La larga marcha de China hacia el capitalismo- II Parte

Las primeras «reformas»  de Deng Xiaoping iniciadas a finales de 1970 estaban destinadas a mejorar la eficiencia de la economía. Pero una vez que la burocracia china se había embarcado en el camino de los incentivos capitalistas,  todo el proceso tuvo una lógica propia, absorbiendo a China cada vez más en el  camino de la restauración capitalista. Esto no sucedió de una vez por todas. Hubo varios puntos de inflexión claves que vamos a analizar  en esta parte.

 

1978: el giro de Deng

Fue tal la evaluación efectuada por el PCCH a finales de los años 70 que lo llevó a concluir que era necesario abrir a China a las inversiones extranjeras. En diciembre de 1978 se efectuó el Tercer Pleno del PCCH, donde surge la discusión sobre el nuevo giro. En aquella ocasión se convino en que, si bien la planificación centralizada debía permanecer como economía dominante, se introducirían elementos de descentralización y se impulsaría la formación de empresas privadas. La idea era que la introducción de las fuerzas del mercado aseguraría la obtención de lo que necesitaba la economía.

Esta nueva orientación fue lo que llevó a Deng a sugerir en 1979 la definición de cuatro zonas económicas especiales en torno a Hong Kong y Macao, en las provincias de Guangdong y Fujian sobre la costa del sur. Tales zonas serían abiertas a las inversiones extranjeras. Al inició se establecieron severas reglas sobre los niveles y características de las inversiones que podían admitirse de inversionistas extranjeros. Este hecho demuestra lo que habíamos señalado al respecto, que incluso el sector cercano a Deng concebía estas medidas sólo como tácticas para modernizar las fuerzas productivas, manteniendo el plan centralizado y la naturaleza estatizada de la economía. En un primer periodo fueron muy cautos e hicieron concesiones bastante limitadas.

Sin embargo; a causa de las restricciones impuestas, las cuatro zonas especiales no obtuvieron importantes éxitos, por esto en 1983 algunas limitaciones se tuvieron que atenuar y, por ejemplo, se admitieron empresas totalmente controladas por capital extranjero. Aquí veíamos el empirismo de la burocracia y la ausencia de un “plan” predeterminado. Sin embargo, apenas la burocracia se inició en este camino, los acontecimientos comenzaron a desenvolverse con su propia lógica. Poco a poco se fue volviendo más difícil imponer la voluntad de la burocracia a las fuerzas del mercado. Si de verdad se quería que los capitalistas invirtieran sus capitales, se debían crear condiciones para sus primeros intentos.

Mientras se daba  rienda suelta a las zonas económicas especiales, un proceso paralelo se echaba a andar en el sector agrícola. El viejo sistema colectivo se estaba desmantelado para dejar su lugar a la lógica de la producción privada. Se entregaron tierras en arrendamiento a las familias—situación que se mantiene hoy en día—desde un punto de vista legal la tierra continuaba en manos estatales, aunque para efectos prácticos no había diferencias con la privatización, ya que la tierra “arrendada” podía heredarse. Este cambio llevó a una situación en la que ya a finales de la década de 1980 los que habían alquilado la tierra podrían incluso vender el contrato de alquiler o dejarla  como herencia.

Así emergió una diferenciación entre los campesinos, con algunos que se enriquecían mientras otros perdían sus fuentes de subsistencia y por lo tanto se encontraban obligados a emigrar hacia las ciudades. El crecimiento de la productividad en la agricultura precedió al paulatino empobrecimiento de un gran sector de campesinos, lo que garantizo un creciente flujo de mano de obra de bajo costo, la base necesaria para el desarrollo del capitalismo en la ciudad.

Todo esto presentaba semejanzas respecto a lo acontecido en Rusia después de 1861, con la disolución del Mir, antigua comuna agrícola. Poco a poco las comunidades se disgregaban y los campesinos se vieron obligados a emigrar a la ciudad proporcionando la fuerza de trabajo con la que el capitalismo se desarrolló entre 1980 y 1912. Pero el moderno proceso chino se da a una escala mucho mayor respecto a la registrada en Rusia. Hay similitudes también con el proceso de formación del capitalismo británico, con la brutal expulsión de campesinos de las tierras obligándolos a abandonar las villas para trasladarse a vivir en condiciones brutales a la ciudad, o bien con el periodo de expansión hacia el salvaje oeste del capitalismo norteamericano. Lo que resulta sorprendente en el caso Chino no es el proceso en sí, sino sus proporciones y la velocidad con la que se realiza, la cual no tiene precedentes.

Una de las primeras medidas que el régimen chino introdujo para buscar atraer inversiones extranjeras fue la creación de un “mercado de trabajo”. De esto se derivaron distintas reformas que permitieron a los gerentes de algunas empresas estatales poner fin a  relaciones de trabajo consideradas hasta aquel momento como de “tiempo indefinido” de los empleados. Se estableció la regla, desconocida hasta entonces, de la posibilidad de ser despedidos.

Algunos años después, en 1983, el Estado incluso dio algunos pasos más rumbo al capitalismo. Las empresas estatales podrían contratar personal por periodos de tiempo limitado sin posibilidad de  recontratarlos. El nuevo sistema implicó que los trabajadores empleados con esos nuevos contratos estarían excluidos de la seguridad social que hasta entonces estaba garantizada a los trabajadores estatales. En 1987 los trabajadores empleados con estos contratos eran 7.5 millones y a otros 6 millones les habían sustituido sus contratos indefinidos por contratos por periodo fijo.

En el mismo periodo la fuerza de trabajo en el sector privado comenzó crecer. De solamente 150 mil en 1979 pasaron a 3.4 millones en 1984, principalmente en empresas de dimensiones minúsculas. Inicialmente estaba previsto un límite máximo de trabajadores que podían ser empleados en las empresas privadas, pero en 1987 este tope fue abolido. Para completar el cuadro, fue permitida una forma enmascarada de empresa privada, los supuestos “”colectivos urbanos”” o “”Empresas de la ciudad y la aldea” (TVEs por sus siglas en inglés), que estaban controladas o dependían de los municipios locales, pero eran sociedades con el objetivo de obtener ganancias, por lo tanto operaban como empresas capitalistas. Del desarrollo de este tipo de empresas hablaremos más tarde.

No obstante estos cambios, el sector estatal a lo largo de todo este periodo continuó dominando y guiando los procesos económicos fundamentales. A la mitad de los años 80 el sector estatal empleaba aún al 70% de la mano de obra de las ciudades, pero el estatus de estos trabajadores sin embargo estaba cambiando con la difusión de contratos por tiempo definido.

