Cumbre del Clima COP26: ¿puede el capitalismo salvar el planeta?

Por Joe Russel


El domingo 31 de octubre, se abrieron oficialmente las negociaciones para la COP26, la última Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático. Con sede en Glasgow, Boris Johnson dió la bienvenida a los jefes de estado de alrededor del mundo para iniciar dos semanas de negociaciones, paneles de discusión y conferencias de prensa. Los líderes empresariales también están presentes para presentar sus ideas sobre cómo abordar el cambio climático.

Bajo la presión de los acontecimientos, la clase dominante y sus representantes han ido adelantando el tema en su agenda. El cambio climático ha pasado de una amenaza lejana a una crisis actual. Incluso las partes más desarrolladas del mundo ya están experimentando desastres climáticos. Este año en Nueva York y en partes de Alemania hemos visto devastación causada por inundaciones severas de tal gravedad que en el pasado eran considerados acontecimientos que ocurrían una vez cada 100 años. Pero se prevé que se conviertan en sucesos habituales. Esto tiene implicaciones económicas y políticas que la clase dominante ya no puede permitirse ignorar.

Por esta razón, hay mucho entusiasmo en torno a la esta cumbre COP26, pero ya hemos visto esto antes. En los grandes medios de comunicación se celebró la COP21 como un punto de inflexión en la lucha contra el cambio climático. El consenso científico general es que, para evitar consecuencias irreversibles e insoportables para la vida, la temperatura global debe limitarse a un aumento de 1,5 ° C más caliente que en los niveles preindustriales. Esto requerirá que la economía global se haya transformado a cero carbonos netos en emisiones para 2050. Estos fueron los objetivos adoptados en 2015 por el Acuerdo de París en la cumbre COP21 de las Naciones Unidas.

Mientras que algunos depositan todas sus esperanzas desesperadas en estos compromisos y cumbres internacionales, otros lo ven como muy limitado y demasiado tarde. Hablar es fácil, pero lo que se necesita es una acción decisiva. Las Naciones Unidas, sin embargo, son simplemente una charla glorificada. No puede forzar la mano de las principales potencias económicas del mundo, que tienen conflictos de intereses.

Geopolítica y proteccionismo

Las tensiones geopolíticas han dificultado bastante que los representantes del capital en sus diversos Estados nacionales lleguen incluso a un acuerdo vago sobre los objetivos, y mucho menos sobre la política práctica.

La principal razón por la que los objetivos de los Acuerdos de París fueron aclamados como un gran avance, fue la afirmación de que Barack Obama, Xi Jinping y Vladimir Putin, por el bien de las personas y el planeta, habían logrado superar la rivalidad imperialista entre las tres principales potencias económicas del mundo. Esta ilusión se hizo añicos sin ceremonias exactamente un año después con la elección de Donald Trump, quien hizo campaña con la promesa de retirarse del Acuerdo de París; una promesa que cumplió. Esto expuso la amargura de la guerra comercial entre China y Estados Unidos en particular. No fue simplemente un problema debido al carácter volátil de Trump. El estancamiento del mercado mundial desde 2008 ha sido un motor de proteccionismo que ha afectado a todas las grandes potencias imperialistas

El colapso de la COP21 y la subsecuente proliferación de tendencias proteccionistas han demostrado cuán frágiles son realmente estas promesas y objetivos. Cualquier conversación sobre un plan global para ponerlo en práctica carece de sentido. La propiedad privada y el Estado nacional, características inherentes de la época capitalista, son barreras fundamentales para un plan global de producción a largo plazo para las necesidades humanas. El documento de la campaña ‘Race to Zero’ de las Naciones Unidas, lanzado en junio de 2020, expresa esto de manera bastante sucinta:

“Los avances no pueden tenerlugar si las entidades individuales trabajan aisladas unas de otras. Los desafíos de la competencia y la inercia a menudo disuaden la ambición, donde los actores individuales no pueden dar el primer paso sin ponerse en una clara desventaja a corto plazo».

Sin embargo, la ONU es una herramienta de las grandes potencias capitalistas, a las que debe su propia existencia, y no puede mirar más allá del sistema capitalista en busca de soluciones. Sin querer tirar la toalla por completo, debe recurrir a las ilusiones:

“La transición al cero neto se producirá mediante un cambio exponencial. Sabemos esto porque ha sucedido antes en cada gran disrupción industrial –volverá a suceder con la descarbonización. Las tecnologías y los nuevos mercados a menudo crecen en curvas exponenciales, en lugar de en líneas rectas…»

«… Diferentes actores –en todos los sectores, geografías y economías– comienzan a apoyar la transición, y la retroalimentación positiva entre ellos aumenta aún más la confianza e incrementa la demanda y la inversión a lo largo de cada etapa de la cadena de valor, haciéndola sistémica».

