A tres años de la toma de posesión: Un necesario balance del gobierno de AMLO

Por La Izquierda Socialista


Han pasado tres años desde que el gobierno de AMLO llegara a la presidencia y han pasado muchas cosas desde entonces. Sería imposible hacer una recapitulación detallada de lo que ha sucedido en este periodo, pero sí podemos sacar algunas generalidades del proceso y algunas ideas sobre el futuro para el país. No está de más mencionar que la derecha planteaba que a estas alturas del partido el país se iba estar cayendo a pedazos, pero los que siguen en el suelo son ellos, y no se ve cómo puedan levantarse para el 2024.

La situación internacional

Ningún país puede mantenerse al margen de los cambios que se suceden en el mundo, menos siendo un país dependiente del imperialismo. Ahora hay una realidad totalmente distinta de cuando AMLO llegó al gobierno. Al mundo le han pasado por encima la mayor crisis de la historia del capitalismo y una pandemia que ha dejado más de 4 millones de muertos, y a pesar de las vacunas la situación sanitaria sigue fuera de control.

Han sido tres años de mucha intensidad y conflicto a todos los niveles. La inestabilidad política del imperialismo americano se ha demostrado de muchas formas y tal vez la más palpable ha sido la salida humillante de Afganistán, junto a la imposibilidad de mantener bajo su control la que fuera su zona de influencia “natural”: América Latina. Todos los países del mundo están en una situación de inestabilidad, por doquier hay golpes de estado, luchas en las calles, guerras, guerras comerciales y acciones desesperadas por mantener el sistema capitalista de pie.

Estos años turbulentos han dejado claro a millones de personas en el mundo, principalmente entre los más jóvenes, que el capitalismo no puede ofrecer alternativas al cambio climático, a la pandemia, a la crisis económica provocada por los mismos capitalistas, a la inseguridad que viven millones de mujeres cada día, etc. Cada problema que va surgiendo es una muestra más de que este sistema ha agotado todas sus fuerzas progresistas para poder desarrollarse, y en cada intento por mantener la estabilidad descompone todas las demás áreas.

No es casualidad que en países como los Estados Unidos las ideas sobre el socialismo sean cada día más populares. Las generaciones más jóvenes no han conocido un sistema en bonanza, eran niños o adolescentes durante la crisis del 2008, conocieron de forma directa, en sus familias, el desempleo, la baja de salarios, los desahucios, los ataques a la educación pública, el racismo y la violencia policial. Esta juventud ha votado a los partidos o candidatos reformistas en diferentes países y se ha dado cuenta de que estos reformistas también les han atacado. No es extraño que ahora no crean en la política —la que se practica dentro del capitalismo, la cual está llena de corrupción y lambisconería—, ni que quieran que se vayan todos, o que no tengan ninguna confianza en las instituciones del Estado —policías, medios de comunicación, partidos políticos y parlamentos—.

Las movilizaciones de las chicas en América Latina, que quieren quemarlo todo, son un grito claro frente a toda la podredumbre que el capitalismo nos ofrece, lo son también las movilizaciones de los jóvenes de color en Estados Unidos incendiado estaciones de policías, las movilizaciones de trabajadores e indígenas en Perú, Ecuador, Colombia, etc. Todas son un claro ejemplo del hartazgo que siente la juventud contra el capital y las consignas pueden ser más o menos claras, pero la base donde descansa todo el malestar es este sistema y sus instituciones.

La crisis sanitaria demostró claramente los límites del capitalismo: una situación que requería de la alerta máxima, mandar a casa a todo mundo con goce de sueldo, garantizar planificadamente los recursos necesarios para la sobrevivencia, emplear las fuerzas públicas y privadas al unísono para atender a los enfermos, un plan mundial para cooperar para conseguir una vacuna y que ésta se aplicara gratuitamente a todo el mundo. Esto era lo que se requería para terminar con la amenaza. Después de un año y medio la situación está lejos de ser controlada. Millones de muertos, la inmensa mayoría pobres, tuvieron que escoger entre morir de Covid o de hambre, y perecieron. En este periodo los ricos se hicieron más ricos y los pobres tuvieron que sortear su suerte, pasando hambre y arriesgándose.