El cierre de empresas estatales significó la aparición de un fenómeno, antes desconocido: el desempleo. Una vez que se introdujeron las primeras “reformas de mercado” la inflación comenzó a despegar, provocando un amplio malestar social. Por miedo a las consecuencias políticas de este malestar, en 1981, el régimen decidió hacer más lento el proceso, una línea que se confirmó en cada ocasión que se observó la posibilidad de una crisis social, pero en todas las ocasiones—como veremos más adelante—la  burocracia – después de una pausa para calmar ánimos y estabilizar la situación,  decidió acelerar el proceso. Nunca dio un paso atrás.

En 1982 el partido seguía afirmando que sector estatal tenía el control. En la actualidad aún nos encontramos  en el marco de una burocracia dentro de un estado obrero deformado que recurre a métodos capitalistas para desarrollar la economía en su conjunto. En el curso de 1984 vimos una nueva aceleración en la dirección de dar mayor libertad de movimiento a un desarrollo de tipo capitalista. Cada vez aumentaba el énfasis en la producción privada y  el mercado. Los precios de la mayor parte de los productos agrícolas y de consumo fueron liberados dejando desde ese momento que el mercado decidiera los precios de las mercancías.

El XII congreso del PCCH introdujo en ese año la idea de una “”economía planificada de mercado”. En esta definición vemos expresada también en la terminología usada por el régimen la incipiente contradicción entre la economía planificada y el capitalismo. El área cubierta por las zonas económicas especiales fue incrementada añadiendo otras 14 ciudades de la costa. Un año después se añadieron las regiones del delta de tres ríos importantes como en Yangtse, el Min y el Río Blanco. Básicamente toda la zona costera de China fue abierta a las inversiones extranjeras.

El proceso siguió acelerándose en 1986 con la introducción de un nuevo paquete de medidas destinadas a facilitar posteriormente las inversiones extranjeras: reducción de los impuestos, mayor libertad de contratar y despedir, acceso más fácil a moneda extranjera. Estas medidas fueron acompañadas de muchos otros cambios: la abolición del sistema igualitario de salarios, de los contratos permanentes, se establecieron salarios en función de la productividad y la generalización de contratos a plazos determinados,  y tantas cosas ya familiares para los trabajadores occidentales.

En el XIII Congreso del partido en 1987 se aprobaron otras propuestas para “desarrollar una “economía orientada a la exportación”. El crecimiento de la capacidad productiva exigía la importación de maquinaria y otras mercancías, así a la mitad de los años 80 se desató un aumento del déficit comercial chino, que se combinó con un aumento de la inflación. En el bienio 1988-1989 la tasa anual de inflación llegó al 18% y en consecuencia el poder adquisitivo real de las familias obreras sufrió un duro golpe.

La inestabilidad social de este periodo obligó al régimen a suavizar una vez más el proceso. A fines de 1988 el régimen bajo presión debió detener la aplicación de las llamadas “reformas”” y, en un intento de establecer un control de la inflación, redujo la circulación monetaria, pero esto provocó un fenómeno totalmente nuevo para la economía china; una recesión que apareció en 1989. El creciente malestar social finalmente explotó en una oleada de huelgas. En este contexto estalló el movimiento de protesta cuyo principal escenario fue la Plaza Tian An Men (Tiananmén) en Beijing.

¿Qué representó el movimiento de la Plaza Tian An Men? No hay duda alguna que los elementos característicos de una revolución política estaban presentes claramente en 1989. Los estudiantes entraron en lucha masivamente con cantos como «La Internacional», para dejar claro al régimen y a la opinión pública internacional: “”Miradnos  no estamos a favor del capitalismo, no somos contrarrevolucionarios”.

La que había iniciado como una protesta estudiantil y de la juventud comenzó a incluir a los trabajadores. Esta perspectiva atemorizó al régimen y convenció al ala estalinista de ahogar el movimiento en sangre. Gracias a esta dura represión el régimen se aseguró de mantener un férreo control sobre la sociedad. Algunos podrían preguntarse sobre el antecedente que significó el punto de inflexión en el proceso de restauración capitalista. Dado que estamos examinando un proceso prolongado de más de treinta años no es posible fijar un solo momento de transformación, más bien lo que tenemos es una sucesión de eventos decisivos que han contribuido a acelerar el proceso o, más correctamente, una serie de momentos de cambio. Uno de estos sin duda fue Tian An Men.

Después de la represión de las protestas de la Plaza Tian An Men, el péndulo se movió hacia la derecha. El movimiento había despertado las esperanzas de muchos trabajadores y jóvenes, pero las masas fueron derrotadas. Después de Tian An Men el régimen no dio tregua a ninguno de los dirigentes en lucha. Muchos de los cuales desaparecieron o pasaron muchos años en presión. Al mismo tiempo el ritmo de aplicación de las reformas de mercado sufrió una paralización momentánea mientras la situación se volvía más estable, pero como otras veces, una vez que sintió tener la situación controlada, el movimiento hacia el capitalismo recomenzó con renovados bríos.

Tenemos también que tener en cuenta lo que estaba sucediendo en este periodo de tiempo en la URSS y en Europa del Este. En el curso de 1989 todos los regímenes estalinistas de Europa oriental colapsaron uno detrás del otro. La burocracia perdió totalmente el control y así la transición hacia el capitalismo se afirmó de modo caótico.  La URSS resistió un poco más. Más al final sucumbió al mismo destino, con el colapso del régimen estalinista en 1991. Como hemos ya dicho estos regímenes estaban totalmente condenados a colapsar sin algún tentativo de resistencia de parte de la casta dirigente. En Rusia, donde la perspectiva de una guerra civil era más que posible, los dirigentes estalinistas duros se mostraron tan corruptos que no fueron capaces de dar una oposición seria. El sistema del cual eran representantes había llegado a sus límites.

Estos eventos sin duda tuvieron una gran influencia sobre las orientaciones de los estalinistas chinos. Hasta ese momento habían introducido profundas reformas de mercado, abriendo grandes áreas de China a las inversiones extranjeras, pero el sector estatal era aún dominante y la posición del PCCH era que eso debía permanecer así. Las palancas fundamentales del control económico se mantenían en las manos de burocracia. En ese punto del proceso había la posibilidad de un viraje en sentido contrario, pero el problema era que la burocracia no tenía intenciones de retornar a la situación precedente. Como hemos ya subrayado, en todos los casos de inestabilidad no hubo un solo intento de retroceder. El proceso de desarrolló con más cautela pero en la misma dirección.

1992: «Economía socialista de mercado con características chinas»

El efecto combinado de la protesta de la Plaza Tian An Men y del colapso del estalinismo en Europa del este y la URSS tuvo un impacto profundo en la casta dirigente china. Luego de estos eventos el Partido Comunista decidió acelerar el proceso de «reformas de mercado». Comenzaron a concebir la restauración capitalista como una solución a su propia crisis, pero estaban, al mismo tiempo, determinados a mantener un estricto control del proceso. En esencia esto significaba que la burocracia debería preparar el terreno con el fin de convertirse en una nueva clase capitalista.

