III. La atención debe dirigirse a los detalles (Problemas de La Vida Cotidiana)

Este capítulo fue escrito hace dos años (Pravda, 1 de octubre de 1921). En la actualidad, en el ejército se presta una atención infinitamente mayor que entonces al mantenimiento de las bayonetas y del calzado. Pero en general la consigna “La atención debe dirigirse a los detalles” conserva, aún hoy, toda su validez. (LT)

Este capítulo fue escrito hace dos años (Pravda, 1 de octubre de 1921). En la actualidad, en el ejército se presta una atención infinitamente mayor que entonces al mantenimiento de las bayonetas y del calzado. Pero en general la consigna “La atención debe dirigirse a los detalles” conserva, aún hoy, toda su validez. (LT)

Debemos levantar nuestra economía destruida. Es preciso construir, reparar, reacomodar. Edificamos la economía sobre nuevas bases que deben garantizar el bienestar de todos los trabajadores.

Pero la producción, en su esencia, se resume en la lucha del hombre contra las fuerzas hostiles de la naturaleza, en la utilización racional de las riquezas naturales. La política, los decretos, las consignas, sólo pueden regularizar la actividad económica imprimiéndole una dirección general. Pero únicamente la producción de bienes materiales, un trabajo sistemático, obstinados, pertinaz, pueden satisfacer realmente las necesidades del hombre. El proceso económico se compone de trozos y elementos diversos, de detalles, de naderías. Y no es posible volver a levantar a una economía más que prestando una enorme atención a esos detalles.

 

Pero, entre nosotros, dicho interés resulta nulo o casi nulo. La tarea principal de la educación y de la autoeducación en el dominio de la economía reside en despertar, desarrollar y reforzar esta atención ante exigencias particulares, insignificantes y cotidianas de la economía; es preciso no descuidar nada, observarlo todo, actuar el tiempo deseado y exigir que los demás hagan otro tanto. Esta tarea se nos impone en todos los dominios de la vida política y de la construcción económica.

 

Vestir y calzar al ejército, en el actual estado de la producción, no es un asunto fácil. El aprovisionamiento a menudo es sumamente irregular. Además, en el ejército existe muy poco cuidado por reparar o mantener en buen estado el calzado y la vestimenta de que se dispone; casi nunca se engrasan los zapatos. Y cuando se pregunta por qué, se reciben las respuestas más diversas: a veces es porque se carece de pomada, otras porque no ha sido asignada a tiempo, o bien porque se tienen botas marrones en tanto que el betún es negro, etc. Pero la razón principal reside en que ni los soldados ni los cuadros del Ejército Rojo se ocupan de sus asuntos. Unas botas sin betún, sobre todo si están mojadas, se secan y serán inservibles al cabo de algunas semanas. Y como el aprovisionamiento no es suficiente, se empieza a producir de cualquier manera. Entonces las botas se consumen más rápidamente, y estamos dentro de un círculo vicioso. Sin embargo, hay un medio para salir del mismo, y un medio sumamente simple: es necesario que las botas sean engrasadas a tiempo, que sus cordones se aten con cuidado porque si no aquéllas pierden su firmeza y se deforman.

Estropeamos buenos calzados americanos únicamente porque no tenemos cordones. Se pueden conseguir si se insiste un poco; y si no hay cordones es precisamente porque no se presta atención a los detalles de la vida cotidiana. Pero esas nimiedades son las que terminan por constituir un todo.

Ocurre lo mismo, y peor aún con las bayonetas. Es difícil fabricarlas, pero fácil estropearlas. Hay que cuidar la bayoneta: limpiarla y engrasarla, cosa que demanda una atención, sostenida y permanente y que requiere todo un aprendizaje, toda una educación

Estas naderías que se acumulan y que se combinan, terminan por conseguir o bien por destruir algo importante. Las pequeñas averías de la calzada que no se reparan a tiempo se agrandan y forman baches y carriles que tornan difícil la circulación, dañan las carretas, los automóviles, y los camiones, estropean los neumáticos. Una calle en mal estado implica gastos de dinero y de esfuerzos diez veces más importantes de los que hubiesen sido necesarios para su reparación. Y es igualmente por pequeñeces de este tipo por lo que se deterioran las máquinas, las fábricas, los inmuebles. Para mantenerlos en buen estado hay que dirigir una atención cotidiana y permanente a los detalles. Carecemos de esta atención porque la educación económica y cultural es insuficiente.