La pandemia no está controlada, porque los países imperialistas han concentrado las vacunas. Millones de personas aún no tienen una sola dosis. Los repuntes en Europa y diversos países nos muestran que se avecina una cuarta ola. No se puede imaginar tener una vida normal mientras no se empleen los recursos necesarios para que el mundo se vacune, pero nadie quiere pagar por ello: éste es el verdadero rostro del capital.

Otro de los asuntos más relevantes es la crisis económica que sacudió al mundo. Muchos economistas hablan de que se ha resulto el problema gracias a la inteligencia de los líderes mundiales. Todos los países invirtieron fuertes cantidades (millones de millones) para salvar a sus mercados, dando cantidades espantosas a los más ricos y repartiendo algunos cuantos dólares a los más pobres. Esto no ha resulto las bases de la crisis, sino que la ha postergado. Pero como Marx decía, el crédito puede extender artificialmente el mercado, pero en un momento todo lo que se debe se tiene que pagar.

Ya estamos viendo cómo algunos gigantes chinos de la construcción están declarándose en imposibilidad de pagar sus deudas. Esto solo es un reflejo de cómo se encuentran la economía china y la mundial. Las deudas de los Estados nacionales son gigantescas e imposibles de mantener. La consecuencia de estas políticas ya se comienza a sentir también. La inflación va a subir irremediablemente, después vendrán los recortes al gasto público y las políticas de austeridad.

Este ambiente de inflación, altas deudas, impagos y ataques a la clase obrera y los pobres del mundo generará movilizaciones cada vez más radicales. La burguesía y sus títeres políticos tendrán que emplearse a fondo para cargar la crisis sobre la espalda de los trabajadores y sus familias. La clase obrera sabe que no puede aguantar esto y el animo a nivel mundial es de lucha; esto es una receta acabada para la intensificación de la lucha de clases en todos los países del mundo.

¿México es la excepción?

Pareciera que el ambiente mundial dista mucho de lo que sucede en México. Cualquiera diría que el país respira tranquilidad y es próspero, y que los únicos que se manifiestan en contra del gobierno son los partidos de la derecha y una parte de la burguesía nacional. El presidente López Obrador goza de un apoyo y popularidad arriba del 60%, la economía va a crecer un 5% este año y la lucha contra la corrupción tiene en la cárcel a 4 o 5 empleados de los diferentes gobiernos anteriores, además de que se reparten millones de pesos a las familias más pobres por medio de los programas sociales. Sin embargo, si observamos por debajo de lo superficial, podemos observar algo un tanto distinto.

AMLO llegó al gobierno en una situación muy complicada en todos los aspectos. La burguesía nacional, el imperialismo y los diferentes gobiernos se habían encargado de aplicar una política brutal de ataques y contrarreformas contra los trabajadores y los sectores más empobrecidos del país. Los salarios perdieron 80% de su poder adquisitivo en 35 años, se perdieron muchos derechos laborales, la inmensa mayoría de las empresas estatales fueron destruidas o privatizadas para que las privadas tuvieran sus ganancias aseguradas, comenzó la privatización del sector energético y el Estado fue garante fiel de los intereses de un puñado que se enriqueció a manos llenas; muchos capitalistas mexicanos entraron a las listas de los super ricos de Forbes.

La contraparte fueron los millones de pobres; algunas cifras decían que cerca del 80% de la población estaba en la pobreza. Además, para mantener estos ataques salvajes y replegar al movimiento de la juventud, decretaron una supuesta “guerra contra el narco” que costó la vida de más de 300 mil personas, miles de desaparecidos y desplazados de guerra. Este proceso de saqueo y guerra generó las condiciones propicias para que la violencia contra las mujeres aumentara de forma exponencial.