La ONU no puede hacer más que esperar un largo período de crecimiento económico en la economía mundial. Y esperan que una regulación aquí, una tarifa allá, inspire a toda la economía a revolucionarse en una transición de carbono cero. Es este intento de resolver la crisis ambiental a través de las fuerzas del mercado lo que nos ha llevado al precipicio en el que nos encontramos ahora.

Inversión

Actualmente, el 84% del consumo de energía primaria del mundo todavía proviene de combustibles fósiles. El 73,2% de todas las emisiones en 2016 provino de la producción de energía. Solo alrededor del 20% del consumo de energía final proviene de la electricidad. Se requiere nada menos que una transformación completa de la infraestructura global. Sobre la base de un plan internacional, esto sería completamente posible.

En 2019, la IEA (Agencia Internacional de Energía, por sus siglas en inglés) elaboró un informe llamado Offshore Wind Outlook 2019 [Perspectiva de la energía eólica marina]. El informe concluyó que: “Con recursos de alta calidad disponibles en la mayoría de los principales mercados, la energía eólica marina tiene el potencial de generar más de 420.000 TerraWatts hora por año, en todo el mundo. Esto es más de 18 veces la demanda mundial de electricidad en la actualida «.

Pero sobre la base del capitalismo, tal transformación dentro del marco de tiempo requerido es imposible.

El ambiente económico actual se caracteriza por una falta crónica de inversión. No tenemos tiempo para sentarnos y esperar un repunte en el mercado global. Ha habido un aumento en la inversión en energía renovable, pero el nivel actual todavía es demasiado bajo. Según la IEA, «En 2020, las inversiones en energía limpia de la industria del petróleo y el gas representaron solo alrededor del 1% del gasto de capital total». Aunque se prevé que aumente al 4% en 2021, «los 750.000 millones de dólares que se espera gastar en tecnologías de energía limpia y eficiencia en todo el mundo en 2021 siguen estando muy por debajo de lo que se requiere para el escenario climático”.

La IEA ha declarado que «para alcanzar cero emisiones netas para 2050, la inversión anual en energía limpia en todo el mundo deberá triplicarse en 2030 a alrededor de $ 4 billones».

A este ritmo, la inversión global ni siquiera alcanzaría la mitad de la cantidad requerida para 2030.

También se suponía que 2020 sería el primer año de «Financiamiento climático». En 2009 se hizo la promesa de que entre 2020 y 2025, los países más pobres del mundo recibirían $100 mil millones cada año de los países más ricos del mundo, en inversiones para hacer frente al cambio climático. Se quedaron cortos con $20 mil millones en el primer año.

También existe este mismo problema en los sectores industriales clave. Algunos proyectos pioneros aquí y allá dan una idea de las soluciones tecnológicas que existen, pero no hay señales de una transición genuina. En las acerías, por ejemplo, que contribuyen a alrededor del 8% de las emisiones anuales de carbono del mundo, una inversión suficiente podría proporcionar alternativas de cero emisiones de carbono. Este verano, con un costo de mil millones de euros, se puso en marcha la primera planta de acero con cero emisiones de carbono a gran escala, que utilizará hidrógeno verde. Esta tecnología debería aplicarse con urgencia máxima, a escala mundial. Hay dos razones principales por las que esto no se hará. La primera es que ya se invierte una gran cantidad de capital en las plantas siderúrgicas existentes. Los capitalistas no están dispuestos a dejar los altos hornos actuales en los que han invertido tanto capital antes de sacar hasta la última gota de ganancias que puedan de ellos. En segundo lugar, ya existe un exceso de capacidad para el nivel de demanda de acero, por lo que no existe un mercado real en el que puedan aventurarse nuevos inversores. Como se explica en un informe de la OCDE en 2019:

“Se necesitan años para planificar, obtener permisos, financiar y construir una planta de acero y, una vez construidas, pueden durar entre 25 y 50 años con el mantenimiento adecuado. La sobreoferta actual de plantas de acero también servirá naturalmente para frenar el desarrollo de instalaciones más nuevas e innovadoras «.

Incluso en el caso de esta nueva acería «sin carbono», la cuestión de las ganancias podría significar que, después de todo, será en vano. La compañía, Arcelor Mittal, admitió en letras pequeñas que «si el hidrógeno verde no estuviera disponible a precios asequibles para fines de 2025, se utilizaría gas natural para alimentar el horno DRI».

