte. Tampoco hacen que la amenaza terrorista sea más débil. Por el contrario, los terroristas locos son cada vez más numerosos. Prosperan en la inestabilidad causada por la intervención militar de Estados Unidos. El mundo es ahora un lugar mucho más inestable y peligroso de lo que era en 2001. La invasión de Irak generó una enorme ola de resentimiento y odio que tendrán que ser pagadas por innumerables víctimas en el futuro, tanto fuera de las fronteras de Estados Unidos como dentro de ellas.

El nazi Hermann Göring dijo una vez: “¡Cañones en lugar de mantequilla! Los cañones nos harán fuertes. La mantequilla sólo nos hará gordos”. Pero el gasto de armas colosales de Estados Unidos, que hace que el programa de rearme de Hitler parezca liliputiense, no ha hecho nada para restaurar la grandeza de Estados Unidos. En un mundo desgarrado por guerras constantes que son un reflejo de la crisis del capitalismo, EE. UU. se ve arrastrado cada vez más a un atolladero sangriento.

En febrero, el presidente Trump se quejó de que “hemos gastado 7 billones de dólares en el Medio Oriente”, y agregó “qué error”. Semanas más tarde, le dijo a sus asesores militares que prepararan un plan para retirarse de Siria, ya que la guerra contra el ISIS entró en su fase final. Pero desde entonces, la intervención militar de EE. UU. en Siria ha continuado e incluso se ha intensificado, arrastrando un conflicto sin sentido que ya ha costado demasiadas vidas.

Todo esto recuerda una de las famosas palabras del historiador romano Tácito:

“Y cuando han creado un desierto, lo llaman Paz”.

¡Los trabajadores deben tomar el poder!

El socialismo es democrático o no es nada. Significa tomar el control de la sociedad de las manos de una élite codiciosa, irresponsable y corrupta y ponerla en manos de la abrumadora mayoría. Esto significa el derrocamiento del Estado existente y su reemplazo por un nuevo tipo de Estado. Engels describe al Estado como “un poder, que aparentemente está por encima de la sociedad […] pero que se coloca por encima de ella, y se aleja cada vez más”.

Estas palabras son una descripción precisa de la situación actual. El Pentágono, el Departamento de Seguridad Nacional, la industria nuclear y armamentística de EE. UU. y el resto de lo que solía llamarse el Complejo Militar-Industrial se ha convertido en un Estado dentro de un Estado, con sus propios intereses, que disfruta de un poder colosal y de una influencia sobre el Gobierno central. Trump descubrió a su costa que las agencias de inteligencia que se supone que están al servicio del pueblo, en realidad no sirven a nadie más que a sí mismas y al sistema capitalista cuyos intereses representan.

Los defensores del capitalismo solían señalar a Rusia y China y decir a los ciudadanos de los Estados Unidos: “¿Quieren socialismo? Eso es socialismo! El gulag, la KGB, la dictadura, espías en cada esquina, hacer fila durante horas por una barra de pan o una pastilla de jabón. ¿Realmente quieren eso?”. Y el ciudadano aterrorizado sacudiría la cabeza y diría:” ¡No, gracias! ¡Eso no es para mí!”

Por supuesto, nadie en su sano juicio quiere las cosas descritas anteriormente. Pero estas cosas no son en absoluto subproductos necesarios de un plan de producción socialista. Son precisamente los productos de países económicamente atrasados, ​​donde no existían las condiciones materiales para el socialismo. Y eso es muy diferente de la situación en Estados Unidos.

Mientras que en Rusia y China, las fuerzas productivas se encontraban en un nivel muy bajo cuando tuvieron lugar sus revoluciones (y ése también fue el caso de Venezuela, con la excepción parcial de la industria petrolera) en Estados Unidos, las fuerzas productivas se han elevado a un nivel muy alto. La población estadounidense disfruta de un alto nivel de alfabetización y una fuerte tradición de democracia, todo lo cual estaba ausente en los países mencionados.

Defendemos el control de los bancos y las industrias por parte del Estado, pero también defendemos el control democrático del Estado por parte de todo el pueblo. Bajo un régimen de control y gestión de los trabajadores, todas las palancas del poder económico estarían en manos de los propios trabajadores. Las personas que realmente producen toda la riqueza de la sociedad deben poseer y controlar las fuerzas productivas.