Aunque hubo movilizaciones y luchas muy duras, ninguna tuvo la fuerza y la orientación política para unir todas las fuerzas beligerantes para tirar al gobierno. La victoria de AMLO fue resultado de todo este descontento. Millones se volcaron en las elecciones porque querían un cambio en la política económica y social del país. No se quería más violencia, se quería mejorar las condiciones de vida y frenar los ataques. La pregunta es si esto se ha logrado. La respuesta encierra la disyuntiva del gobierno para el próximo periodo.

En estos tres años hemos podido ver a grandes rasgos el proyecto y visión política de AMLO. Se han frenado las privatizaciones —aunque ya no había demasiado que privatizar—, y con argucias legales se está buscando deshacerse de algunos contratos indignantes que ningún otro país podría aceptar; se ha intentado revertir la pérdida del poder adquisitivo de los salarios y aumentarlo casi un 40% en estos tres años. La batalla más dura ha sido en el terreno de la corrupción, donde se han congelado miles de cuentas bancarias, forzado a las grandes empresas a pagar impuestos, castigado a las empresas que emitían facturas falsas y metido a la cárcel a algunos funcionarios. Se ha aplicado un plan de ayudas asistenciales de amplio alcance, que apoyan a los sectores más pobres, como campesinos, adultos mayores, familias con hijos que estudian, jóvenes estudiantes, etc.

Podemos decir que ésta es una de las bases por las cuales las grandes masas mantienen un apoyo importante al gobierno de AMLO. No cabe cuestionarse si es diferente o no a los anteriores, pueden ver la diferencia porque ésta es clara. Hay otra causa muy importante en esta ecuación: tanto los medios de comunicación de la burguesía como los partidos de la derecha y los empresarios tienen una campaña permanente contra el gobierno —el que está dando apoyos a los pobres y en cada mañanera repite que “primero los pobres”—. El fruto de esta campaña de la derecha es que la clase obrera y los sectores empobrecidos cierran filas con el gobierno.

Por esto, mientras que en otros países hay movilizaciones contra las medidas de los diferentes gobiernos, contra la política de austeridad o medidas de ajuste, aquí la gente apoya decididamente al presidente contra la derecha, y cierra filas, pese a sus limitantes e incongruencias. ¿Hasta cuándo va a durar este apoyo? Es difícil saber al cien por ciento esta respuesta. Mientras la derecha le siga atacando, el gobierno siga manteniendo los programas asistenciales y en la mente de la gente se mantenga fresca lo que representan los gobiernos de la derecha, el apoyo al gobierno se va a mantener. Es muy posible que éste se prolongue hasta finales de su sexenio y que en las elecciones del 2024 Morena vuelva a ganar la votación.

La derecha en su laberinto

La derecha en el país está en la lona todavía. Desde el 2018, no han logrado acumular una fuerza que les permita tener alguna oportunidad para las elecciones del ’24. Todas las encuestas ponen a Morena por delante con diferentes variables, dependiendo del candidato. Para las elecciones del siguiente año tampoco tienen buenas expectativas, salvo en un Estado; parece que el gran vencedor volverá a ser el partido en el gobierno.

Cuando hablamos de la derecha, nos referimos a los diferentes partidos que apoyaron a pie juntillas la política de saqueo y violencia en el país. Además de estos grupos, existen empresarios cuya filial es de derecha, racistas y retrógrados; los que no miran con simpatías las reformas a favor de los más necesitados. Hay una división —de forma regular la hay, pero ahora se ve con más fuerza— entre los diferentes sectores de la burguesía. Esto no se debe a que algunos sean de izquierda y otros de la derecha, pues regularmente la burguesía se posiciona firmemente en defensa de sus intereses y del gobierno que garantiza que estos puedan ir fluyendo.