El sólo hecho que la burocracia se moviese en esta dirección no era una garantía de éxito para los proyectos de restauración capitalista. Una cosa es tener intenciones, otra es lograr el resultado. Si el occidente capitalista hubiese entrado en una seria crisis de proporciones similares a las de la caída financiera de 1929, el proceso habría podido tomar otra dirección. Pero esto no sucedió. El boom en los principales países capitalistas se prologó a causa de diversos factores que hemos analizado en otros documentos. La crisis se aplazó por un periodo a costa de acumular nuevas contradicciones que preparan unja crisis más profunda en el futuro, pero la burocracia china no lo entendió, no tenía ni tiene una comprensión marxista des estos procesos y reacciona sobre bases totalmente empíricas. El capitalismo atravesaba un boom a nivel mundial mientras que el estalinismo colapsaba, esto era lo único que podían ver.

Las conclusiones que la burocracia extrajo de todos estos eventos fueron más evidentes en 1992, en ocasión del XIV Congreso del Partido. La idea de que el sector estatal debía dominar fue oficialmente abandonada. Se anunció un plan de construir una «economía socialista de mercado con características chinas». El mismo año Deng lanzó una nueva etapa para el «programa de reformas». Durante una visita oficial en la zona especial de Shenzen lanzó el famoso discurso en el cual aprobaba el giro acontecido en el seno del régimen «Mientras se hagan fortunas a la China le irá bien.»

Los mecanismos de mercado estaban ya funcionando desde hacía tiempo en China. El giro de 1992 consistía en el abandono oficial del empeño de la burocracia por mantener la posición dominante del sector estatal. Ahora se había tomado la decisión de avanzar en la dirección de privatizar las empresas de propiedad pública. Fueron seleccionadas 2,500 empresas públicas de carácter local y 100 de carácter nacional como el primer lote de esta conversión. Para 1998 el plan estaba completo.

Durante 1994 el programa fue extendido. A parte de una lista de 1,000 entre las principales empresas que deberían continuar como de carácter estatal, todas las demás quedaron a disponibilidad del mejor postor o se privatizó su gestión. Para fines de los años 90 las empresas estatales empleaban a 83 millones de personas, pero esta cifra significaba sólo el 12 % del total de la fuerza de trabajo disponible, y sólo una tercera parte de esto estaba en las zonas urbanas. Para comprender el drástico vuelco de esta relación basta dar un vistazo a las cifras de empleo en las empresas estatales de las ciudades que era alrededor del 78% del total.

Para fines de los años 90 la proporción del Producto Interno Bruto (PIB) proveniente de las empresas estatales había caído al 38%. En septiembre de 1999 en el cuarto pleno del XV congreso del PCCH se anunció otra medida. Le llamaron la postura de  «dejar de lado la política», en otras palabras el estado debería aflojar sus propios controles con el fin de que las empresas privadas asumieran la hegemonía. El primer paso fue en las empresas estatales de pequeñas y medianas dimensiones. En julio del 2000, por ejemplo, el gobierno de la ciudad de Beijing, que administraba una gran área del territorio, anunciaba que la propiedad estatal y colectiva se eliminaría gradualmente en todos los terrenos estatales de pequeñas y medianas dimensiones en el lapso de tres años. Ya en el 2001 las empresas estatales empleaban sólo el 15% de la mano de obra industrial total y menos del 10% de los empleados del comercio.

China había sobrevivido a la caída de las bolsas de valores del Sudeste de Asia, en parte porque todavía tenían un cierto grado de control estatal del comercio exterior y la moneda era no convertible. Estos dos factores representaron un escudo para China de los efectos de esa crisis. De hecho salió fortalecida después y asumió un papel dominante en la región. A raíz de esto, en el período de entre 1998 hasta 2001 hubo una nueva aceleración del proceso. La dirección del proceso ahora estaba muy clara. La jerarquía del Partido Comunista había sido completamente convencida de que las empresas privadas eran más eficientes que las estatales. El único tipo de industrias estatales que podían imaginar eran las que existían bajo el plan burocrático, con toda la mala gestión que éstas implicaban. No podían concebir en sus mentes el hecho de industrias eficientes de propiedad estatal bajo control obrero.

Se proporcionan algunas cifras interesantes en un documento llamado La Transformación de la Propiedad China, publicado en 2005, que citamos a continuación. El documento fue escrito por Ross Garnaut, Ligang Song, Stoyan Tenev y Yang Yao de la Corporación Financiera Internacional, la Universidad Nacional de Australia, el Centro de China para la Investigación Económica y  la Universidad de Pekín; publicado por la Corporación Financiera Internacional, filial del Banco Mundial y disponible en Internet en www.ifc.org.

Los autores subrayan que la privatización se inició formalmente en 1992. En relación a 1995, dice, «el Estado decidió mantener una cantidad entre 500 y 1000  grandes empresas estatales y permitió que las empresas más pequeñas fuesen arrendadas o vendidas». En él se explica que había una buena razón para esto debido a que en 1997 las 500 mayores empresas estatales—la  mayoría de ellos controladas por el gobierno central—mantenían el 37% de los activos industriales del estado, que proporcionaban grandes ingresos para el Estado y así sucesivamente.

El documento, al referirse a la época en que estaban acelerando el proceso, explica que «la tendencia refleja la creencia de que para  que una empresa  sea transformada verdaderamente, es necesario que la gerencia posea la mayoría de las acciones». Y en la tradición china el lema ahora se convirtió en «el  Estado se repliega y el sector privado avanza». E inventaron dicha consigna para hacer  llegar el mensaje a las masas.

Una  gran cantidad de cifras se han proporcionado las cuales describen el proceso y revela su ritmo acelerado. Por ejemplo, el documento explica que «si esta actuación tipifica la del resto del país [en referencia a la muestra de seis ciudades] entonces la privatización en China ya ha ido más lejos que en muchos países de Europa Oriental y los países exsoviéticos.»

Sin embargo, no es un proceso simplemente de vender todo lo que fuera. No es simplemente una cuestión de mirar los porcentajes de Estado y de la propiedad privada (aunque en última instancia se trata de un factor decisivo). No se trata simplemente de cuánta cantidad está en manos del Estado, sino también la forma en que el sector que sigue en manos del Estado está funcionando, y con qué objetivo. También es necesario tener en cuenta la dirección general del proceso, y ésta ha ido inexorablemente hacia el capitalismo.