En primer lugar, esto significa transferir la riqueza de la sociedad y las fuerzas productivas de manos privadas a manos del Estado. Pero el futuro Estado proletario no tendrá nada en común con el actual monstruo burocrático que es el poder estatal de los banqueros y capitalistas. La revolución socialista eliminará el viejo Estado de los explotadores y opresores y creará un nuevo poder estatal genuinamente democrático, que será más pequeño, más responsable e infinitamente más económico de manejar.

¿Cómo será el Estado de los trabajadores? Hace poco más de un siglo, Lenin respondió a esa pregunta en una famosa obra titulada, El Estado y la revolución, en la que explicaba las condiciones fundamentales, no para el socialismo o el comunismo, sino para las primeras fases del poder obrero. Estas condiciones pueden resumirse como sigue:

  1. Elecciones libres y democráticas, con derecho de revocación de todos los funcionarios.
  2. Ningún funcionario recibirá un salario más alto que el de un trabajador cualificado.
  3. Ningún ejército ni policía, sino el pueblo armado (una milicia popular).
  4. Poco a poco, todas las tareas de administración del Estado de la sociedad serán realizadas por todo el pueblo, por turnos. Cuando todos son burócratas, nadie es burócrata.

Medidas como éstas garantizarían que el Estado de los trabajadores estadounidenses sea genuinamente democrático y representativo. Sería la verdadera realización de las aspiraciones democráticas que han inspirado al pueblo estadounidense desde la Revolución Americana y la Guerra Civil, que en realidad fue una segunda Revolución Americana.

Esta es la verdadera cara de la revolución socialista. No tiene nada en común con el Estado burocrático totalitario del estalinismo. Por el contrario, es una concepción democrática de la sociedad que está totalmente en línea con las tradiciones democráticas y revolucionarias básicas del país, tradiciones que han sido sistemáticamente reducidas bajo el sistema actual de la oligarquía capitalista.

La transición al socialismo

El documento de la Casa Blanca dice:

“Las soluciones propuestas incluyen sistemas universales, tasas impositivas elevadas (‘cada cual según sus capacidades’) y políticas públicas que distribuyen gran parte de los bienes y servicios de la nación de forma ‘gratuita’ (‘a cada cual según sus necesidades’). “Donde difieren es en que los socialistas democráticos contemporáneos denuncian la brutalidad estatal y permitirían que los individuos posean de manera privada los medios de producción en muchas industrias”.

Aquí se da un cúmulo de confusiones. Los autores tienen un vago recuerdo de que el socialismo es algo que tiene que ver con “de cada cual, según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Pero para empezar, esta fórmula no tiene nada que ver con la tributación. De hecho, Marx utilizó esta formulación para describir la situación que existiría en una sociedad completamente sin clases. En una sociedad así, sobre la base de un desarrollo muy alto de las fuerzas productivas, con el consiguiente aumento de la riqueza y la cultura, llegaríamos a una situación en la que cada persona contribuiría a la sociedad en función de lo que su potencial físico y mental le permitiera. A cambio, recibiría todo lo necesario para vivir una vida fructífera y genuinamente humana.

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Marx no era un utópico. Era muy consciente de que no todos tenemos el mismo potencial. No todo el mundo es un potencial de Darwin, Einstein o Rembrandt. Sin embargo, cada ser humano tiene algún potencial y debería tener la posibilidad de desarrollar ese potencial al máximo. Cada hombre y cada mujer deben poder contribuir a la sociedad de la mejor manera posible. A cambio, pueden esperar recibir el derecho a vivir una existencia civilizada.

Durante el período de transición, como Marx explicó muy claramente en su Crítica al Programa de Gotha, no se puede plantear la introducción inmediata del principio “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Esto es lo que escribía:

“Pero unos individuos son superiores, física e intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para un trabajo desigual. No reconoce diferencias de clase, porque cada individuo no es más que un trabajador como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se los coloque bajo un mismo punto de vista y se los mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso dado, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.

“Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado.