Ahora hay algunos empresarios que apoyan al gobierno de AMLO, pero no es porque sean progresistas y estén de acuerdo con los programas de reformas —muchos de ellos han expresado claramente su sentir al repudiar al presidente—, pero si este gobierno les garantiza una “paz social” y un “ambiente apropiado para invertir”, entonces, apretándose la nariz, trabajan de la mano del gobierno. Así lo expresó un banquero y eso es lo que piensa la mayoría de la burguesía:

«Mientras contemplan las protestas a lo largo de los Andes, incluso algunos de los críticos empresariales más duros de López Obrador admiten un respeto a regañadientes por la paz social que ha comprado en México en medio de la pandemia.

“Puede que no nos gusten las políticas económicas de López Obrador; de hecho, las odiamos”, dijo un banquero en la Ciudad de México. «Pero tenemos que reconocer que ha brindado algunos años de estabilidad política, lo que nos ha salvado del desastre que envuelve a los países más al sur».»[1]

Algunos representantes de la derecha y de la burguesía pueden ser estúpidos, pero en lo general, tanto la burguesía como sus partidos (porque la derecha siempre es fiel representante de sus intereses) tienen una visión de clase muy clara. Ellos saben que tienen que unirse para enfrentar al gobierno y a Morena; esta tarea se la ha echado al hombro Claudio X. González, uno de los detractores más férreos del gobierno. La unidad no sólo implica presentarse unidos en las elecciones, sino mantener una sola voz de ataque, un solo guion en los medios de comunicación y una sola política económica frente al gobierno. En este último punto es donde no han logrado del todo sus objetivos.

Los ataques al gobierno se han dado desde el primer momento, y aunque en algunos momentos parece que el estado de tensión baja (cuando el gobierno cede a alguna de sus políticas), sólo es una calma que prepara más tormentas. La burguesía y la derecha no quieren a AMLO en el gobierno, pues no los representa, le odian, entre otras cosas, porque no es su fiel sirviente, no cumple sus caprichos, el gobierno les habla a las masas y no ha ellos, pero sobre todas las cosas, porque Andrés Manuel les ha arrebatado, momentáneamente, el control del aparato estatal, que, como bien lo dice Marx, es el instrumento político de la clase económicamente dominante.

La necesidad que tiene la burguesía de volver a controlar su Estado los lleva a buscar formas de lograr sus objetivos: sabotaje económico, campaña negra en las redes sociales y medios de comunicación, fomentar y provocar desabasto de medicamentos, atrincherarse en los Estados y órganos de gobierno afines a ellos, llevar la contra a las iniciativas generales y negociar e infiltrar a parte de su gente en Morena, etc. No hay límites.

Aunque sin fuerza de masas, su visión de clase los empuja a no ceder, tienen su dinero y miles de empleados que escriben, critican y generan opiniones diariamente. Saben que su lucha, por el momento, no consiste en tomar la iniciativa, sino en desgastar lo máximo posible al gobierno, convencer a más de sus intereses, doblegar a los más débiles de sus contrincantes y reclutarles, o, en todo caso, nulificares y esperar a que las limitaciones del gobierno hagan el resto del trabajo.

Las contradicciones del gobierno

El gobierno de AMLO tiene cosas positivas para una buena parte de la población: se dice que más de 24 millones de personas reciben algún programa social que ha impulsado el gobierno; 25% de los hogares, según el INEGI. Los Estados donde más se concentran estos apoyos son los más pobres: Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Tabasco e Hidalgo. Hay una reasignación del dinero del Estado y lo que antes se robaban los funcionarios o se daba a las empresas, ahora es repartido entre millones de personas.

Junto a esta política de asistencia social, convive en la memoria colectiva lo que significaron tres décadas de ataques brutales de la derecha. De tener a un gobierno que les protege frente a los excesos de los ricos y les apoya, a vivir bajo ataque permanente, la mayoría prefiere la primera, pues no es tonta. Si a esto le sumamos la campaña histérica de la derecha, la cual es capitalizada por el gobierno, podemos entender el apoyo masivo que tiene AMLO ahora mismo. La mayoría de los seguidores del gobierno le perdonan sus debilidades e inconsistencias; prefieren eso a arriesgarse con cualquier otra cosa.