Aunque, en el proceso de transformación capitalista  aún no han desarrollado plenamente una burguesía que sin la ayuda del Estado sea capaz de dirigir las grandes empresas en la escala de algunas de las multinacionales americanas y japonesas. El Estado seguirá desempeñando un papel clave durante algún tiempo, pero con el tiempo una poderosa burguesía surgirá de todo este proceso.

La burocracia ha estado vendiendo  la mayor parte de las pequeñas y medianas empresas y al mismo tiempo está fomentando el desarrollo de empresas privadas que no estaban en manos del Estado. En la actualidad  450 de las 500 multinacionales más importantes operan en China. Así que un elemento importante en la ecuación es el hecho de que el sector privado ha estado desarrollándose más rápido que el sector estatal. Y si nos fijamos en lo que queda del sector estatal, veremos que una parte  se está preparando para su posterior privatización. Los grandes conglomerados estatales se dividen en diferentes empresas, dentro de las cuales  los sectores ineficientes son cerrados y los sectores más rentables son vendidos.

Los directivos de las empresas de propiedad estatal están involucrados afanosamente en la liquidación de activos. Ellos tienen amigos en el sector privado, y permiten que tengan las mejores máquinas, los mejores repuestos y así sucesivamente, mientras dejan que la empresa entre en mal estado y  se deteriore. El sentimiento entre estos gestores es «esta fábrica va a ser privatizada, tarde o temprano y me la van a ofrecer». Así que la idea es reducir a la empresa a un estado en el que no valga la pena su funcionamiento para que se pueda comprar muy barata. En muchas ciudades los ayuntamientos llegan a la conclusión  que la mejor manera de conseguir que compañía sea productiva  es venderla a bajo precio a los gerentes para detener la liquidación de activos, la idea es que una vez que los gerentes se convierten en propietarios van a utilizar los activos para desarrollar las empresas mientras que cosechan los beneficios.

En este proceso, los trabajadores han pagado un alto precio, con la pérdida de millones de puestos de trabajo. En el período de 1990 a 2000, fueron destruidos 30.000.000  empleos en el sector estatal. Un llamado «cinturón de herrumbre» apareció en las zonas industriales tradicionales, como el noreste, el centro del  viejo plan estatal de China. Aquellos  que aún mantenían sus  trabajos vieron  destruidos todos sus beneficios que por tanto tiempo mantuvieron. Durante un período de varios años todas las conquistas de la revolución de 1949 se fueron reduciendo gradualmente. Esto significó una resistencia por parte de la clase obrera, pero la burocracia avanzó implacablemente.

Introdujeron el libre mercado en el sistema de  salud, vivienda y el laboral. Incluso la educación ahora se tiene que pagar. A principios de la década de 1990 ya había fuertes elementos de capitalismo. En 1992, el 40 por ciento de las ventas provino del sector privado. En 1991 había 13.000.000 industriales privados con 21.000.000 trabajadores—en  gran medida en pequeñas empresas—pero esto fue sólo el comienzo. En los pueblos introdujeron concesiones a los agricultores más ricos: el alquiler de tierras y permitieron que los productos fuesen vendidos en el mercado, se habían roto las granjas colectivas y se produjo una mayor diferenciación entre campesinos ricos y pobres. En 1998 todavía había unas 238.000 empresas controladas por el Estado, pero en 2003 esta cifra había bajado a 150.000.

Las empresas de la ciudad y la aldea (TVEs)

Como ya lo hemos mencionado, otro elemento en el desarrollo del capitalismo fue el crecimiento de las  empresas de la ciudad y la aldea (TVEs). Las TVEs ahora representan el 30% del PIB, pero su naturaleza no siempre es clara y son de un carácter contradictorio. Hubiera sido imposible para los burócratas simplemente pasar a la privatización estas empresas sin que se produjera un caos económico y político. Simplemente el privatizar todo de una sola vez habría significado que muchas empresas, y de hecho muchos sectores, fuesen  cerrados o se hayan  ido a la quiebra. Esto habría significado el fin de la dominación del PCCH.

La introducción de las TVEs fue, por tanto, más que una etapa de transición en la ruta para completar la privatización. Le da tiempo a los gerentes y otros sectores parasitarios de la sociedad de acumular el capital necesario para asumir la propiedad de estas empresas. Este es un ejemplo perfecto de cómo las antiguas empresas estatales y el sector estatal ahora sirven a los intereses del capitalismo en China, al respaldar y apoyar a los elementos burgueses nacientes de la sociedad hasta que puedan asumir la propiedad directa. En algunos casos, las TVEs son  empresas municipales, en otros casos son empresas conjuntas con capitalistas privados. En cualquier caso, todas ellas funcionan como empresas capitalistas y han estado cayendo poco a poco en manos de los capitalistas privados.

Las TVEs a veces se incluyen en las estadísticas para demostrar que la mayoría de la economía es de propiedad pública, y algunos incluso las utilizan para tratar de argumentar que es una forma de «socialismo». Pero una mirada más cercana revela una imagen diferente. El número de TVEs pasó de 1,5 millones en 1987 a 25 millones en 1993, empleando a 123 millones de trabajadores, pero desde 1996 su número ha ido disminuyendo a medida que están totalmente privatizadas. Incluso cuando aún son empresas estatales o municipales, éstas funcionan como empresas privadas y la gerencia tiene el derecho de contratar y despedir a los trabajadores.

Según Hart-Landsberg y Burkett, los estudios han demostrado que «…los trabajadores de las TVEs pueden ganar  en  promedio  salarios básicos que son inferiores al salario mínimo y tienen que ganar el resto a través de horas extras y de bonificaciones sobre la base de retribuciones por unidad producida.  Incluso el salario básico no está garantizado ya que el salario mínimo es fijado por las autoridades municipales locales cuyos intereses  materiales—tanto a nivel institucional como  privado—están enfocados en la maximización de las ganancias.  De hecho, «los márgenes de competitividad y ganancias de las TVEs son en gran parte cubiertos por el ‘suministro abundante de mano de obra baratísima proveniente del campo’  que se ha liberado por la disolución del sistema de comunas y el empobrecimiento de las familias de agricultores individuales». (China y el Socialismo – Mercado, Reformas y Lucha de Clases, página 45)

El destino de las TVEs estaba estrechamente ligado a los procesos generales que tienen lugar en la economía. A medida que el sector privado se convirtió en dominante por lo que las TVEs han tenido que adaptarse a esto. Como los mismos autores explican, «Igualmente es devastador para las TVEs, ya que con nuevas oportunidades para beneficiarse de la producción privada, muchos gerentes comenzaron transferir ilegalmente activos o productos de las TVEs a las empresas privadas donde podían ganar una mayor rentabilidad. Esta liquidación de activos se aceleró a mediados de la década de 1990 después que el partido se comprometiera con la privatización de las pequeñas empresas estatales… Frente a la disminución de los beneficios y la desindustrialización, los funcionarios del municipio y el pueblo tomaron  el ejemplo de los funcionarios estatales y comenzaron una venta rápida de las TVEs a partir de 1996».  (Ibídem).

