La mujer salvadoreña y las pensiones, por un retiro digno e inclusivo

“La mujer es el más desgraciado de todos los seres humanos. Si la fortuna acompaña al hombre, vence y conquista la gloria en el campo de batalla; si los dioses le abandonan, cae el primero entre los suyos, y muere con honra; pero la felicidad de la mujer es bien menguada; está sometida al capricho de los otros, con frecuencia al de los extraños, y si la desgracia persigue a los suyos, el vencedor la arrastra lejos de las ruinas humeantes, a través de la sangre de sus amados muertos”.

Ifigenia en Táuride

Eurípides

El problema del retiro en las mujeres trabajadoras

Desde tiempos inmemoriales las condiciones de vida de las mujeres han estado caracterizadas por la adversidad y la dureza, salvo en escazas circunstancias y periodos de desarrollo de la humanidad, la mujer ha logrado mantener un estatus y reconocimiento tal en la sociedad que la equipara en derechos y privilegios a los del hombre. En la actualidad la condición de la mujer es extremadamente vulnerable, a pesar de ciertos avances en temas económicos, lo que implica mejoras laborales y de género. Sus condiciones; sin embargo, siguen estando sujetas a un andamio social condicionado por la cultura, la política y las relaciones de producción, entendidas éstas últimas como el papel que juega la mujer en el sistema productivo que prevalece en éste y casi todos los países del mundo.

De tal suerte que, si la mujer logra acceder al mercado laboral, ya sea por que la demanda de fuerza de trabajo aumenta o bien porque las leyes demandan al patrono la contratación de mujeres en sus centros de trabajo, esto ya es un avance en sí con respecto a las retrógradas legislaciones de antaño. El problema es que la historia no termina allí, la mujer no logra aún ser sujeto pleno de igualdad en derechos con respecto al hombre. Una vez que la madre de familia, tía, hermana, y demás, logran obtener su estatus de trabajadoras asalariadas, comienza otra etapa en donde se comienza a visualizar pasados los años, el momento de retornar a sus hogares de una vez y para el resto de sus vidas en calidad de jubiladas, es allí donde resurge de nuevo la disparidad del andamio social y económico.

Para lograr jubilarse, es necesario cumplir con algunos requisitos, como el tiempo de trabajo efectuado. El periodo que se le exige laborar a la mujer es igual a la del hombre en la mayoría de los países. El nuestro no es la excepción, pero la población femenina debe retirarse a los 55 años, mientras que la masculina a los 60, esto equivale a que la mujer debe cotizar menos años a su cuenta individual si se ha integrado tarde al mercado laboral formal, y, por tanto, debe pasar al terminarse sus ahorros, como en el caso de nuestro país, a ser absorbidas por el Estado quien deberá pagarle la pensión mínima de $207 aunque tenga derecho a una pensión más baja, esto quedó determinado así luego de la última reforma de pensiones del 2017.

Las condiciones de vida exasperantes para la mujer

Continuamente hemos escuchado que la mujer es doblemente explotada, primero en sus hogares y seguidamente en sus centros de trabajo. Y es que no se visualiza otro horizonte bajo la camisa de fuerza a la que obliga el capitalismo a la mujer a sobrevivir. Si tiene la fortuna de obtener un empleo formal, con el cual pueda acceder a servicios básicos mediante cotizaciones, éste se ve degradado por otros factores como el alto costo de la vida, la crianza de los hijos muchas veces en estado de soltería o abandono por parte de sus parejas. Según datos de FUNDAUNGO y la Organización Internacional del Trabajo, OIT, durante la reforma de pensiones de 2017 en el país “solamente el 12.3 % de las mujeres están cubiertas por el sistema, en comparación con el 20.3 % de los hombres. Mientras que la tasa de remplazo promedio para ellas, es decir el monto de pensión en comparación al salario, es de 30.7 %, mientras que para ellos es de 40 %”.

Esto demuestra una vez más que a pesar de que la mujer ha logrado acceder a ciertos empleos que eran incluso reservados solo para hombres, su ingreso monetario sigue siendo inferior, por tanto, su capitalización individual también lo será. Luego de alcanzado el retiro, la mujer recibirá una cuota de reemplazo menor en relación a la del hombre quien ha recibido un salario mayor y, por tanto, cotizó más para su retiro. Debido a la longevidad del género femenino, la mujer se enfrenta a la prolongación de condiciones adversas en muchos casos en solitario frente a la sociedad, la esperanza de vida para los hombres es entre 67-68 años, y para las mujeres entre 69-71 años. El 62% de los adultos mayores que tiene más de 65 años en El Salvador no tiene ni una pensión, ni un salario como fuente de ingreso[1]. El porcentaje de empleo también es más bajo en comparación con el hombre, sumado a eso el nivel de desempleo es abrumador para la población femenina. “En El Salvador, el 56% de los trabajadores se encuentran en el mercado informal, según la OIT. Esto significa que tres de cada cinco salvadoreños ocupados se encuentran en condiciones de informalidad”.