Este apoyo no exime de que haya fuertes contradicciones en la política que aplica el gobierno. Éstas son fruto, principalmente, de dos aspectos: por un lado, el papel que juega el país en el ámbito mundial, ex colonial y sometido al imperialismo americano —principalmente—, y porque Andrés Manuel en ningún momento se fija como objetivo transgredir o terminar con el capitalismo. Si tú aceptas al sistema y tu objetivo es volverlo más humano, podrás tener un poco de mejoras con ayuda del Estado, pero no rompes la base de la explotación, la miseria social y la violencia, sino que sólo la ocultas. Por más de que se intente tapar las cosas con arreglos superficiales, siempre la verdad saldrá a la luz. Podemos verlo con datos y estadísticas.

En el primer caso, el papel subordinado de México frente al imperialismo lo podemos atestiguar con algunos ejemplos bastante relevantes. La política migratoria que presentó el gobierno a principio de su mandato planteaba que México no reprimiría a los migrantes y que sería un territorio de libre paso; la política del gobierno es muy distinta a lo que se planteo al principio, pues se manda a la Guardia Nacional a detener caravanas y los centros de retención migratoria del sur del país están llenos. Este cambio de política se generó después de que el gobierno norteamericano amenazara con poner impuestos a todas las mercancías que México exporta a los EE. UU., hasta de un 40%.

El otro ejemplo, que es muy similar, lo tenemos en la política de seguridad. AMLO, en campaña y en los primeros días de su gobierno, prometió regresar al ejército a los cuarteles y desmilitarizar al país. Bastó que el imperialismo yanqui amenazara con declarar a los narcos mexicanos como terroristas para que la política del gobierno cambiara drásticamente. Ahora tenemos a la Guardia Nacional patrullando el país. Es una policía militar que se conduce con normas militares y que la controlan los militares. Tanto el ejército como la marina no han regresado a los cuarteles, sino que por el contrario, ahora tienen un papel relevante en la ejecución y administración de programas prioritarios para el gobierno. No sólo se les asigna el presupuesto más grande de la historia, sino que ahora se presentan como los salvadores de la situación. No podemos olvidar el ‘68, las diferentes masacres en distintas regiones del país y Ayotzinapa.

Es cierto que AMLO ha dicho al gobierno americano que no quiere más intervención de los EE. UU. en su política interna y es muy loable este planteamiento, pero mientras que el grueso de los bancos, aseguradoras, empresas más grandes, exportadoras de materias primas, minas y demás estén en manos del capital internacional, hablar de soberanía e independencia es disparatado. Aunque AMLO está en el gobierno, los que verdaderamente tienen el poder son las grandes multinacionales, muchas de ellas estadounidenses, que tienen a sus portavoces en las cámaras de representantes de Norteamérica.

El segundo caso, el de tratar de hacer el capitalismo más humano, es un tanto más notorio, porque hay más cifras con las que se puede comparar la realidad con las intenciones. Comencemos con las cifras de la pandemia: oficialmente llevamos más de 190 mil muertos en un año y ocho meses. Éstas no son buenas cifras para nadie. Es cierto que el gobierno destinó una cantidad histórica al rubro de la salud y se pudo reconvertir hospitales normales a hospitales Covid, también es cierto que se contrató a miles de doctores y enfermeras, y se llegó a un acuerdo con los hospitales privados para que dieran atención a otros enfermos. La compra masiva de vacunas también ha sido un acierto importante.