La utilización del Estado en la  construcción de un fuerte capitalismo chino

La burocracia en China no quiere llegar a ser presa de la dominación imperialista. Y no van a permitir que eso suceda. Ellos saben que deben mantener un sector capitalista chino fuerte y  de hecho lo están haciendo a través de la construcción y el fortalecimiento de algunas de las empresas estatales. Tienen una enorme cantidad de capital disponible. Los bancos estatales son utilizados para inyectar dinero en estas corporaciones estatales.

Según los autores de La Transformación de la Propiedad China, «China ha alimentado a más de 20 grandes corporaciones y conglomerados que han demostrado ser competitivos en el mercado internacional. Algunas de estas empresas están despidiendo a decenas o cientos de miles de empleados, no porque se encuentran en dificultades financieras, algunas de ellas son altamente rentables, sino porque desean posicionarse como importantes corporaciones internacionales. A partir de 2002, las 12 principales empresas transnacionales chinas, principalmente empresas de propiedad estatal, controlaba algo más de $30 mil millones de activos en el extranjero y tenía unos 20.000 empleados extranjeros y obtenía alrededor de $33 mil millones en ventas al exterior».

Así que, aunque estemos hablando de que son empresas de propiedad estatal, están siendo preparadas así como las grandes empresas estatales de China para competir con los EE.UU. y los japoneses, etc., sobre bases capitalistas. El documento ofrece una tabla llamada «La Composición del PIB de China Según los Tipos de Propiedad». Vemos que ya en 1988 el sector estatal se redujo a 41% del PIB. Para 2003 había descendido a más de un 34%. Lo que ellos llaman el «Sector Privado Real», en el mismo período de 1988 a 2003, hubían pasado de 31% a 44%. Pero si nos fijamos en el conjunto del sector no estatal, en 2003 representó el 66% del PIB. Y concluye el documento, «el sector privado es ahora el sector dominante de la economía china». Continúa, «la participación del sector privado es aún mayor si tenemos en cuenta que un porcentaje significativo de las granjas colectivas están, en efecto, bajo control privado y que el sector privado es en general más productivo que los demás sectores de la economía.»

Hemos visto que esto ha ocurrido  antes en otras latitudes en una escala más pequeña. En Corea del Sur, el estado desarrolló  las grandes empresas, pero  de ninguna manera eso fue definido  como un estado obrero deformado, o incluso un estado en transición. Era un capitalismo débil que sólo podía ser construido sobre la base de la  inversión de capital por parte del Estado, ya que la burguesía era demasiado pequeña y demasiado débil para hacer eso. En el contexto de China, vemos un proceso similar a una escala mucho más grande. Aunque se está creando una burguesía mucho más fuerte en China, todavía no cuenta con los recursos para ejecutar y desarrollar las grandes empresas, muchas de las cuales todavía son estatales. Por lo tanto, es el Estado el  que gobierna China y este Estado está construyendo el capitalismo y  a la burguesía.

Si uno mira a la estructura legal en China podemos ver los cambios importantes que se han realizado en los últimos tres o cuatro años para que el marco jurídico coincida con las nuevas relaciones de propiedad. En 2004 se hicieron importantes cambios a la Constitución, haciendo hincapié en el papel del sector no estatal en el apoyo a la actividad económica en el país y la protección de la propiedad privada contra el embargo arbitrario.

Hasta hace poco había leyes en China que regulaban o prevenían que las  empresas privadas entrasen en sectores como los servicios públicos y los servicios financieros. En 2005 se abolieron estas leyes, lo que permite a las empresas privadas entrar en estos sectores. Lo mismo está sucediendo ahora en el sector bancario. Están empezando a privatizar y están permitiendo que el capital extranjero entre en los bancos. De hecho, los analistas burgueses, cuando escriben sobre la China de hoy, entran en gran detalle sobre las leyes y la estructura legal que necesitan para estar en consonancia con las nuevas formas de propiedad. Ellos miran dicho marco jurídico como restos del pasado que hay que remover para facilitar el funcionamiento de las empresas privadas.

En China las relaciones de propiedad han cambiado; pero aunque ya se ha cambiado gran parte de la estructura legal para que esté en consonancia con las nuevas formas de propiedad,  todavía hay restos del antiguo sistema. El desarrollo de nuevas relaciones de propiedad de hecho puede entrar en conflicto con las viejas formas jurídicas; no necesariamente entran en línea con la base económica de forma inmediata. Tarde o temprano, sin embargo, esta «superestructura» debe coincidir con la base económica. Como Karl Marx señaló en 1859 en su prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política:

«En cierta etapa de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes—lo que simplemente se expresa en términos legales—o  con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta ahora. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en sus propias trabas. Entonces comienza una era de revolución social. Los cambios en la base económica más o menos se dirigen rápidamente a la transformación de toda la inmensa superestructura”. [El subrayado es nuestro]

En China no estamos tratando con el contexto de una revolución social, sino una contrarrevolución. No obstante, el punto de Marx sigue siendo válido. Una vez  las relaciones de propiedad cambien, la superestructura legal debe seguir su ejemplo. Por lo tanto, podemos esperar que el proceso de adaptar la «superestructura» legal con la base económica que se está siguiendo continúe a buen ritmo. Aunque existe cierta oposición dentro de ciertas capas de la burocracia, «tarde o temprano», las dos deben armonizarse. Ya han avanzado  bastante, así como lo atestiguan los  cambios hechos  a la Constitución.

La entrada en la OMC

Otro punto de inflexión  estaba por venir en noviembre de 2001 cuando China decidió unirse a la Organización Mundial del Comercio. La cuestión de la entrada en la OMC es muy importante. Al incorporarse a la OMC, China se comprometió a abandonar todo  control sobre el comercio exterior desde de los primeros años de su ingreso y ha estado cumpliendo su compromiso poco a poco desde entonces. La razón por la que China se  adhirió a la OMC es obvia. La actual economía china sólo puede existir si está estrechamente vinculada a la economía mundial. Depende en gran medida de las exportaciones y tiene que someterse a los acuerdos internacionales sobre comercio. Debe participar plenamente en la economía mundial. Esto a su vez acelera el proceso de transformación capitalista dentro de China.

El abandono del control estatal del comercio exterior es un elemento importante en la apertura de China al mercado mundial. Recordemos que uno de los elementos clave en el programa bolchevique—y  que Trotsky firmemente defendió contra Stalin y Bujarín[1]—era  que un estado obrero rodeado de un mundo capitalista debe tener el monopolio estatal del comercio exterior. Este era el caso sobre todo en un país subdesarrollado.