Las ganancias son la razón de ser del capital. Ante la opción de perder beneficios o contaminar el planeta, el capitalista siempre debe elegir lo último si quiere mantenerse en el negocio. El caos del mercado con sus fluctuaciones volátiles en los precios está levantando barreras insuperables para hacer frente al cambio climático.

La transición – caos del mercado

La clase capitalista, asustada por las regulaciones y la opinión pública, así como por la caída de la demanda durante la pandemia, se está retirando de las inversiones en combustibles fósiles, temiendo por sus ganancias. Pero esto no significa necesariamente un aumento correspondiente en la inversión en energía renovable. En resumen, se están retirando del sector de los combustibles fósiles más rápidamente de lo que la producción de energía limpia pueda proporcionar. La escasez resultante ha provocado un shock de oferta y un aumento vertiginoso de los precios de la energía.

El aumento del precio del combustible afecta los precios en todo el mercado, amenazando la inflación generalizada. En lugar de incentivar un movimiento hacia la inversión verde, puede tener el efecto contrario. Los materiales como el acero, el cobre, el aluminio y el litio son esenciales para la infraestructura verde, pero actualmente su producción es muy alta en emisiones de carbono. Un frenesí de última hora de regulaciones y tarifas sobre las emisiones de carbono está elevando los precios y desincentivando la inversión en estos sectores también.

Refiriéndose a este problema como ‘Greenflation’ (Inflación verde), un artículo del Financial Times explicaba que «tratar de cerrar la vieja economía demasiado rápido amenaza con empujar el precio de construir una más limpia fuera de su alcance». Para los políticos burgueses, sea cual sea el camino que adopten, el mercado está plagado de contradicciones que les estallan en la cara. Un artículo de The Economist ha destacado que «existen graves problemas con la transición a la energía limpia… las amenazas legales, la presión de los inversores y el miedo a las regulaciones han llevado a que la inversión en combustibles fósiles se desplome en un 40% desde 2015».

El resultado es la turbulencia económica, un retroceso en la descarbonización, y un mayor aumento de las tensiones geopolíticas:

“El precio de la cesta de petróleo, carbón y gas se ha elevado un 95% desde mayo. Gran Bretaña, el anfitrión de la cumbre, ha restituido sus estaciones de energía alimentadas con carbón, los precios del petróleo norteamericano han alcanzado los $3 por galón, los apagones se han propagado por China y la India, y Vladimir Putin acaba de recordarle a Europa que su abastecimiento de combustible depende de la buena voluntad rusa”.

Los mercados entran en convulsión y las tensiones geopolíticas aumentan, las tendencias proteccionistas están siendo endurecidas aún más. Cada pandilla nacional de capitalistas lucha por defender su propia seguridad energética, derramando subsidios para sostener “sus” compañías de hidrocarbonos y asegurar sus reservas de combustibles fósiles. De cara a la crisis energética, China acaba de anunciar que va a construir más plantas energéticas de carbón. Por tanto, no se trata simplemente de la escala de la inversión, sino del carácter de la transición. Se requiere de un plan global. Sobre la base del capitalismo, la transición no es una que pueda gestionarse.

El regreso del keynesianismo

Los mayores competidores del mundo ahora están desarrollando sus propios planes inconexos de inversión, con algo de retórica sobre el cambio climático entretejida en ellos.

El gobierno chino declara que alcanzará su pico de emisiones en 2030, para entonces alcanzar el cero neto en 2060, junto con la promesa de retirar sus inversiones transoceánicas en plantas energéticas de carbón. En el presente, siendo la productora número uno de energía solar, tanto como la contaminadora número uno del mundo, la industria china muestra una imagen contradictoria. Es responsable de más del 50% del consumo mundial de carbón. Algunos tienen más fe en la habilidad china para descarbonizarse que en la de otras economías grandes, debido al fuerte involucramiento del Estado chino en asuntos económicos. Durante más o menos la última década, el Estado chino ha atravesado por el más gigantesco programa keynesiano de gasto estatal de la historia, y dictamina a los inversores privados en forma tal que, por un tiempo, parecía ofrecer alguna semblanza de planificación estatal de la economía. Mas, la economía china ahora se precipita dentro de algunas contradicciones profundas. La deuda se ha disparado por toda la economía, con firmas que han empezado a declararse en quiebra en el último año. Más aún, se está enfrentando a grandes problemas de abastecimiento de energía como resultado de sus intentos por regular el sector energético, sin detentarlo en los hechos.