Aún así, se hubieran podido evitar miles de muertes si se hubieran tomado medidas que transgredieran la normalidad capitalista, por ejemplo: decretar que todo el personal, recursos e infraestructura de hospitales privados fueran utilizados para combatir la pandemia y así poner las necesidades de la población por encima del dinero. Se hubiera podido mandar a resguardar a toda la población teniendo un plan de abastecimiento central, requisando todos los productos de primera necesidad y asegurando que se repartiera a todo mundo. Se pudo congelar las cuotas en escuelas privadas, el pago de alquileres y de servicios, o abrir gratuitamente las redes de empresas de internet. Estas medidas no se aplicaron porque implicaban meterse con la propiedad privada y el capital de las grandes empresas. Aquí podemos ver los limites de una política reformista. El resultado es que los más pobres tuvieron cinco veces más probabilidades de morir que los más ricos.[2]

Los efectos de la crisis económica mundial impactaron al país y la economía cayó un 8.5% durante 2020. Los primeros meses ha habido una recuperación económica importante y analistas económicos de diferentes instituciones han previsto que se va a crecer un 6% anual. Ahora, estas cifras están a la baja por el freno en el consumo, el cual lleva 3 meses cayendo de forma consecutiva,[3] y por la reducción de crecimiento en las diferentes ramas de la industria, principalmente en la automotriz, la cual lleva 4 meses cayendo de forma consecutiva.[4] El punto es que sí, efectivamente hay un crecimiento y recuperación económica, pero ¿quiénes son los que están ganado con este crecimiento? La respuesta es muy clara: la fortuna de los 36 billonarios mexicanos que figuran en la lista de Forbes creció en medio de la crisis más salvaje del capital, amentando 20% en un año.[5]

Las empresas de Carlos Slim, el Grupo México de German Larrea, Grupo Salinas de Salinas Pliego, Alberto Baillères, María Asunción Aramburuzabala, la familia Arango, Grupo Bimbo, Grupo Kaluz y Bachoco se colocan en el grupo de los 10 más ricos y con mayor crecimiento, en el momento en que millones de familias tenían que arriesgar su vida para salir a trabajar en medio de la pandemia. Al mismo tiempo, por la inflación y a pesar de los aumentos salariales recientes, los salarios están al nivel del 2017,[6] el empleo informal se mantiene en más del 50% de la población económicamente activa, sin ningún derecho ni prestación, y los niveles de vida caen. De lo que estamos hablando es de que la llamada mafia del poder sigue acrecentando sus fortunas, y a pesar de los apoyos sociales, la pobreza se mantiene.

La consigna de “primero los pobres” es correcta, pero no se lleva hasta sus ultimas consecuencias. Dentro del sistema capitalista la principal contradicción es la de capital-trabajo, pues los intereses de estas dos clases son antagónicos. Si la burguesía se vuelve más rica es a costa del sufrimiento de las grandes masas de trabajadores y de la miseria generalizada de la sociedad y la naturaleza. Para que los trabajadores, las mujeres y la juventud tenga un mejor futuro, mejores salarios y prestaciones, vivienda y sanidad, todo esto debe ser arrebatado al capital privado y ponerlo a disposición de la clase obrera y los sectores empobrecidos. Los programas sociales son buenos, pero totalmente insuficientes para solucionar los problemas que tenemos enfrente.

Estas contradicciones se hacen más latentes cuando los diferentes sectores en lucha se manifiestan. Cuando los trabajadores están en pie de lucha, sea de un sector estatal, de un organismo descentralizado o de la empresa privada, cuestionan el por qué el gobierno no es más firme con este o aquel patrón o secretaría, por qué a pesar de las reformas no se terminan de solucionar los problemas, como el caso de la violencia contra las mujeres, y así se desarrolla una percepción de que hace falta ir más allá. Desgraciadamente, no existe una alternativa de masas a la izquierda del gobierno y esto hace que los diferentes sectores en lucha terminen repitiendo las ideas de la derecha o de los grupos sectarios.

La situación económica a nivel internacional no da una posibilidad real de que haya una recuperación estable en el país, tampoco la política económica que plantea el gobierno, y esto acelerará las contradicciones internas del propio gobierno. ¿Cuándo ocurrirá esto? Es imposible saberlo, pero es posible que no sea dentro del periodo restante del gobierno de AMLO, mas, su sucesor recibiría un pastel con una bomba entre la crema.