Bujarín también sostuvo la idea de que el desarrollo de la economía era necesario para permitir  que una capa del campesinado se enriqueciera a sí misma. Él creyó con esto que los incentivos materiales producirían una mayor eficiencia y producción. Bujarín, sin embargo, no tenía ni idea de hasta dónde podrían llegar sus ideas. Él no contempló su propuesta como algo  que daría lugar al retorno de las relaciones capitalistas. Pero si su posición hubiese prevalecido,  el capitalismo en la Unión Soviética habría incluso retornado tan pronto como en 1928. De hecho en ese momento las presiones del capitalismo se hicieron sentir con mucha fuerza. Hay muchos paralelismos entre Deng y Bujarín. Incluso el lenguaje que utilizaban era similar. Deng usó el lema ¡»enriquecerse es glorioso»!, mientras que el lema de Bujarín era ¡»hacerse rico»!

El monopolio estatal del comercio exterior era en esencia una medida de protección contra la incursión de influencias capitalistas desde fuera. Si uno mira la historia del capitalismo en los países avanzados, uno ve que el proteccionismo se utilizó en una etapa para proteger sus mercados y el libre comercio sólo se convierte en la política predilecta de la burguesía en las etapas posteriores. Incluso la burguesía británica protegía su mercado mientras ellos estaban desarrollando su industria. Una vez que ya habían desarrollado   industrias modernas y competitivas, ya no necesitaron el proteccionismo. En esta etapa su industria era lo suficientemente fuerte como para dominar el mercado mundial. Como Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista, en referencia a la burguesía, «Los bajos precios de los productos básicos son la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas chinas…”

Hasta hace poco esto era también el caso en los países subdesarrollados de hoy. Pakistán, por ejemplo, tenía un montón de aranceles y medidas proteccionistas hasta hace unos 20 años. Pero en los últimos tiempos se ha visto obligado a abrir su mercado interno. Los imperialistas están dictando la política de estos países y que no pueden tolerar las medidas proteccionistas, aunque, al mismo tiempo guardan celosamente sus propios mercados en la agricultura, etc. Tienen una necesidad apremiante para abrir todos los mercados para sus productos.

La diferencia entre China y Pakistán es que la imposición del llamado mercado libre en Pakistán ha significado la destrucción de miles de industrias y fábricas. El nivel de desarrollo de la industria paquistaní era demasiado baja para resistir la competencia exterior. Sin embargo China no es Pakistán y el gobierno chino debe estar pensando: «Somos lo suficientemente fuertes ahora, tenemos la productividad para hacer frente a la competencia exterior.» Esto, sin embargo, está provocando medidas de represalia sobre todo por parte de los EE.UU., donde se busca el proteccionismo como medida para defender el mercado de Estados Unidos contra los  baratos productos chinos.

¿Una transición fría?

Ahora está claro que ha habido una transición al capitalismo, pero ¿cómo sucedió esto? No ha habido una contrarrevolución armada, ni tan siquiera una gran confrontación entre las diferentes alas de la burocracia. Trotsky utilizó una vez la idea de que la película del reformismo se está reproduciendo al revés. Explicó que para que una contrarrevolución tenga lugar habría alguna forma de conflicto violento. Sólo entonces habría un posible retorno al capitalismo. Lo que estaba diciendo es que el sistema no podía ser «reformado» en el capitalismo.

Aquí hay que aprender de Trotsky. Debemos tomar de Trotsky no sólo  frases aisladas de aquí y allá, sino que también el método que usó. Se estaba refiriendo a una  Rusia en la década de 1930, donde las tradiciones de la revolución todavía estaban vivas. La clase obrera rusa había jugado el papel principal en la revolución y estaban conscientes de lo que hubiera significado un retorno al capitalismo. Esa clase obrera había resistido a la restauración capitalista. También la situación internacional determinó un equilibrio diferente de fuerzas dentro de la Unión Soviética. Una capa significativa de la burocracia tenía interés en mantener el plan estatal.

Sin embargo, en la Unión Soviética el estalinismo sobrevivió durante varias décadas, mucho más tiempo del que incluso Trotsky podría haber previsto, de hecho duró durante más de 70 años. Los cambios cuantitativos determinan los cambios cualitativos. En ese período las tradiciones revolucionarias fueron erradicadas de la conciencia de los trabajadores. La generación que había vivido la revolución había muerto. Las nuevas generaciones fueron testigos de una burocracia voraz alzándose más y más por encima de las masas. Ellos vieron nada más que la completa  mala gestión, el despilfarro y la corrupción a todos los niveles y al final lo único que quedaba frente a ellos era un sistema que estaba a punto de quedar paralizado. A veces, un régimen puede estar tan podrido que la clase dominante—o  de la casta gobernante—es  incapaz de resistir incluso la presión más mínima  una vez que el movimiento se desata desde abajo.

La idea de que para construir la base del capitalismo es necesario llevar a cabo  una revolución burguesa, proviene de la experiencia de la revolución burguesa clásica en Francia en 1789 o en Inglaterra en 1640. La burguesía se había desarrollado, creando su  riqueza dentro de los límites del feudalismo y, finalmente, tuvo que romper esos límites. La clase burguesa joven condujo a la nación contra la aristocracia terrateniente y  derrocó el feudalismo, creando las condiciones para un desarrollo capitalista moderno. Sin embargo, una vez que el capitalismo se había desarrollado en unos pocos países claves (Gran Bretaña, Francia, EE.UU.,) esto significó que una repetición de la forma en que el capitalismo se había desarrollado en estos países se hizo prácticamente imposible en los demás países menos desarrollados. Marx pudo apreciar esto en el caso de Alemania, donde declaró que la burguesía alemana se había vuelto reaccionaria incluso antes de que hubiera llegado al poder.

Los mencheviques no entendieron esta situación. Esperaban que todos los países pasaran por las mismas etapas. Rusia era subdesarrollada, con un enorme campesinado y los terratenientes. De este modo quisieron aplicar  mecánicamente lo que había sucedido en Francia y Gran Bretaña a la atrasada Rusia. Por lo tanto, para ellos, la tarea de los comunistas rusos era apoyar a la «burguesía progresista». Ellos no entendieron lo que Trotsky explicó en su teoría de la Revolución Permanente. En la época del imperialismo la burguesía de los países subdesarrollados no podía jugar el papel progresista que habían jugado en Francia o Gran Bretaña.