El panorama en los Estados Unidos tampoco es alentador. La Casa Blanca ha reajustado su meta de descarbonización hasta el 2050, pero de cara al desabastecimiento de combustibles y el alza de los precios, ha pedido a la OPEP que incremente la producción. Dicho país también se dispone a quemar más carbón este año que el anterior. Para colmo, el plan de inversión de Biden de $2,6 billones ha sido recortado a menos de un cuarto a fin de poder hacerlo pasar por el Congreso. Previsiblemente, el Programa de Desempeño de Electricidad Limpia (CEPP, en inglés) también ha encontrado una fiera resistencia en el senado, de parte de los más tozudos representantes de los intereses petroleros y carboníferos.

En China, los EEUU, así como en Gran Bretaña y la Unión Europea, las principales políticas propuestas se basan en el gasto keynesiano, incluyendo esquemas financieros para incentivar la inversión en renovables y desalentar la inversión en combustibles fósiles. Pero como se ha explicado más arriba; sólo porque los inversores se estén retirando de los combustibles fósiles, no significa que puede incentivárseles para que inviertan la cantidad requerida en los renovables. A partir de la última crisis económica, el crédito barato y una cantidad de dinero sin precedente en ‘estímulos’ han sido arrojados a la clase capitalista, pero el déficit de inversión persiste en el sector privado.

El ‘New’ Deal (‘nuevo’ acuerdo) verde

En la izquierda, el New Deal verde es la consigna dominante, pero se reduce a la misma cuestión del Estado tratando de conducir el mercado —y padece de todos los mismos problemas de las ‘soluciones’ previamente mencionadas.

En el Reino Unido, los ‘laboristas por el New Deal verde’ han desatado una campaña en el interior del Partido Laborista y los sindicatos para que se adopte su programa. Las demandas son vastamente progresistas; “expandir la propiedad pública”, “nacionalización de la energía, el agua y los ferrocarriles”, “trabajos bien pagados y sindicalizados”, “estándares verdes de vivienda”, etc. Nosotros podríamos apoyar esto de todo corazón. Son mucho mejores que las acostumbradas propuestas verdes promercado sobre créditos de carbón intercambiables o la austeridad verde que han sido impulsadas por los procapitalistas verdes a lo largo de las últimas décadas, pero si hablamos seriamente de que esta es una crisis existencial, tenemos que extraer las conclusiones necesarias.

Los exhortos a la nacionalización se limitan a ciertos sectores, para que sean administrados como apéndices de la economía de mercado. ¿Pero qué hay de otros sectores, como el acero? ¿Qué hay del transporte? Seguro, la inversión en trenes está desde hace mucho sobrepasada, pero ¿cuál es el plan para reemplazar la gasolina de los automóviles y los camiones? ¿Qué hay de la producción de baterías de todos los tamaños, que serán una parte clave para hacer posible la energía renovable? Si no rompemos con la anarquía del mercado y la motivación del lucro en la toma de decisiones de inversión, estas cuestiones no se resolverán.

Nada hay fundamentalmente ‘nuevo’ en el New Deal verde. Su nombre se ha extraído deliberadamente del plan de Roosvelt de los años 1930s para rescatar al capitalismo de los EEUU, y tal y como el viejo acuerdo, fracasa en resolver los mismos viejos problemas. Padece de las mismas limitaciones que las medidas keynesianas en lo general. Primeramente, en que el capital aún dominará la economía global, y secundariamente, en que la economía global está en un periodo de estancamiento. El gasto gubernamental no puede crear un periodo de crecimiento capitalista. El caos del mercado, la volatilidad de los precios y los intereses del capital financiero dictaminarán al Estado, y no en el sentido inverso.

Adaptación

No sólo necesitamos en efecto reducir las emisiones para limitar el daño, también necesitamos ser capaces de adaptarnos a los efectos que ya estamos viendo. El alza de las temperaturas está volviendo a muchas partes del globo inhabitables. La humanidad se ve amenazada con cosechas fallidas y sequías sucesivamente más duras. El alza en los niveles del océano amenaza con barrer con las pequeñas naciones isleñas. Y mientras los eventos climáticos extremos se vuelven sucesivamente más comunes, incendios, inundaciones y tormentas violentas representarán un peligro creciente para la vida y la propiedad.

¿Qué significará esto para la humanidad mientras exista el capitalismo?

Este año, un millón de personas se enfrentan a la hambruna en Madagascar como resultado de cosechas fallidas atribuibles al clima. No obstante, hay suficientes reservas de comida a escala mundial —simplemente no es rentable distribuirla a aquellos que ahora sufren las consecuencias de la catástrofe climática capitalista.