Morena sin filo, pero empujada por la inercia

Lo que sucede en Morena se tiene que comentar, aunque sea de pasada. Ha venido de un escándalo al siguiente desde que se ganó la presidencia y parece que la cosa seguirá así. Hay un dicho que utilizaban los griegos y que le ajusta perfectamente: “cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco”.

Pareciese que ganar las elecciones se marcó un punto de ruptura al interior de Morena. Salieron miles de militantes que estaban en primera fila para apoyar en las tareas del Estado; se puso en el ojo del huracán, porque los arribistas y la derecha enfilaron a su gente para cooptar al partido. Las fuerzas de la derecha han intervenido escandalosamente en la vida interna, imponiendo candidatos y métodos para asegurar que “los aliados” de la burguesía estén al frente y destruyan todo esfuerzo de la base por rescatar su partido.

Es cierto que, desde un comienzo, Morena tuvo muchas deficiencias, la que más: su programa policlasista, heterogéneo y reformista. Pero fue impulsado por una fuerte masa de gente que estaba luchando contra la derecha y sus políticas, pues el deseo de los militantes era formar un partido democrático, que fuera una herramienta de lucha, pero ahora esto se ve muy lejano. Particularmente la dirección de Mario Delgado ha empujado al precipicio los esfuerzos más loables de la base, convirtiendo al partido en un trampolín de cargos, candidaturas, ex priistas, ex panistas y perredistas, que ahora están listos para quedarse con las candidaturas y direcciones nacionales.

Si el partido no ha explotado en pedazos es por AMLO, pues él garantiza el triunfo en las siguientes elecciones y las del ’24; su peso moral neutraliza los deseos más a la derecha y mantiene a raya a la izquierda más radical del partido.

El llamado de unidad que se ha hecho para enfrentar la revocación de mandato y empujar la reforma energética va a durar unos meses, para romperse con toda su fuerza de cara a la elección de la nueva dirección del partido. Si la izquierda de Morena no se decide a lucha hasta las últimas consecuencias, será barrida por la derecha interna, que no tiene escrúpulos ni principios, y que tiene dinero, además del apoyo del INE para empujar sus candidatos.

El movimiento lopezobradorista no es Morena solamente. Hay miles que apoyan a AMLO y que no están organizados en el partido porque repudian todo lo que la dirección hace, se mantienen atentos a las convocatorias y al llamado del presidente, pero es una fuerza desorganizada que no tiene demasiado peso sin una dirección. Es muy complicado saber qué va a pasar con Morena a mediano plazo, pero en los siguientes meses veremos una lucha feroz, porque está en juego la candidatura del 2024. Los diferentes grupos a lo interno tejerán estrategias y alianzas, ninguna cuestionando o planteando algo más a la izquierda del gobierno. La pelea será por puestos y presupuestos.

Aun así, no pensamos que esta lucha interna deje de repercutir en la lucha de clases. Miles de personas que ahora están en Morena saldrán de ahí, enojadas y quemadas, algunas más sacaran la conclusión de que es necesario un verdadero partido revolucionario y los marxistas estaremos ahí para ayudar a sacar conclusiones y organizarnos para lograr ese objetivo.

La Reforma Energética y la Ratificación de Mandato

Para finales del año y el primer semestre del siguiente, hay dos coyunturas de gran importancia política en la cual todas las fuerzas organizadas se manifestarán. Por un lado, se pondrá a votación el hecho de que AMLO siga al frente del gobierno los próximos tres años. La derecha sabe que tiene perdida la batalla y piensa que una votación masiva a favor de AMLO va a jugar en su contra, moral y electoralmente; sería el inicio de la campaña presidencial del 2024 y la continuación del proyecto lopezobradorista. Por eso se opone con todas sus fuerzas a esta votación. El INE ya ha dicho que con el recorte a su presupuesto no puede garantizar una buena elección: son artilugios de la derecha para sabotear la campaña.