Esto también explica por qué el desarrollo del capitalismo en otros países no siempre resulta a través del mecanismo clásico de la revolución burguesa y con la misma burguesía dirigiendo a las masas. No es así como el capitalismo entró en vigor en Japón o Alemania, por ejemplo. Hoy en día estos son dos de los países más poderosos del mundo. En Japón fue la burocracia del Estado feudal, bajo la presión del capitalismo estadounidense, que guió el movimiento hacia el capitalismo, hay que tener en cuenta que la  burguesía era débil y decadente en dicha época. ¿Por qué era esto así? Porque  los acontecimientos mundiales dominan todos los procesos. El futuro de Japón como una nación poderosa sólo podría mantenerse si desarrollaban el capitalismo. Por lo tanto, debido a que la burguesía en Japón no fue capaz de llevar a cabo su papel histórico, otra clase llevó a cabo las tareas. En Alemania fueron los Junkers del viejo aparato del Estado feudal, quienes controlaron un proceso similar.

Sin embargo, precisamente dado el hecho que no hubo revolución, quedaban restos del antiguo sistema feudal. En Alemania estas contradicciones sólo fueron finalmente resueltas como resultado de la abortada  revolución proletaria de 1918, que al menos completó las tareas pendientes de la revolución burguesa. En Japón, la misma tarea se llevó a cabo por las fuerzas de ocupación estadounidenses después de 1945. McArthur forzó el proceso de la revolución agraria en Japón por temor a los efectos de la revolución china en las masas japonesas.

En estos casos no hubo ninguna «revolución burguesa», sino una especie de «fría transición” de un sistema a otro. Lenin hizo hincapié en que la historia conoce todo tipo de mutaciones y transformaciones. ¡El proceso de la vida real no siempre se corresponde necesariamente con cada detalle de los libros de texto! No hay una regla rígida de cómo se produce una transformación social. Como marxistas debemos ser conscientes de ello, de lo contrario seremos arrojados de aquí para allá por los acontecimientos que no corresponden a las vistas mecánicas y preconcebidas.

Por lo tanto, tenemos que colocar la postura de Trotsky sobre la «fría transición»  en el contexto histórico en el que se planteó la idea. También tenemos que ver, sin embargo, que Trotsky nos dio una idea de cómo la burocracia podría adaptarse fácilmente a una restauración capitalista. Explicó  que si hubiera una contrarrevolución burguesa en la Unión Soviética,  la nueva clase dominante tendría que purgar muchos menos elementos del Estado que en el caso de una revolución política. Esto es precisamente lo que ocurrió con la antigua burocracia soviética cuando Yeltsin llegó al poder, y la burocracia china no es diferente. Las palabras exactas de Trotsky en su libro de  La Revolución Traicionada fueron:

«Si al adoptar una segunda hipótesis, el partido burgués fuese a derrocar a la casta soviética dirigente, se encontraría con no pocos de los funcionarios dispuestos entre los actuales burócratas, administradores, técnicos, directores, secretarios del partido y los altos círculos privilegiados en general.  Una depuración del aparato estatal, por supuesto, será necesaria también en este caso. Pero una restauración burguesa probablemente tendría que limpiar menos gente que un partido revolucionario. La tarea principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de la producción. En primer lugar, sería necesario crear las condiciones para el desarrollo de fuertes productores campesinos que viniesen de las granjas colectivas débiles, y convertir los colectivos fuertes en cooperativas del tipo burgués en sociedades anónimas agrícolas de los productores. En el ámbito de la industria, la desnacionalización comenzaría con las industrias ligeras y los que producen alimentos. El principio de planificación se convertiría en el período de transición en una serie de compromisos entre el poder del Estado y de las «corporaciones» individuales de propietarios potenciales, es decir, entre los capitanes de la industria soviética, los antiguos propietarios emigrantes  y los capitalistas extranjeros. A pesar de que la burocracia soviética ha hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen tendría que introducir en la cuestión de las formas de propiedad y los métodos de la industria no una reforma, sino una revolución social”.

La base social de la Unión Soviética fue la de un estado obrero, con una economía planificada centralizada de propiedad estatal, y sin embargo, si se hubiera transformado en un régimen burgués no habría tenido que purgara a demasiada gente. Esto se debió a que eran ya elementos privilegiados y se habrían transformado a sí mismos de burócratas privilegiados del Estado obrero en siervos privilegiados del capitalismo. Por otra parte, una revolución política habría tenido que imponer a muchos de esos burócratas los salarios de un trabajador y quitar sus privilegios. Por lo tanto un conflicto más grande habría ocurrido. La situación actual en Rusia demuestra que Trotsky tenía razón.

El análisis de Trotsky de la URSS proporciona elementos importantes que nos ayudan a entender el proceso de hoy en día en China. También en este caso se trata de una casta privilegiada, que como Trotsky subrayó, querrá en cierto momento convertirse en los dueños de los medios de producción como una garantía de sus privilegios.

Ha habido varios factores que han empujado a la burocracia china en esta dirección. Como por ejemplo el enorme auge económico posterior a la Segunda Guerra Mundial en el occidente capitalista, con un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas. Esto fue seguido por la crisis de los regímenes estalinistas en Europa del Este y la Unión Soviética. La Corriente Marxista Internacional fijó su postura sobre esto en la década de 1970. Los burócratas chinos tomaron nota de ella también. La tasa de crecimiento en la Unión Soviética bajó a 3%, 2% y luego  a cero. El sistema se había estancado. Finalmente la Europa del Este se derrumbó y luego dos años más tarde la Unión Soviética se derrumbó también. La Unión Soviética perdió grandes extensiones de su territorio.

Estos fueron factores muy poderosos que determinaron la forma de pensar de los burócratas chinos. Comenzaron con lo que era básicamente una versión china de la NEP[2], tratando de hacer que la economía fuese más eficiente, más productiva. Ellos estaban observando los acontecimientos mundiales y toda la situación los empujaba en una dirección determinada. Al otro lado de la frontera, en la Unión Soviética pudieron ver el caos absoluto y el  desastre. Debieron haber pensado: «No vamos a permitir que eso suceda aquí. Tenemos que introducir métodos de mercado, pero vamos a controlar el proceso nosotros mismos». Así lo hicieron poco a poco, paso a paso, pero una vez que se habían embarcado en ese camino, el proceso asumió una lógica propia, finalmente, se enfrentaron con la situación actual.

Ahora en China  existen  intereses burgueses muy poderosos. La nueva burguesía está utilizando el Partido Comunista para defender sus intereses de clase. En estas condiciones,  ¿podría la burocracia revertir el proceso y llevarlo a cabo con éxito? Creemos que el proceso ha ido más allá de la etapa en la que podría ocurrir sin un conflicto mayor. Si un ala de la burocracia china decidiera ir por ese camino, eso  implicaría una gran confrontación con el ala pro-capitalista. Así, una «transición fría» de regreso a alguna forma de economía burocráticamente planificada no sería posible. Pero esta es una perspectiva hipotética ya que no hay indicios de que exista dicha tendencia.