 “En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora del individuo a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y fluyan más abundantemente los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!”

(Marx-Engels Selected Works, 1970, Vol.3)

Es imposible saltar directamente de la jungla capitalista a la forma superior del socialismo sin un período de transición, que Marx describió como la fase inferior del comunismo. Durante este período, existiría la desigualdad de ingresos, aunque el diferencial sería mucho menor que la obscena desigualdad que existe hoy en día, y tenderá a reducirse aún más a medida que el trabajo no cualificado se convierta en algo del pasado.

La duración de este período de transición estaría determinada por el nivel inicial de desarrollo de las fuerzas productivas, la técnica, la cultura, etc. en una sociedad determinada. En Rusia, en 1917, los bolcheviques tomaron el poder en un país extremadamente atrasado, con una base industrial estrecha y una población en gran parte analfabeta. Por lo tanto, en Rusia, el período de transición asumió un carácter particularmente difícil y doloroso.

Lenin y Trotsky entendieron muy bien que las condiciones materiales para la construcción del socialismo estaban ausentes en Rusia, y que requeriría la victoria de la revolución socialista en uno o más países avanzados (Alemania, por ejemplo) para avanzar en la dirección del verdadero socialismo. Los problemas a que se enfrentó la joven república soviética fueron producto de un atraso económico y cultural extremo. Fueron estas condiciones objetivas las que llevaron a la degeneración burocrática de la Revolución Rusa, que terminó en la abominación del totalitarismo estalinista.

Pero en un país capitalista avanzado como Estados Unidos, con su potencial productivo colosal, su población educada y sus tradiciones democráticas, el avance hacia el socialismo se lograría de manera mucho más fácil, mucho menos dolorosa y mucho más rápida que en el caso de la atrasada Rusia.

La superioridad de una economía socialista planificada

¿Qué efecto tendría sobre la producción la nacionalización de los bancos y monopolios? Nuestros amigos en la Casa Blanca hablan de un colapso de tal vez el 40 por ciento “a largo plazo”. Esto es una vez más una cifra que alguien se ha sacado de la manga. En ningún momento exponen prueba alguna para respaldar este dato. Pero creemos que estamos en condiciones de demostrar exactamente lo contrario. Nos referimos una vez más a un ejemplo concreto de lo que podría lograr una economía planificada.

Bajo condiciones espantosas de atraso económico, social y cultural, los bolcheviques comenzaron la tarea titánica de sacar a Rusia fuera del atraso sobre la base de una economía planificada nacionalizada. En el transcurso de dos décadas, Rusia estableció una base industrial poderosa, desarrolló la industria, la ciencia y la tecnología y abolió el analfabetismo. En un período de 50 años, la URSS aumentó su producto interno bruto nueve veces.

A fines de la década de 1970, la Unión Soviética era una potencia industrial formidable, que en términos absolutos ya había superado al resto del mundo en toda una serie de sectores clave. La URSS era el segundo mayor productor industrial del mundo después de los EE.UU. Y el mayor productor de petróleo, acero, cemento, tractores y muchas otras maquinarias.

Tampoco se expresa el alcance total del logro en estas cifras. Además, el desempleo como en Occidente era desconocido en la Unión Soviética. La URSS tenía un presupuesto equilibrado e incluso generaba un pequeño superávit cada año. Ningún gobierno occidental ha tenido éxito en lograr resultados como éstos. El déficit del presupuesto federal de los EE.UU. fue de 665 mil millones de dólares en 2017, en comparación con los 587 mil millones en 2016, un aumento de 82 mil millones, o alrededor del 13 por ciento. En este momento, la deuda pública de los EE.UU. es de aproximadamente 20 billones, habiendo aumentado en un sorprendente 115 por ciento en la última década.

Además, durante la mayor parte del período de posguerra, hubo poca o ninguna inflación en la URSS. Este fue particularmente el caso con el precio de los artículos básicos de consumo. A principios de la década de 1980, el precio del pan, el azúcar y la mayoría de los precios de los alimentos no había aumentado desde 1955. Los alquileres eran extremadamente bajos, casi gratuitos, e incluían electricidad y gas gratuitos ilimitados. Compárese simplemente esto con Occidente, donde la mayoría de los trabajadores tienen que pagar un tercio o más de su salario en la vivienda y el alto costo de la vivienda hace que la propiedad de la vivienda esté fuera del alcance de millones de personas y condena a muchos más a la falta de ella.