Los ricos seguirán siendo capaces de costear el aire acondicionado, el agua corriente y el alimento —y en muchas áreas incluso bomberos privados y servicios de emergencia— mientras que otros quedan a merced del calor, la deshidratación y la hambruna. Mientras tantas personas pobres se vean desplazadas mientras la Tierra se vuelve inhabitable, no habrá esfuerzo alguno por reubicar a quienes se ven obligados a emigrar. La clase capitalista sólo trata a los migrantes como un azote, que apunta contra otros sectores de la clase trabajadora.

Tal y como la clase capitalista no puede planear la transición a una economía de cero neto, es fundamentalmente incapaz de desarrollar un plan de adaptación —ya sea en términos de invertir en defensas contra las inundaciones, instalar aire acondicionado en los edificios públicos y los hogares, o en términos del uso del agua y la tierra.

Éstas no son problemáticas nuevas. Son problemas existentes que confrontan a la clase trabajadora mundial, que el capitalismo ya ha probado largamente que no puede resolver. De hecho, son problemas que tenemos la capacidad de resolver ahora, pero el capitalismo es la barrera. El cambio climático exacerbará los problemas que la clase trabajadora ya enfrenta bajo el capitalismo. Por esta razón, la única solución puede ser una de tipo socialista.

Por una solución socialista

Con base en la abundancia global de agua y alimentos podemos planear la redistribución donde encontremos desigualdad, pero sólo si tenemos un plan de producción basado en la propiedad colectiva de los medios de producción.

Las más grandes compañías agrícolas deben ponerse bajo propiedad pública y el control obrero. Éste no es un sueño utópico, sino una posibilidad muy real y muy necesaria. Por ejemplo, Cargill es responsable del 25% de todas las grandes exportaciones de los EEUU, y emplea a 166.000 trabajadores en 60 países. Es la más grande compañía agrícola del mundo, y el 90% de ella es propiedad de un solo individuo.

Compañías tales como ésta están maduras para ser expropiadas. La sagrada propiedad privada de un hombre significa la devastación para millones de vidas.

La actual red global de compañías agrícolas, sujetas al control obrero, permitirían que la abundancia agrícola se usara para las necesidades de toda la humanidad, a la vez que se restituyen los bosques del mundo y se protege la población de insectos. Esto debe combinarse con una red internacional de rutas de embarque planeada centralmente para una distribución global efectiva. La monopolización que ha tenido lugar en el sector portuario también vuelve al sector propicio para ser expropiado. Entre 2000 y 2018, las 10 más grandes compañías de contenedores incrementaron su participación en el mercado de un 12% a un 82%.

Esta clase de perspectiva está ausente en las ideas presentadas en el New Deal verde, y como resultado éste no corresponde con las demandas de la crisis en la que no encontramos.

La crisis climática y la pandemia del coronavirus han desnudado la necesidad de un plan internacional de producción. La demanda de expropiación de los más grandes monopolios e industrias debe estar a la orden del día. No pueden pedirse oportunidades más claras. Pero el reformismo de izquierda no puede evitar derrochar estas oportunidades, como no puede ver más allá del capitalismo tal como hace la misma clase dominante.

En otras palabras, la principal barrera para enfrentarse a la crisis climática no es de tipo tecnológico, sino de tipo político. La única fuerza social que puede deshacerse de esa barrera es la clase obrera organizada, y el tiempo se está agotando. El movimiento de la clase trabajadora debe por lo tanto armarse con las ideas correctas tan pronto como sea posible. Las ilusiones reformistas, aun las del reformismo de izquierda, sólo pueden conducir a un callejón sin salida que no tenemos más el tiempo de explorar nuevamente.

En 1938, León Trotsky escribió las siguientes palabras:

“Sin una revolución socialista, en el próximo periodo histórico, una catástrofe amenaza a la cultura humana por entero. Le toca en turno al proletariado… La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”.

Era verdad entonces, en vísperas de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, una masacre imperialista brutal. Es verdad ahora, de cara a la catástrofe climática.

Para administrar nuestros recursos en función de las necesidades de las personas y del planeta por igual, necesitamos un plan democrático de producción y distribución. La tarea que tenemos ante nosotros es por tanto prepararse para los acontecimientos revolucionarios que están empezando a suceder al por mayor por todo el mundo; y prepararse para la toma del poder por la clase trabajadora. Esto, y sólo esto, puede abrir de par en par las puertas, para la siguiente gran tarea a que nos enfrentaremos; la armonización de la humanidad con el resto del mundo natural.

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