Por su parte, Morena y el movimiento lopezobradorista se lanzarán a las calles a tratar de repetir la votación del 2018 o rebasarla. Para este fin, buscarán alianzas con todas las fuerzas que se quieran sumar, abrirán al partido y empujarán recursos suficientes. Va a ser complicado lograr la cantidad del 2018, pero va a servir para movilizar a los cuadros del partido y reactivar los comités de base.

La dirección de Morena está utilizando la campaña para que se olviden todas las viejas rencillas y empujar en unidad. Quieren lavarse la cara para aparecer como revolucionarios, cuando en la practica se mueven con la derecha.

Junto a esta campaña se empata la de la reforma energética. AMLO ha planteado que necesita de la movilización generalizada del pueblo para llevarla adelante. Aunque la reforma es limitada, pues no plantea la expropiación de los sectores privatizados y con ello recuperar el 100% de la generación de la electricidad en el país, pensamos que es un paso adelante llamar al pueblo a la lucha y no estar confiando en los pactos cupulares en el parlamento con el PRI, dándole vida a este partido podrido y corrupto.

La reforma implica la movilización de la gente y hasta el momento no había hecho un llamado para que las masas se puedan manifestar —por el Covid y como estrategia—, pero ahora se abre una oportunidad para que los marxistas podamos estar al lado de las masas, explicando nuestro programa y planteando un apoyo critico a la iniciativa; explicando pacientemente que la única forma de poder controlar el sector energético es que se recuperen al 100% las empresas que han sido privatizadas. Al final, si se está contra el neoliberalismo, se tiene que terminar con la privatización de empresas y recuperar las que ya han sido privatizadas. Ésta debe ser nuestra bandera de guerra en la campaña.

Conclusiones

Seguramente, la ratificación de que AMLO siga en el gobierno y la aprobación de la reforma darán animo a las masas para luchar. Será como un segundo aire para los trabajadores que están organizándose por debajo para la democratización de sus sindicatos. También lo será para los jóvenes que van a regresar a clases el siguiente año y que se movilizarán por demandas locales y políticas, como, por ejemplo, una posible reforma universitaria, la cual ha sido puesta en la mesa por los comentarios del presidente.

En el campo, sigue el asesinato de los defensores del medio ambiente, y la violencia contra las mujeres no para. Aunque la pandemia frenó las movilizaciones, éstas se van a retomar para exigir al gobierno que actúe. No estamos en un periodo de calma y el regreso a las actividades presenciales animará las luchas políticas en los diferentes terrenos.

La derecha, conforme se acerquen las elecciones del ‘24 se pondrán más histérica y agresiva. Esto va a calentar por debajo el ánimo del movimiento lopezobradorista, que no dudará en actuar, con o sin el permiso de su dirección. Los resultados en las elecciones internas de Morena serán muy importantes para definir el futuro de ese partido, así como su intervención en movilizaciones y actividades de calle. Lo que también es claro es que no habrá un giro a la izquierda, ni de AMLO ni de Morena, y que mantendrán en la línea de poder salvar al capitalismo con tímidas reformas para sacar presión a sus contradicciones.

Por nuestra parte, seguiremos interviniendo en la lucha de clases poniéndonos del lado de los explotados, empujando a que los sectores más a la izquierda de Morena saquen conclusiones revolucionarias, interviniendo en la lucha de la mujer, de la juventud y los sindicatos para formar una tendencia revolucionaria que pueda estar al frente de la lucha de clases.

La necesidad del partido revolucionario es más importante ahora que en cualquier otro momento de nuestra historia. Repasar las experiencias de gobiernos reformistas en América Latina y vernos en su espejo es una tarea fundamental. Antes de que las contradicciones internas del proyecto reformista estallen con toda su fuerza y que los sectores de la derecha ganen fuerza e intenten actuar de la mano del imperialismo, los marxistas tenemos que prepararnos para jugar un papel. Te invitamos a organizarte y luchar con nosotros: ¡a luchar por el socialismo!

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