En la década de 1980, la URSS tenía más científicos que EE.UU., Japón, Gran Bretaña y Alemania juntos. Solo recientemente, Occidente se vio obligado a admitir a regañadientes que el programa espacial soviético estaba muy por delante del de Estados Unidos. Los críticos occidentales de la Unión Soviética guardaron silencio sobre esto, porque demostraba las posibilidades de una economía apenas en transición, sin ni siquiera hablar de socialismo en toda regla.

Entonces, si estos resultados fueron posibles sobre la base de una economía semi-feudal muy atrasada con una población analfabeta, no hace falta ser un genio para comprender que se lograrían resultados mucho mayores mediante la aplicación de la planificación socialista democrática a una economía avanzada e industrializada como la de Estados Unidos. Todo el vasto potencial productivo no utilizado de esta poderosa tierra se movilizaría para satisfacer las necesidades humanas. Todos los hombres y mujeres sanos serían invitados a participar en la reconstrucción socialista de América. Un programa acelerado de construcción de viviendas eliminaría el flagelo de la falta de vivienda y reconstruiría la infraestructura desmoronada del país.

Liberada del control de la oligarquía parasitaria de banqueros y capitalistas, sobre la base del control y la gestión democrática de los trabajadores, la economía estadounidense avanzaría a pasos agigantados. Bajo un plan de producción socialista democrático, una tasa de crecimiento anual del 10 por ciento sería un objetivo bastante modesto. Esto significaría la duplicación de la riqueza colectiva de Estados Unidos en el espacio de dos planes quinquenales. Lejos de colapsar, los niveles de vida se elevarían a un nivel nunca visto en la historia. Las horas de trabajo podrían reducirse drásticamente, dando a las personas tiempo para desarrollarse mental, física y espiritualmente.

Lejos de ser una utopía imposible, ya tenemos en nuestras manos el potencial productivo, basado en la ciencia y la tecnología modernas, para garantizar un futuro basado en un nivel de prosperidad que pueda satisfacer todas las necesidades humanas, sin la necesidad de una lucha animal por la existencia. ¿Es éste realmente un objetivo más allá de la capacidad de la raza humana para lograrlo? Sólo un misántropo ignorante y de mente estrecha se atrevería a decirlo.

Una vez que la poderosa economía estadounidense se libere del dominio de los bancos y monopolios privados, sería posible reorganizar las fuerzas productivas de manera armoniosa y planificada, lo que garantizaría a todos los hombres, mujeres y niños un nivel de vida mucho más alto del que tienen en la actualidad.

La participación democrática de la clase obrera, que es la condición previa para la construcción del socialismo, sería un asunto muy simple, dado el hecho de que los Estados Unidos poseen una población educada. La aplicación general de la tecnología moderna (computadoras, calculadoras, teléfonos inteligentes y otras maravillas de la ciencia moderna) haría que las tareas de contabilidad y control sean accesibles para todos, proporcionando una base sólida para la introducción del control y la administración de los trabajadores a todos los niveles de la industria y la economía.

Liberados de la necesidad de luchar por las necesidades básicas, las personas serían libres de perseguir sus intereses y desarrollar su potencial al máximo. Las escuelas y universidades estarían abiertas para todos los ciudadanos que deseen mejorar su conocimiento de la ciencia, la cultura y las artes. El acceso al aprendizaje y la cultura sería proporcionado por el Estado, sentando las bases para un nuevo renacimiento del arte, la pintura, la música, la literatura y la arquitectura. Ése sería un primer paso de gigante en el logro del objetivo final: una federación socialista de todo el mundo.

Sin embargo, un mundo así será posible solo después de que la humanidad se libere del yugo parasitario del capitalismo. Y ésta es precisamente la razón por la que los señores del Consejo de Asesores Económicos están tan dispuestos a advertir al pueblo estadounidense contra esa perspectiva.

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