Un elemento importante en la ecuación de China es el tamaño y la experiencia de la clase obrera. Cualquier movimiento contra el capitalismo en estos momentos tendría que estar basada en una movilización de la clase obrera y los trabajadores chinos no aceptarían un movimiento de regreso al estalinismo; tenderían a avanzar hacia el verdadero socialismo, al poder real de los trabajadores.

Sin lugar a dudas, en este escenario una sección del partido se vería afectada. Tomando como referente cartas y artículos que han aparecido en la prensa china, parece que todavía hay gente en el Partido Comunista de China que creen en los ideales de la revolución de 1949, y estos serían afectados por un movimiento revolucionario de la clase obrera y  serían impulsados a una confrontación con el ala pro-capitalista dominante. Esto implicaría una división entre diferentes capas, con la capa que está el poder defendiendo las nuevas relaciones capitalistas, y algunas de las capas inferiores siendo atraídas por detrás del movimiento de la clase obrera.

Trotsky se refirió a la existencia de un «ala Reiss[3]» en la burocracia rusa, es decir, un ala que quería volver a los ideales de la revolución de octubre, al genuino bolchevismo. En la década de 1930 existía dicha ala. La revolución era todavía un acontecimiento relativamente reciente y muchos de los miembros del partido desde el período anterior a la revolución podían ver las diferencias entre el estalinismo y el genuino bolchevismo.

Sin embargo, el régimen estalinista en la Unión Soviética sobrevivió durante décadas. Stalin destruyó gradualmente cualquier vínculo con los ideales de octubre. A pesar de ello en el momento de la caída de la Unión Soviética en 1991 había un ala, aunque era una pequeña minoría, que buscaba las ideas del verdadero leninismo.

En China, la situación es algo diferente. Un «ala Reiss» según lo descrito por Trotsky está descartada. La revolución de 1949 no se basó en las ideas de Lenin. El Partido Comunista Chino se había transformado en una organización estalinista mucho antes de que llegara al poder. Por lo tanto, incluso aquellos que provienen desde el período anterior a 1949 tienen al estalinismo como su punto de referencia.

Tenemos que entender la diferencia entre un «estado obrero degenerado»  y un «estado obrero deformado». Un degenerado estado obrero es, obviamente, un estado que se ha convertido en un estado obrero deformado. Pero el único  «estado obrero degenerado»  que  se ha conocido en la historia fue la Unión Soviética. Empezó como un  Estado relativamente saludable de los trabajadores y por el aislamiento de la revolución sufrió una degeneración con la burocracia usurpando el poder. Para completar este proceso, la burocracia estalinista tuvo que eliminar físicamente a miles y miles de auténticos comunistas que entendían la diferencia entre lo que los bolcheviques habían luchado por construir y la caricatura monstruosa que evolucionó a partir del aislamiento de la revolución en un país subdesarrollado.

En China no hubo un período en que el Estado hubiese sido  un estado obrero sano. Nunca hubo un período de auténtica democracia obrera, de poder obrero. El Estado chino comenzó desde el primer día  en que el Partido Comunista llegó al poder como estado obrero deformado. En realidad, el Partido Comunista heredó el viejo aparato estatal mandarín. Incluso en los primeros días de la Rusia Soviética,  Lenin señaló que si se raspaba  la superficie del estado obrero se  podía  encontrar el mismo viejo  aparato estado zarista, y sobre todo en un país atrasado, el nuevo Estado tuvo que tomar en cuenta a muchos antiguos  funcionarios. Pero al menos en los tiempos de Lenin  los trabajadores, a través de sus órganos de poder, los Soviets, podían frenar las tendencias conservadoras de este estrato. Pero en China este no era el caso.

A pesar de ello, aunque de una manera distorsionada, debe haber elementos dentro del Partido Comunista Chino que miran con horror  la transición hacia el capitalismo. Ellos ven cómo los trabajadores han perdido todos sus derechos y todos los ideales de la revolución han sido pisoteados. Se remontan a la China Maoísta que ven como una sociedad donde eran mucho más «iguales». Pero en el contexto actual, con el desarrollo de un gran proletariado, la vieja idea maoísta de basar todo en el campesinado no tendría sentido para los trabajadores de hoy en día. Hoy el proletariado se ha convertido en una fuerza dominante, por lo tanto, los trabajadores de las ciudades que buscan una salida a través de un «retorno a Mao» se encontrarían con el planteamiento de  la cuestión del poder obrero. Tal desarrollo podría tener un impacto en el partido que inevitablemente se  rompería en líneas de clase.

Entre las capas superiores de la burocracia, sin embargo, no hay evidencia de un ala que quiera volver a la antigua empresa estatal, la economía de planificación centralizada. Desde el punto de vista de la burocracia el sistema está «funcionando». ¡Lo está haciendo muy bien, de hecho! Hemos señalado lo que dijo Trotsky acerca del deseo de  la burocracia  de transmitir sus privilegios a sus descendientes. Hoy en día muchos de los hijos e hijas de los burócratas se han transformado en los propietarios de los medios de producción. Entre esta capa no hay un deseo de volver a una economía nacionalizada y planificada. No hay ninguna base material para que ellos deseen hacer esto. Al contrario  resistirán cualquier intento de dar marcha atrás, y tendrían el respaldo del Estado.

Leer primera parte: La larga marcha de China hacia el capitalismo


[1] Tras la muerte de Lenin en 1924, Bujarín encabezó el ala «derecha» del partido, a la cual alineó con Stalin en la lucha sucesoria contra Trotski; pero una vez derrotado éste, Stalin apartó a Bujarín del poder acusándole de «desviacionismo de derechas» (1929). Aunque reapareció colaborando en la redacción de la Constitución de 1936, fue detenido al año siguiente y murió ejecutado en una de las purgas de Stalin, después de una farsa de juicio encaminada a eliminar a un posible rival político.

[2] La Nueva Política Económica (NEP) trató de revertir la crisis en la que se encontraba sumida Rusia a causa de la guerra civil y la agresión extranjera. La revolución había logrado sobrevivir, pero a costa de un enorme coste: la producción agrícola había descendido respecto a 1914 en un 60%, la producción industrial había quedado reducida a un 15%, la emigración al campo y el despoblamiento de las ciudades era galopante y el nivel de vida de la población estaba bajo mínimos. En palabras de Lenin, la NEP constituía un sistema transitorio y mixto, un “obligado paso atrás” en el que la economía permanecería bajo la dirección y planificación del Estado, aunque secundada por la iniciativa privada. Era el restablecimiento de un capitalismo limitado y controlado cuyo objetivo era reconstruir la maltrecha producción.

 

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