Resulta frecuente que se confunda el interés por los detalles con el burocratismo, y esto es un grave error. El burocratismo consiste en prestar atención a una forma vacía en detrimento del contenido, de la acción. El burocratismo se atasca en el formalismo, sin resolver ningún detalle práctico. Por el contrario, el burocratismo elude en general los detalles prácticos que constituyen el conjunto de un problema, contentándose únicamente con reunir los dos extremos de su papeleo.

Pedir que no se escupa o que no se arrojen colillas en las escaleras ni en los pasillos es una “nadería”, una exigencia mínima, y que no obstante posee una significación educativa y económica enorme. El que escupe despreocupadamente en una escalera o sobre un parque es un inútil y un irresponsable, y no es a él a quien hay que aguardar para restablecer la economía.

Él no le pondrá betún a sus botas, romperá un vidrio inadvertidamente, tendrá piojos….

Algunos hallarán, lo repito, que una atención obstinada en este tipo de detalles pertenece a la trapacería y al “burocratismo”.

Pero muy a menudo los inútiles y los irresponsables ocultan su naturaleza luchando pretendidamente contra el burocratismo.

 

“¡Cuántas historias por una colilla arrojada en la escalera!”, dicen.

 

He aquí una verdadera necedad; ya que arrojar colillas en el piso implica despreciar el trabajo de los otros, y quien no respeta el trabajo de los demás es igualmente negligente hacia el suyo mismo.

Y para que los hogares comunes puedan funcionar es preciso que cada inquilino, hombre o mujer, presten atención para que la limpieza y el orden reinen en toda la casa. De otro modo, volvemos a encontrarnos, y a menudo es lo que ocurre, en unos agujeros piojosos, llenos de escupitajos, y de ninguna manera en hogares comunes. Es necesario combatir incansable y despiadadamente esta desidia, esta falta de educación, esta negligencia, combatir explicando, dando ejemplo, haciendo propaganda, exhortando a la gente e induciéndola a ser responsable. El que sube una escalera manchada sin decir nada, o quien atraviesa un patio sucio, es un mal ciudadano y un constructor sin conciencia.

El ejército concentra tanto los aspectos positivos como los negativos de la vida popular, y esto se verifica por completo en lo que respecta a la educación económica. El ejército debe, a cualquier precio, elevarse en este terreno al menos hacia un grado superior. Este nivel puede alcanzarse gracias a los esfuerzos conjugados de los cuadros dirigentes del mismo ejército, tanto de la cúspide como de la base de la escala, en correlación con los mejores elementos de la clase obrera y del campesinado en su conjunto.

En la época en que el aparato gubernamental soviético estaba en formación, el ejército estaba penetrado por un espíritu partisano, cuyos métodos aplicaba. Nosotros libramos una lucha pertinaz y despiadada contra dicha mentalidad, lo que sin dudas ha producido importantes resultados: no sólo se creó un aparato directivo y administrativo centralizado, sino que —lo que es aún más esencial— este mismo espíritu partisano ha sido profundamente cuestionado en la conciencia de los trabajadores.

En la actualidad debemos llevar a efecto una lucha igualmente importante: tenemos que combatir todas las formas de indolencia, de negligencia, de indiferencia, de suciedad, de impuntualidad, de abandono, de despilfarro. He aquí los grados y los diversos matices de una misma enfermedad: por un lado, una atención insuficiente y, por el otro, una desfachatez de mala ley. Es imprescindible desarrollar en este aspecto una acción de envergadura, un combate cotidiano, obstinado y sin descanso, en el que se pongan en juego —como cuando debimos aniquilar la mentalidad partidista— la agitación, el ejemplo, la exhortación y el castigo.

El plan más grandioso pero que no tiene en cuenta los detalles no es más que pura frivolidad. ¿De qué servirá, por ejemplo, el mejor decreto si, por negligencia, no llega a tiempo a su destino, o bien si se copia con errores, o incluso si se lee sin atención? Lo que es justo en el nivel inferior también lo será en el superior.

 

Somos pobres pero dispendiosos. Ignoramos la puntualidad.

 

Somos negligentes. Somos desaliñados. Estas taras hunden sus raíces en un pasado servil, del que sólo podemos deshacernos progresivamente, gracias a una propaganda obstinada, merced al ejemplo, a la demostración, a un control minucioso, a una vigilancia y a una exigencia permanente. ¡Para realizar proyectos grandiosos hay que prestar una gran atención a los más pequeños detalles! Esta consigna debe agrupar a todos los ciudadanos conscientes del país y que emprenden un nuevo período de construcción y de desarrollo cultural.

 


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