De acuerdo a la DIGESTYC, hay varias formas de discriminación hacia la mujer dentro del mercado laboral: “los tres principales actos de discriminación de las mujeres en el ámbito laboral son: primero, menor remuneración para una mujer ejerciendo la misma actividad que su compañero de trabajo; segundo, motivos de edad; tercero, amenazas de despido por permisos personales cuando el motivo del permiso es el cuido de los(as) hijos(as) o personas enfermas en el hogar”.[2]

La situación en el área rural se vuelve más caótica debido a que la cobertura para el retiro se vuelve casi imposible debido a los factores de informalidad en el sector agrícola, la mayoría de los trabajadores del campo se encuentran desamparados y no tiene acceso a un programa de retiro, si lo analizamos desde la situación de la mujer es incluso peor. El porcentaje de participación laboral  a nivel general de la mujer es mucho más bajo que la del hombre, así el 79.45% es para hombres y tan sólo el 46.05% lo ocupan las mujeres de la población económicamente activa y con edad para trabajar. En la zona rural los números son más desoladores con 84.69% de participación de los hombres, con relación al 35.24% para las mujeres.

Todos estos factores coadyuvan a que la mujer salvadoreña transite por el sendero de la desesperación, la vulnerabilidad y la adversidad. La etapa del retiro supone un periodo donde el ser humano aún pleno de la mayoría de sus facultades pueda compartir los últimos años de su existencia en estado de reposo y jubilo acompañado de sus seres más apreciados. Verde debería ser el dorado árbol de la vida y gris todo este mundo de los cálculos y las conjeturas. Pero resulta que el sistema de mercado ha convertido todo en un mundo gris, decadente y exasperante, donde la mayoría nos lanzamos al combate desesperado por la existencia antes que vernos doblegados y cercanos a la muerte.

Ninguna reforma solventará el problema de las pensiones para la mujer

Por mucho que los estrategas del capital le busquen cinco patas al gato nunca darán con ella. Resolver el problema de las pensiones desde una perspectiva de clase que supere la desigualdad de género de los trabajadores es lo central de cuestión. Comenzando por la discriminación hacia la mujer, donde las oportunidades laborales como ya vimos son menores a las del hombre, la brecha salarial que ronda un promedio de $59.59[3] de acuerdo a la última encuesta de la Digestyc, sumado a esto la carga del hogar y de los hijos donde un buen porcentaje es jefa de hogar, aunque el estatus de jefe sea otorgado al hombre, son ellas las que cargan realmente con la toma de decisiones y el sostenimiento de los hogares.

Para solventar estos graves abismos de desigualdad, es imperativo comenzar por que el retiro de los trabajadores no esté administrado por manos privadas, la cobertura debe ser ampliada y establecer los mecanismos para que el trabajo informal sea integrado, un área donde la mujer también predomina. La brecha salarial debe ser también superada, para ello se deben equiparar los salarios tanto de hombres como de mujeres, al obtener el mismo salario al momento de jubilarse la determinación en el monto de la pensión tomará en cuenta los ingresos de los últimos tres años laborados, que, de antemano, ya debe ser igual tanto entre hombres y mujeres por realizar las mismas funciones. Un sistema público de pensiones debe regirse por un Fondo Común, lo que se conoció como sistema solidario, porque los trabajadores no tenían una cuenta específica de sus aportaciones y recibían su pensión de un fondo común.

Todo lo anterior no caerá por obra y gracia de la voluntad de buenos gobernantes o dueños del capital, indica que el pueblo trabajador deberá jugarse el pellejo ante el sistema, si no quiere verse sometido a la miseria los últimos años de su vida, donde morir será mejor que vivir debido a que no son los dueños de la situación y alguien más decide por ellos. Vencer o morir en la miseria será la disyuntiva.


[1] Primer Foro Universitario con organizaciones sociales para desarrollar la problemática de las pensiones.

[2] OBSERVATORIO DE ESTADÍSTICAS DE GÉNERO. Boletín informativo, Digestyc, 2019

[3] La brecha salarial promedio es la diferencia entre el salario promedio de los hombres y e l salario promedio de las mujeres. Muestra el monto en que el salario promedio masculino supera al salario femenino.

 

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